JACK GRELLE

Got Dressed Up to be Let Down

(Big Muddy Records, 2016)

Lugar: St. Louis. Y con eso podría acabar esta reseña, porque el lugar lo explica todo. Poco más cabría añadir que no resultase redundante, reiterativo o simplemente obvio. St. Louis y punto, a modo de defensa, coartada y redención. «La Puerta hacia el Oeste». Lewis y Clark partieron de allí en su día en busca de la ruta acuática hacia el Pacífico. Y allí mismo se quedarían luego, a su regreso, como tantos otros exploradores, pobladores y tramperos. Crisol de mil extraños, fugitivos, soñadores y dementes. Todo eso se traduciría también en la música. Influencias de todo lo que arrastraba y dejaba a su paso el abuelo Mississippi en su orilla occidental, donde en un pasado remoto se alzaron los túmulos de Cahokia, frontera con Illinois, mucho antes de la llegada de los franceses. Conozco a una chica que vino de allí. Tocaba la sierra, el acordeón y la guitarra. Me descubrió a mil artistas increíbles. Había tocado con Pokey LaFarge, antes de que Pokey LaFarge fuese el Pokey LaFarge que hoy todo el mundo celebra. También me dijo que había visto peces mutantes en el Mississippi… Toda esa tradición confluye en la música de Jack Grelle. Dice que de canijo compuso canciones sobre un perro y sobre magos. Que en secundaria su primo Steve le alentó para ponerse a aporrear una guitarra. Que quiso aprenderse los punteos de Led Zeppelin. Luego vino el Nashville Skyline de Dylan. Y el Harvest de Neil Young. De eso no se sale indemne. Y la vieja tradición de porche, cerveza e intercambio de canciones en la madrugada. Una banda de bluegrass y luego un rato en la escena punk. Bolos y viajes, a veces en salones de gente, por cuatro dólares. Cerca de diez bandas, diez exploraciones, como si fuese uno de aquellos míticos miembros de la Compañía de Pieles de las Montañas Rocosas, uno de «los Cien de Ashley» contratados a través de aquel célebre anuncio de periódico publicado en 1823 por el general William H. Ashley y el mayor Andrew Henry: «[…] Cien jóvenes emprendedores para ascender el río Missouri hasta su origen, donde serán empleados durante uno, dos o tres años». Desprenderse en el camino de la costra hardcore y hallar la piel del country y de la música de los viejos tiempos. Curtir esa piel. Autoestop, trenes y música en esquinas por la voluntad, a lo Guthrie o a lo Blaze Foley, para volver luego con todas esas pieles de búfalo a las calles de St. Louis y grabar su primer disco… Pero es con este, el tercero, recién salido del horno, dedicado a su abuela (tengo comprobado que los discos que se saltan una generación en su dedicatoria son invariablemente buenos), con el que parece haber hallado su lugar en el mundo (su anterior trabajo, Steering Me Away, también magnífico, es más honky tonk y camionero, más Dale Watson, se nota que la carretera sigue vibrando en sus huesos). Aquí, sin embargo, hay más cajún y más Texas, mucho más folk y rock and roll. No en vano colaboran los South City Three de Pokey LaFarge y el gran John Horton de los Bottle Rockets… Pero ya estoy hablando más de la cuenta. Bastaba con haber dicho: St. Louis. Porque la cosa, ya digo, es simple genética.