Songs For These Times
(Penniman Records, 2020)
En su tercer disco en solitario, mano a mano con Alex Patrick a la acústica, la national steel y el banjo (en compañía omnipresente de sus dos gatos, Fiona y Hazel) y la voz de Elizabeth O'Brien en el decimotercer corte («Splash 1»), Greg «Stackhouse» Prevost da un paso más hacia la total desnudez, se encierra en el estudio sin banda ni enchufes, y lo trae todo de vuelta a casa, en vivo. Y lo hace no solo homenajeando la cubierta del mítico disco de Dylan (Bringing It All Back Home), sino, con toda intención, en el esqueleto mismo de cada canción escogida, tanto en los cuatro temas propios, como en el resto. «Canciones para estos tiempos», dice. Para estos tiempos de canciones escuálidas y demasiada memez. Nada como volver a los orígenes. A la raíz de todo. Un disco de puro tuétano, sin mamarrachadas de chefs imberbes: al horno con un poco de sal y pimienta, ajo y tomillo si me apuras, y listo. Sin espumas ni gilipolleces químicas. El chaval que creció en Charlotte, un suburbio de Rochester, al norte del estado de Nueva York, y que oyó mucho surf y mucha invasión británica, recuerda especialmente haber visto de lejos, con tan solo diez añitos, desde la puerta de un bar (el Black Candle Cafe), una actuación de Son House allá por el 65, al que había llegado gracias a un comentario de Brian Jones que leyó en una revista. Fue su primer concierto. A través de los Stones, de los Kinks y de los Yardbirds, llegó a Chuck Berry, a Bo Diddley, a Muddy Waters y a Slim Harpo. A veces tiene que venir alguien de fuera para descubrirte quién eres y de dónde vienes. Por ese entonces se hace con su primera guitarra, una Audition, y su primer ampli, un Kingston de cuatro vatios. La primera canción que se aprende es «Satisfaction» («con una sola cuerda, por supuesto»). Infancia de rock and roll, coches, monstruos (Tales From The Crypt), ciencia ficción y béisbol. Quería ser Mickey Mantle, como todos los niños de los primeros años sesenta. Muy joven para ir a Vietnam, pero lo bastante mayor para enterarse de la movida. Leer Huckleberry Finn le cambia la vida. Libertad total y espontaneidad. Luego la siguiente oleada: Alice Cooper, Steppenwolf, MC5, Stooges, T.Rex, el glam, Bowie, los New York Dolls. Ver por primera vez a los Dolls le vuela la cabeza. En el 74 comienza a cantar y a tocar a lo Dylan, a lo Donovan o el primer Neil Young, cosas de Diddley, de Muddy Waters y de John Lee Hooker. Luego va formando parte de muchas bandas efímeras de garaje/punk/psicodelia, época en la que escribe su primera canción original, «Rejected At The High School Dance» que grabaría al frente de los Mean Red Spiders, una banda que tomó el nombre de una canción de Muddy Waters (todo lleva siempre de vuelta a las aguas lodosas del blues). Y así, dando tumbos, de periodista underground y coleccionista de discos, hasta formar a los míticos Chesterfield Kings. Desde entonces, cuarenta años de rock and roll, que se dice pronto. Y, de golpe y porrazo, este brutal Songs For These Times, y brutal por lo seco, por lo descarnado, por lo honesto y por el amor que transpira por todos sus poros. Como dice David Fricke, editor de la Rolling Stone, en el texto que acompaña al disco, en estas canciones intemporales (diez de ellas con más de medio siglo encima), hay historias, hay melodías, hay blues y hay espíritu. Y al final son canciones de resistencia, «desde los campos y las iglesias del Sur Profundo, pasando por el caos urbano y eléctrico», hasta esta radical desnudez. Puro embrujo. Canciones de Big Bill Broonzy, del Reverendo Gary Davis, de Lazy Lester y hasta alguna de dominio público. Incluso temas de Hoyt Axton, Arthur Lee y Roky Erickson. Cuarenta años de carretera y vuelta a casa. El disco, que nos trae la buena gente de Mean Disposition Records (Barcelona), viene con la vieja advertencia impresa en la página de créditos: «Play This Album Loud» (yo habría añadido un fucking para el loud, como cuando Dylan con The Band). Y, de verdad, hacedlo. Ni lo dudéis. La producción, en efecto, es paupérrima. «Dale al record y tira p’alante». Da la impresión de que en cualquier momento van a oírse los carraspeos del abuelo, que estará preparando anzuelos al fondo. Pero en esa aparente precariedad reside precisamente todo su encanto. Es rotundo y es auténtico. Parece que están tocando en nuestro salón, que han venido a beberse nuestras cervezas. Sí, claro, qué más quisiéramos, pero oye, suena exactamente a eso, y como muy bien sabe la gente que nos conoce, ¡será por cervezas! El salón es vuestro.