My Maria & Calabasas
(Reissue, Vocalion, 2020)
He estado barajando cuatro o cinco opciones para empezar el blog de este año. No me decidía, tenía que ser algo especial. Al final lo he visto claro. La historia es que llevaba muchos años detrás de estos dos discos. En 2020 la buena gente de Vocalion sacó en Inglaterra esta edición remasterizada de My Maria y Calabasas en un solo CD y, sin duda, fue mi adquisición más preciada del año vencido. Por fin los tenía en mis manos. El texano Louis Charles Stevenson, alias B.W., (por «buck wheat», esto es «trigo sarraceno») es uno de los nuestros. Murió joven, demasiado joven, a los treinta y ocho años, el 28 de abril de 1988, a causa de una infección provocada tras una intervención a corazón abierto. La mala suerte lo acabó convirtiendo en una parca nota a pie de página de lo que algunos han dado en calificar de «country progresivo». La verdad es que no podemos negar la atracción que sentimos por estos personajes marginales. La mala suerte, el malditismo y el olvido. Gente que ardió por un instante para luego desaparecer y hundirse irremisiblemente en la oscuridad. Se enteraron muy pocos, a pesar de haber militado en un par de sellos importantes (en la época en la que eso aún significaba algo), para empezar nada menos que en RCA Records. El dato que le sobrevivió fue el de que pudo haber sido, tras el éxito obtenido por estos dos álbumes, el tercero y el cuarto (del 73 y del 74 respectivamente), el protagonista del capítulo piloto del hoy célebre Austin City Limits (el 13 de octubre de 1974). El caso es que la calidad del sonido se consideró demasiado pobre para la retransmisión y al final fue sustituido, al día siguiente, por Willie Nelson, que le arrebató el honor de esa efeméride. A partir de entonces todo sería caída. La escena musical de Texas en los años setenta era salvaje y fascinante. Lo que hubiéramos dado por haber estado allí. Ni la Atenas clásica, ni la Rusia del zar, ni los felices años veinte…, si nos diesen a elegir un momento de la Historia que nos hubiera gustado frecuentar, por aquí no lo dudaríamos ni un segundo: Austin, Texas, años setenta, cuando el tradicionalismo del country de Nashville empezó a mezclarse con sonidos más radicales y sofisticados, influencias de la Costa Oeste incluidas. Y apurando aún más el espacio de ese sueño imposible: entre la avenida Red River y la avenida South Congress. En esa época, en la calle Sexta había más de cien bares y clubes en los que había cada noche actuaciones en vivo. Willie Nelson, Waylon Jennings, Guy Clark, Townes Van Zandt, Jerry Jeff Walker, Joe Ely, Butch Hancock y, entre esa fauna gloriosa, fatigando las carreteras del Estado de la Estrella Solitaria, yendo y viniendo entre Houston, Dallas, Fort Worth, San Antonio, Corpus Christi, Lubbock y Selma, el bueno de Louis Charles Stevenson, «el hombre que pudo reinar». Siete álbumes en ocho años y ni rastro de él en las tiendas de discos (no digamos ya en las emisoras de radio) treinta años después de su muerte. Nació en un suburbio de Dallas, Oak Cliff, allá por 1949, y militó en un grupo muy polvoriento de rock adolescente que se llamaba Us. El misterio rodea su adolescencia y su juventud. Se sabe que le echaron del instituto y que se alistó en las Fuerzas Aéreas antes de aparecer en Austin en 1970. Sus actuaciones en bares llamaron la atención de los cazatalentos de RCA. Entre el circuito llegó a conocérsele como «La Voz». El sello lo contrató al instante. Dos primeros álbumes, muy adscritos al «mainstream», con producciones de las de tirar la casa por la ventana (una lástima), que al final no vendieron lo previsto, por lo que el sello decidió echar un poco el freno, permitiendo así que Stevenson regresara a los sonidos más rústicos con los que se sentía como pez en el agua. Y así, con bajo presupuesto y ya con las esperanzas algo mermadas, grabó estas dos obras maestras. A puntito estuvo de ser Mike Nesmith, salido de The Monkees y convertido por aquel entonces en productor de la periferia del country rock, el que se hiciera cargo de él en ese momento de desencanto, pero el sello quiso agarrarlo y gastar un par de balas más, por si sonaba la flauta. Solo nos queda soñar con lo que pudo haber sido. La producción pecó de ciertas concesiones pensadas para facilitar su transmisión en la radio, sonidos de sensibilidad comercial, armonías y coros pegadizos, excesiva instrumentación… Pero la base es sublime. Se identifica lo que Terry Stauton calificaría en las notas de la presente reedición como «el tono sepia del sonido Americana más casero de sus contemporáneos». Allí estaba el sonido de Gram Parsons y de James Taylor. En Calabasas se escuchan las voces de Linda Ronstadt, Andrew Gold y Kim Carnes. Nunca sonó mejor. Todos los críticos se mostraron de acuerdo. Ese año una reseña de Billboard lo sitúo entre lo más notable de la semana, por encima de Elvis Presley, Paul Simon y Gladys Knight. Todo parecía que iba a explotar. Se le organizó una macro-gira por Estados Unidos y Canadá. Pero la cosa no fue bien. Stevenson empezó a sentirse incómodo lejos de su terruño. Al volver de la gira, RCA no le renovó el contrato. Lo pillaron entonces los buitres de Warner Brothers, pero los dos discos que grabó con ellos fueron un fracaso. Desde entonces se dedicó a dar pequeños conciertos en los bares de Texas. Hasta que un día, demasiado pronto, se apagó. En 1990 salió un recopilatorio póstumo de material inédito que incluía un dúo con Willie Nelson («Rainbow Down The Road»), lo que llevó a un tímido rebrote de su popularidad y a que se estableciese un certamen anual de cantautores que lleva su nombre y que se sigue celebrando hasta hoy en el Poor David's Pub, el mítico bar de Dallas donde B.W. perpetró muchas de sus mejores actuaciones. Willie Nelson le devolvía el relevo. Esta reedición es un acto de justicia y, para nosotros, un lingotazo de pura felicidad. No se me ocurre mejor manera de empezar el año. ¡Volumen a 11 y al lío!