BRITTON PATRICK MORGAN

I Wanna Start a Band

(Britton Patrick Morgan, 2021)

Salgo del Kentucky de Offutt, después de varias semanas con los hijos de Shifty (traducción enviada hace un momento para los compadres Sajalinos), almuerzo algo, me tumbo un rato y vuelvo ahora, con un café de alto voltaje, a los cerros y la región carbonífera del este de Kentucky, con la música de este hombre de voz ronca y calidez acústica que ya me había seducido con su High Lonesome Throne de 2018, aquel primer disco compuesto e interpretado con una Gibson LG2 vintage de 1947. En esta ocasión ha vuelto a producírselo él mismo (sabe lo que se hace, no en vano a producido trabajos para los Hillhouse, los Kentucky Cowhands y para Tiffany Williams, entre otros) y a hacerse cargo de su habitual armamento: guitarra eléctrica, guitarra acústica, banjo, mandolina y mandola. Y también se ha rodeado de un comando de lujo, nada menos que Darrell Scott a la slide y la pedal steel; Dave Roe, músico de Johnny Cash, al bajo; Kevin McKendree, teclista del legendario Delbert McClinton, al B3 y al piano; y Taylor Shuck, de la Mama Said String Band, al banjo. Por lo visto, ha logrado hacer realidad la fantasía infantil alumbrada junto a la pequeña radio que tenía en su habitación y a la que hace referencia el título y el corte seis de este nuevo álbum: «I Wanna Start a Band» (faltan Levon Helm a la batería y para que cante de vez en cuando una canción, y Emmylou ahí, claro, y Derek Trucks tocando la slide en un tema de Marvin Gaye, y John Prine y Robert Hunter componiendo, como sueña en la letra, una banda que sea la mejor banda de la historia, canta, una banda de rock and roll, rhythm and blues y el country de toda la vida que tan bien sabía hacer el gran Hank). Y así, como si nada, Britton Patrick se ha marcado un disco de aúpa. Nueva canciones perfectas, tal y como afirma Jim Cundiff, también de la zona, a un condado de distancia, en su reseña para la revista American Highways, «para pasear en coche junto a un lago o sentarse alrededor de una hoguera con un grupo de familiares y amigos». Hay una canción sobre uno de los forajidos más temidos de Kentucky («no te asomes a la ventana / Bad Tom Smith anda por la colina»); otra sobre el pueblo carbonero donde se crió, «Baxtor, KY»; un tema compuesto por la cantautora de Maine Sara Trunzo, «Fish and Time to Kill», con una entrada de bajo que te pone los pezones como escarpias, y un Ernest Hemingway «con un aspecto más que desgastado por el viento» rememorando estampas de su vida frente al océano, «buscando un lugar más alto desde el que poder rezar»; también la bellísima «Time Just Goes Away», imposible de oír sin sobrecogerte con esa pedal steel desoladora de Darrell Scott con que se inicia, una canción llena de frases hermosas, pese a reconocer que el tiempo se nos escapa «y nunca tenemos la oportunidad de decir todo lo que queríamos decir»; y luego esa maravillosa «When I Think About You», que cerrando los ojos es una canción de John Prine cantada por el mismísimo John Prine en una calle, por ejemplo, de Nueva Orleans; y esa «Historia Gótico Sureña de Amor», la del triángulo formado por William Joe McAllister, Robert Montgomery McGee y Penelope Jones, resumiendo: Bobby tiene los ojos puestos en Penelope, pero ella solo ama a Billy Joe, así es que Bobby golpea a Billy, Billy golpea a Bobby y ambos caen al río y mueren ahogados. Y, para terminar, «Home», un tema que nos devuelve a casa, un canto de amor a la zona este de Kentucky, donde, en efecto, la hierba es azul y viven las mujeres más duras que jamás hayan existido y los caballos más rápidos que jamás hayan corrido. Gente con nada más para dar que su corazón. Y, precisamente, corazón es lo que rebosa este disco. Con una producción paupérrima pero limpísima y honda, perpetrada con un gusto exquisito, artesanía pura, casi huele a madera de cedro, algo nada de extrañar en un hombre que se ha curtido en la carretera con gente de la talla (secreta) del ya mentado Darrell Scott, Tim O'Brien y Malcolm Holcombe, «maestros del corazón», como los que buscaba a tientas Leonard Cohen en su canción «Teachers», maestros o maestras «que enseñan a descansar a los viejos corazones». Un disco como una sanguijuela: si te lo arrancas, la cabeza te anida dentro y ya no te libras de él ni con cerillas ni con aguarrás. Imposible parar de escucharlo. Una pequeña pero inmensa obra maestra.