CORY BRANAN

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The No-Hit Wonder

(Bloodshot Records, 2014)

Ir a donde la canción quiere ir. No atarla ni domarla. Dejar que corra, como un caballo salvaje. Y si la canción precisa un sintetizador analógico, pues meterle un sintetizador analógico, aunque los gendarmes del country y de la «americana music» se lleven las manos a la cabeza y se santigüen como beatas ofendidas ante la exhibición de unos esplendorosos genitales. Por eso siempre hay alguien que se va de sus conciertos clamando al cielo. Demasiado country para el rock y demasiado izquierdista para el country, demasiado comprometido para el country, y demasiado punk también, aunque no tan punk para el punk, demasiado country para el punk, y luego demasiado Memphis para Nashville y demasiado Nashville para Nueva York, demasiado Cory Branan para lo que sea. Pero eso es también lo que le ha hecho ganar nuevos adeptos. Esa originalidad radical. Aparte, hay pocos que compongan como él. Simple cosa de no poner riendas a sus canciones. Al final, un secreto a voces. Chuck Ragan lo ha afirmado rotundamente: «es el mejor narrador de historias de nuestra generación»; y los de Lucero hasta llegaron a declararlo abiertamente en «Tears Don't Matter Much», la canción de su cuarto disco, el glorioso Nobody's Darlings del 2005: «Cory Branan tiene algo malvado / y una habilidad con las palabras que hace que te pongas de rodillas. / Oh, puede hacerte el concierto más salvaje y puede ser el cantante más tierno». Porque lo mismo te hace un «fingerpicking» que ya más quisieran los folkies trasnochados del Greenwich Village de los años sesenta, que te descerraja unos guitarrazos brutales de un proto-punk triturador que dejaría calladas hasta a las bandas más cafres que berrearon en el sufrido escenario del CBGB. No en vano, militó en su día en una banda de black metal (los Black Like Me) e incluso llegaría a ser el líder de una banda tributo a Black Sabbath. Y eso deja su poso. Es inevitable. Pero luego está también esa profesora de literatura, Evelyn, bendita sea, que le descubrió a Neruda, a Raymond Carver y a Henry Miller. Una señora mágica, según declara el propio Branan. Un hada madrina. A veces pasa, si tienes suerte (porque lo cierto es que hay otros profesores que te matan el espíritu en cero coma). Le animaría a escribir, y cuando al final se pusiera, tendría tres claros referentes: Tom Waits, John Prine y Leonard Cohen, de ahí esa cosa tan conversacional que tienen sus canciones, ese halo poético y al mismo tiempo engañosamente feliz, ese tono que te hace sentirte tan tranquilo escuchando sus letras, esbozando una media sonrisa, hasta que, de pronto, te mete el cuchillo. Los compañeros de ruta a lo largo de estos años nos pueden dar una pista de por dónde van los tiros: aparte de Lucero y Chuck Ragan, ha colaborado en sus discos la buena gente de The Gaslight Anthem, Two Cow Garage y el Drag the River del inmenso Jon Snodgrass, tres de nuestras quizá cinco bandas favoritas de todos los tiempos. Y, claro, los francotiradores de Bloodshot Records lo tuvieron claro desde casi el principio. Este es su tercer disco con ellos (quinto de su carrera). Y ya no lo sueltan, eso seguro. En este The No-Hit Wonder la lista de colaboradores que han querido sumarse también quita el hipo. El ubicuo Jason Isbell, para empezar, que últimamente está en todas partes, y que no duda en decir que este «es uno de esos raros discos que te hacen pararte de vez en cuando, una y otra vez, para procesar lo que ese puto y loco bastardo que canta te acaba de soltar a bocajarro. Muy brillante»; pero también Tim Easton, Austin Lucas y Caitlin Rose, la crème de la crème del alt-country underground. Resumiendo: «Bocato di cardinale».