Blood in the USA
(Appaloosa Records, 2018)
Lo descubrimos en julio del año pasado, cuando nos hicimos con el disco When the Wind Blows: The Songs of Townes Van Zandt. Al final de aquella reseña mencionábamos de pasada «el jubiloso descubrimiento» de Thom Chacon, con su escalofriante versión del «Still Looking for You», y decíamos que volveríamos a hablar más detenidamente de él. Bien, pues ha llegado el momento de hacerlo. Blood in the USA, su último álbum hasta la fecha, editado por el sello italiano, tiene todos los ingredientes que nos gustan. Para empezar hay un claro posicionamiento por los desheredados, por los miembros olvidados de la sociedad. Y no solo por las historias que cuenta, sino también por el modo en que lo hace, al más puro estilo Woody Guthrie (la misma senda que recorre nuestro admiradísimo Lance Canales), con sencillez, algo que, como muy bien subrayaba Mary Gauthier al hablar de la rica imaginería de sus canciones (coincidieron en Italia en el Festival Internacional Townes Van Zandt), no hay que confundir con falta de profundidad. Californiano de padre hispano y madre libanesa, con cinco hermanas (que no es dato baladí, lo de criarse entre tanta hermana, en términos de sensibilidad y percepción). Existe una cinta en la que se puede escuchar a un Chacon de tres años haciendo una rendida versión del «Rhinestone Cowboy». El crío ya apuntaba maneras. Su abuelo fue ayudante del sheriff en Silver City, Nuevo México, y formó parte de la cuadrilla que salió a capturar a Billy el Niño. Hay esa épica crepuscular. Mucho western, mucho John Ford. Su madre era muy fan de John Wayne. Esas imágenes y esas bandas sonoras conformaron el paisaje de su infancia. Glen Campbell y Jim Croce fueron sus héroes. También Smokey Robinson. Y los Beatles del Rubber Soul, el sexto álbum de estudio de la banda inglesa. Pero lo que le rompió la cabeza fue ver a Kris Kristofferson. Desde entonces, tanto melódica como literariamente, sería su ejemplo a seguir. Con veintipocos se trasladó a Los Ángeles en busca del «Diablo de Lengua Plateada», en busca de la fama y la fortuna. Pero enseguida vio que necesitaba algo más auténtico que aquellas infructíferas noches de neón y micro abierto. Vanidad y pretensión. Así que consiguió un trabajo en un rancho en las estribaciones de la ciudad. Aprendió a montar y a ocuparse de los caballos. Eso también se transmite de alguna manera en sus composiciones. Ese cuidado artesanal. Ese susurro y esa doma. Luego vendría Durango, Colorado, donde fue guía de pesca. Las montañas de Nuevo México y Colorado harían el resto del trabajo. Un paisaje así te deja marca. Te quita la tontería. Y claro, su voz, grave, arenosa, también ayuda. Por momentos uno cree estar escuchando al Ryan Bingham más acústico y descarnado. Este disco, grabado en un solo día y guardado en un cajón durante un par de años, macerándose bajo el Apocalipsis Trump, es su Nebraska, su The Ghost of Tom Joad. Un disco comprometido y urgente que habla de esta América de muros y odios renacidos. Y de la gente que la padece. «A Bottle, two guitars and a suitcase». Escalofríos.