Let's All Go To Bed
(Funzao Records, 2008)
Este es el tercero de cuatro, y lo reseñamos porque fue el primero que entró en nuestro rancho, porque fue el disco por el que conocimos a Zee y a Collins (por el que nos enamoramos de Collins), y porque es una auténtica fiesta, de principio a fin. Medicina buena. Una inyección de energía. Venían de Austin, Texas. Country, blues y guitarras potentes, pero se habían conocido en el área de la Bahía de San Francisco, tras una noche de micrófono abierto, en una jam de blues en San Rafael. Ray Benson, de Asleep At The Wheel, fue quien les dijo que en Austin lo petarían, y así fue como recabaron en la «Capital del Mundo de la Música en Directo», concretamente como residentes del mítico Continental Club, donde la cosa cuajó, ¡y vaya cómo! Un directo a medio camino entre lo que sucede en la pista de baile de un honky-tonk y el foso del pogo, el «mosh pit» del concierto de una banda de hardcore-punk, vamos, una mezcla explosiva de George Jones con H.R. de Bad Brains. No tardarían en subirse al escenario con Willie Nelson, Merle Haggard, Shooter Jennings y, más acorde a lo suyo, con los gloriosos Supersuckers de monsieur Spaghetti, antes de regresar victoriosos al condado de Marin, porque en el fondo no son más que unos chavales de California, y porque allí es donde están sus amigos y su familia. El océano y los bosques de secuoyas de su juventud, aunque suene un poco hippie, como reconoce el propio Zee. Pero claro, es que es muy difícil no sonar un poco hippie si te has criado y crecido en California. Aunque aquí, en este tercer álbum, como en los dos anteriores, grabado en Austin, de hippie más bien poco. Desde el «Dynamite» que abre el disco, con un título muy ajustado a lo que suena, todo es, como decíamos al principio, una fiesta. Como dicen por allí, no hay más que oír los cuatro primeros temas: auténticos «barn-burners», un término cuya traducción literal no puede ser más expresiva, «incendia-graneros». Música para pegar fuego a la pena y saltar/golpearse de alegría, o de rabia «against the machine». Y, como una declaración de principios, en medio del disco, como una mina antipersona, una versión del «When I Get My Wings» en plan «country waltz», del inmenso Billy Joe Shaver, para que nos tomemos un respiro antes de volver al foso, a las patadas y a los golpes, que Teal Collins canta, además, de un modo estremecedor: «si no puedo evitar al diablo, le escupiré en el ojo, y cuando consiga mis alas, volaré, me iré volando de aquí, cantando». El resultado de todo esto no es que sea novedoso ni original, pero es imposible no rendirse a los pies de tanta energía y entusiasmo. Una banda de caer, sangrar un poco, apretar los puños, hincar la rodilla, levantarse tambaleante y volver a la pelea. Y de los huesos rotos y los hematomas, ya si eso, nos ocuparemos mañana.