The Alabama State Troupers Road Show
(Man in the Moon Records, 2016)
Poco menos que un milagro. Este disco, publicado en 1972 en doble vinilo, y reeditado en doble CD en 2016, consta, más solo que un hongo, casi como una nota al pie de una nota al pie de una nota muy al pie de página, casi pisada por el pie de página, en la historia del rock and roll. Hoy se lo explicas a un crío (y no tan crío) y te mira raro, es casi como hablarle de los etruscos (o de los videoclubs). Todo suena hoy a despropósito, desde la existencia del mismo grupo hasta la grabación del álbum. A más de medio siglo del suceso, la cosa resulta inexplicable, muy dinosauria, muy de diplodocus pastando en el llano con la glaciación a la vuelta de la esquina, ya refrescando. Están los huesos que lo atestiguan, sí, parece ser que existieron criaturas tan descomunales y tan vegetarianas, pero lo creemos sin demasiada fe, sin entusiasmo, no pondríamos la mano en el fuego (aunque den muy bien en pantalla). Desde hace ya años es impensable que una gran compañía discográfica (los viejos tiranosaurios que fueron perdiendo el apetito y se volvieron sobrios y veganos) organice una gira a una banda de quince componentes liderada por un músico de blues (esto ya puro fósil del final del Pérnico o del Carbonífero, especie de batracio, pez óseo o sinápsido, que ni los paleontólogos te sabrían datar) de setenta y ocho años y dos cantantes prácticamente desconocidos: uno de ellos Don Nix, al que suele citarse, las escasísimas veces que se le cita, como «una de las figuras más oscuras del soul y el rock sureños» (su libro de memorias Road Stories and Recipes, dicen que es gloria bendita); la otra, Jeanie Greene, cantante de sesión salida de la RCA Victor de los tiempos de Chet Atkins), con bolos a pelo puta, un dólar cincuenta la entrada (vamos, que ni Jose Luis Carnes), que fue lo que hizo Elektra Records en el 71 con los Alabama State Troupers (que grabaron este disco en directo y ya). Nix estuvo muy vinculado con Stax y llegó a hacerse muy colega de Leon Russell, de cuya Electric Horn Band tomaría la idea para montar su inminente proyecto en vivo, su inminente locurón, después de los dos discos en solitario (In God We Trust y Living By The Days) que grabaría en los míticos estudios Muscle Shoals Sound de Alabama. La vibrante amalgama de rock, R&B, blues, country y gospel que se estilaba por aquel entonces, gozaba del beneplácito de las grandes compañías, así que a Don Mix no le resultó muy difícil montar su fugaz sarao con músicos de Memphis y de Muscle Shoals, mitad y mitad, «me los pone pa llevar». Dos baterías, dos guitarras, dos teclados, bajo, seis coristas, coro baptista y, como diría mi abuela, «la tía Perica en to lo alto». El circo entero. A Jeanie Greene ya la conocía de haberle producido su primer álbum (Mary Called Jeanie Greene). El tercero en discordia para liderar la feria sería su viejo amigo septuagenario, Furry Lewis (que ya había hecho cameos en sus dos discos en solitario mentados unas líneas más arriba), leyenda oscura de Memphis, puro Delta, casi un secreto entre los aficionados al género, con varios discos acústicos grabados entre 1927 y 1929, redescubierto por el folclorista Sam Charters en el 59 y revivido en los sesenta, cuando lo del blues revival. La caravana calentó motores en Louisiana y puso rumbo a la Costa Oeste. La cosa se abría con el viejo Lewis, con su pata de palo y su acústica, sentado en una mecedora sobre una antigua alfombra persa. A los pocos minutos tenía a las multitudes hippies metidas en el bolsillo. Como se dice de los actores: robaba la escena. A la mitad de la primera canción, todo el mundo estaba en pie con una sonrisa tatuada. Luego entraba el combo eléctrico de los Troupers y empezaba la fanfarria, que acababa siempre con el «Going Down», del propio Mix, un tema que grabarían los Moloch de Memphis y que con el tiempo llegaría a conocer gloriosas versiones de Freddie King, Jeff Beck, Deep Purple, JJ Cale, Marc Ford, Pearl Jam, Gov't Mule, The Rolling Stones, Stevie Ray Vaughan, Joe Satriani, The Who, Led Zeppelin, Joe Bonamassa, Sturgill Simpson y, otra vez, a modo de etcétera, «la tía Perica en to lo alto». El álbum se grabó durante los bolos de Pasadena y de Long Beach, California. Algún marciano de Elektra lo vio clarinete y grabó en surco aquella magia que estaba llamada a desaparecer al momento (duraría lo que duró la gira). Ya se estaba cociendo la edad dorada del Rock Sureño. Ochenta y dos minutos encapsulados de pura energía. Con sus silencios, sus tanteos, sus requiebros, a cascoporro y apenas editado. Hoy impensable todo: la banda, la oportunidad, el momento, el concepto. Luego, ya digo, se extinguieron. Vino la glaciación. Y en esas andamos ahora. Ya nadie tiene tiempo para esto. Para sacar la nevera portátil petada de cervezas, darle al play, silenciar el móvil, sentarse en la mecedora y descubrir el fuego. Música de cuando aún se daba cuartelillo en el mainstream al clan del oso cavernario. Una joya rarísima. Un mosquito preservado en ámbar. Parque Jurásico.