LOGAN HALSTEAD

Dark Black Coal

(Logan Halstead Records & Thirty Tigers, 2023)

Lo de Richard Thompson me cogió completamente desprevenido. A estas alturas, todo el que siga este blog sabe que en esta casa, cualquiera que emprenda una versión de «1952 Vincent Black Lightning», nuestra canción favorita de lunes a viernes (el fin de semana le corresponde a «Clay Pigeons» de Blaze Foley, aunque hay semanas en que es al revés), tiene el cielo ganado. Al comprar el disco, ni me fijé en los títulos de las canciones. Y, de repente, después de ocho temas, con guitarra, mandolina y poco más, Red Molly le suelta a James eso de: «Vaya moto buena que te gastas, ¿no?, cualquier chica se sentiría especial ahí montada», y, claro, tuve que soltar un alarido y abrirme otra cerveza. El disco ya me había seducido desde el primer corte, «Good Ol'Boys with Bad Names», pero, con esta sorpresa del viejo Thompson a bocajarro, Logan Halstead se ha ganado un puesto destacado en mi Hall of Fame. Y, para rematar la jugada, en el siguiente tema, «Uneven Ground», va y se le une otro de nuestros ídolos de la nueva hornada, Arlo McInley, una asociación que no puede ser más lógica, evidente y perfecta. El álbum, como queda de manifiesto en la ilustración de la cubierta y en el mismo título, es 100% Appalachia, minas de carbón, mineros, dolor, OxyContin y poca esperanza. Territorio Ann Pancake. Tierra vencida. Logan Halstead, nacido en el condado de Powell, Kentucky, y criado en el condado de Boone, West Virginia (el condado de Jesco White, nada menos, el puto «Dancing Outlaw») que acaba de sacar este disco con tan solo diecinueve años (aunque ya parece un minero avezado y bastante jodido), dos años antes se había hecho viral, con cerca de doscientas cincuenta mil visitas en apenas cuatro días (y subiendo), con un vídeo para Radio West Virginia que colgó en su página de Facebook en el que interpretaba la canción que da título al álbum: «Dark Black Coal». Da un poco de vértigo, parece que fue ayer cuando celebrábamos la aparición ilusionante de Tyler Childers, y ya le ha salido un vástago, un digno heredero, no hay reseña ni entrevista en la que no se les relacione. Nos hacemos viejos, esto es así. Pero da gusto ver que la mina está muy lejos de haber sido explotada. Logan Halstead es el ejemplo más reciente. Siguen apareciendo vetas. Él mismo es el primer sorprendido de verse donde se ve. Hasta hace nada, como quien dice, él era un chaval de Metallica, Deep Purple y Black Sabbath. Rock and Roll y metal, y por supuesto Waylon y Merle, que están siempre por encima de todo. Pero claro, en la época que le ha tocado vivir, el country es Jason Aldean y Luke Bryan, mierdas así, mucha soplapollez sobre camiones y cervezas, música de encefalograma plano. Y es en medio de ese panorama donde surge él, un panorama condenado al silencio. «Nadie habla de nosotros», con «nosotros» se refiere a la gente de su terruño. Pero vivir en esa penuria, rodeado de tales tribulaciones, es lo que le ha dado esa «sabiduría sobre la vida, si quieres llamarlo así». Él lo tiene claro y lo transmite su voz: «Tuve una infancia de mierda, pero no la cambiaría por nada». Sus canciones nacen precisamente de esa tensión entre el orgullo, el sentimiento de pertenencia y el anhelo por algo mejor. Al oír a gente como Sturgill Simpson, Tyler Childers y Nick Jamerson cantar sobre esa zona y esa desdicha, dignificar esas vivencias, se dio cuenta de quién era y de lo que quería hacer. «Vale, no está mal ser quien eres, un chaval pobre de los Apalaches que no sabe más que de carbón». Paletos descalzos y desdentados, así los ven desde fuera, pero eso está cambiando. La gente está empezando a escuchar sus historias. En sus canciones hay mucho de esa lado oscuro: la minería, las drogas, la pérdida y los estragos. Pero hay también un humor negro (humor de carbonilla) y el mero hecho de poder cantarlo, de sacarlo a la luz en un disco como este, ya es un paso hacia la salida (el canario sigue vivo en el túnel). «Tengo tendencia a hacer que una canción muy triste suene alegre o divertida —dice—. Tengo letras oscurísimas». Lo suyo, como dice en «Mountain Queen», es «bailar en la oscuridad siguiendo la melodía de un banjo». Un nuevo flautista de Hamelín para las ratas de las minas de los Apalaches.