Boomerang Town
(Folk N' Roll Records, 2023)
Se veía venir. Este disco, tarde o temprano, iba a acabar ocurriendo. Esta mal decirlo, porque se dice mucho y, al final, de tanto decirlo, la cosa acaba perdiendo gravedad y verosimilitud, pero es cierto y lo tengo que decir: aún no hemos recorrido ni la mitad del año y ya me atrevo a afirmar que nos encontramos ante uno de los mejores discos del año, directo al podio y sin despeinarse. Y como ya decía, ha sido un largo camino, mucho pico y mucha pala, un camino tortuoso, además, nada fácil, pero se veía venir. La primera señal de alarma se cifraba con toda claridad en The Congress House Sessions, el EP de marzo de 2021 en el que Jaimee Harris revisitaba siete de las diez canciones de Red Rescue, el álbum con el que debutara en septiembre del 2020. Despojadas de la farfolla enojosa, las canciones, al desnudo, nos devolvían la emoción y la intensidad de aquella impresionante interpretación que hiciera del tema «Snow White Knuckles» para la Folk Alliance International Conference de Kansas City, Missouri, en febrero de 2018, probablemente uno de los vídeos de YouTube que más haya visto un servidor en los últimos cinco años. Con sus gafas rojas y su tatuaje de la cara de Townes Van Zandt en el antebrazo, me comió el corazón (y me lo sigue comiendo). Pues bien, en las sesiones de Congress House del ya mentado EP se recupera ese espíritu, esa mezcla de fuerza y fragilidad que imprimía en aquel glorioso vídeo. La pandemia la pilló en medio de todo ese proceso de despojamiento, cumpliendo treinta años y perpetrando directos desde casa con Mary Gauthier, una de las alianzas más felices, entusiasmantes y sugestivas que, al menos para el que esto suscribe, cupiera imaginar. Tiempo para rumiar el pasado, la naturaleza del hogar y los orígenes de la familia, el reconocimiento de las huellas que aquel tiempo pretérito imprimió en su piel, como los tatuajes que cubren su cuerpo. Nostalgia, en efecto, volver a sentir el dolor, regresar al dolor, del griego νόστος [nóstos], «regreso», y ἄλγος [álgos], «dolor». Boomerang Town es precisamente ese retorno, el efecto boomerang de todo lo atesorado y digerido. La cura de las heridas y la cicatrización. Ella, natural de Texas, de una pequeña localidad a las afueras de Waco, ha sido habitante de la soledad y el dolor. Conoce ese lugar, estuvo domiciliada allí. Su abuelo se suicidó cuando ella solo tenía cinco años. La lucha con la adicción también ha estado muy presente en su vida, así como con los prejuicios sociales y personales, sin dar nunca el brazo a torcer ni pedir cuentas a nadie, algo de lo que Mary Gauthier también sabe latín (en el disco, por cierto, hay dos canciones compuestas mano a mano, «How Could You Be Gone» —homenaje a su mentor, fallecido en 2017, el colosal Jimmy LaFave— y «Fall (Devin's Song)»). Por suerte, su padre siempre la apoyó y fue clave en su formación musical; no dudó en llevarla al primer Austin City Limits Music Festival, momento que le cambió la vida para siempre. Podría decirse que fue su caída del caballo camino de Damasco, su momento de «¡Eureka!»: ver sobre el escenario a Emmylou Harris, Patty Griffin, Buddy Miller y Julie Miller tocando juntos, normal que en alguien como ella se prendiera la mecha. Claro que conviene decir que Boomerang Town es un disco que, pese a estar inspirado en su experiencia personal, está lejos de ser una colección de fotocopias autobiográficas. Estas canciones proceden de un lugar al que ella alude como «de verdad emocional». Historias de gente que vive en el filo del cuchillo, entre la esperanza y la desesperación. Trabajos que no conducen a nada (Jaimee trabajó en un Wal-Mart a los diecinueve), sueños rotos, ciudades pequeñas… «Lo que supone pertenecer a la generación posterior al “Born to Run”. La generación de Springsteen tenía sitios a los que largarse. Yo no tengo tan claro que la mía los tenga». Para los personajes de sus canciones, como lo fuera para ella en su día, la fuga no siempre es una cuestión de distancia geométrica. No es tan sencillo. Sus canciones se mueven en ese recinto y, en sus letras, Jaimee deja claro que procede de una larga y fastuosa tradición de escritores tejanos: Townes, desde luego, pero también Guy Clark, Ray Wylie Hubbard y James McMurtry, a poco que me apures, novelistas. En Boomerang Town hay tres canciones que si fuesen cuentos o novelas (en cierta forma lo son) yo no dudaría ni un segundo en traducir y publicar en Dirty Works: «Sam's», «On the Surface» y «Good Morning, My Love», con esos fraseos perfectos que, con su voz, tienen la virtud de ponerte los pelos de punta. Jaimee Harris, y esta es otra de sus virtudes, aún cree en el formato álbum, las canciones se retroalimentan y se reflejan entre sí, conforman un todo. El disco tiene un sentido y una lentitud que, hoy en día, y cada vez más, se echan de menos. Claro que no todo es desesperación y nostalgia. En la oscuridad también hay resquicios para la esperanza. Y de ahí la luz de la emocionante «Love Is Gonna Come Again», compuesta a medias con Graham Weber, una canción que te restaña la herida desde el primer verso. Ya digo que se veía venir. Y lo ha hecho. Está aquí. Y tenía que decirlo, porque es inmenso.