Undesirable
(Becky Warren, 2018)
Becky Warren comenzó su andadura en Boston como líder de los Great Unknowns (los Grandes Desconocidos), una banda de esa cosa tan eufemística que algunos prefieren llamar country alternativo para que sus amigos no les retiren el saludo. Y la cosa habría podido seguir así, sin más, otra gran banda desconocida de country alternativo (con la que llegaría a sacar dos discos), de no haber sido por la invasión y la guerra de Irak. Becky se casó con un soldado que fue destinado a Oriente Medio y regresó con síndrome de estrés postraumático. El matrimonio aguantó cuatro años. Y Becky Warren salió de aquel infierno con un devastador primer disco en solitario, War Suplus, la historia de un soldado y su mujer (Scott y June), su propia historia, la de los regresados, o mejor dicho, la de los no regresados del todo, la de los que se dejaron allí algo vital e irrecuperable (también la de los que se quedaron, los que no fueron pero igualmente lo perdieron), aunque pudiera parecer una buena idea en un principio (con toda la fuerza cruda y descarnada de la primera Lucinda Williams, no hay más que oír la demoledora «Seemed Like a Good Idea at the Time», y con referencias literarias del calibre de El eterno intermedio de Billy Lynn's, de Ben Fountain, esa brutal novela, sátira brutal, publicada por los camaradas de Contra y que luego llevaría a la pantalla Ang Lee). Un disco que te puede hacer arder en tu propio dolor hasta que solo queden rescoldos que luego sea imposible avivar. Quedarte en esa ceniza catártica y no volver a ser capaz de volver a componer ni cantar nada. Una especie de curación cataclísmica. Pero no. Dos años después, Becky Warren vuelve a la trinchera. Se muda a Nashville. Busca inspiración. No se toma su obra a la ligera. No vive para los country charts. No es de disco al año porque, si no, se olvidan de ti. Está viviendo cerca del Music Row y un día, paseando, un vagabundo le vende La Farola de allí, The Contributor. Y la semilla queda implantada. De repente empiezan a colarse en su mente las historias de los inquilinos tambaleantes del Drake Motel. Historias que le suenan, que, de hecho, ha vivido en carne propia: rupturas, muertes de seres queridos, la lucha cruenta por alcanzar la quimera de la felicidad. Historias de la trastienda de Estados Unidos. Y Becky Waren sabe hacerlo sin dar la chapa, sin resultar cansinamente política, didáctica ni depresiva. Realismo sucio del bueno. A lo Carver o Wolff. Pero sin olvidar que esto es, principalmente, rock and roll (porque a muchos/as, cuando se ponen estupendos/as, parece que, de pura seriedad y compromiso, se les olvida –y hiede–).