You Had Your Cake, So Lie In It.
(Fat Elvis Records, 2020)
En East Nashville, un par de kilómetros al nordeste de donde la Interestatal 24 gira para meterse en la calle Spring, hay una pequeña casa de color salmón, de lo más anodina, tras cuyas paredes de madera de cedro nadie podría imaginarse las barbaridades que se perpetran y se han perpetrado. El lugar se conoce, quien lo conoce, como The Bomb Shelter, y es uno de los estudios analógicos mejor equipados de la ciudad. A cargo del búnker («The Bomb Shelter», nombre heredado de su primer y humildísimo emplazamiento en un sótano) se encuentra Andrija Tokic, quien, desde que se afincara en Nashville, allá por 2004, viene firmando muchas de las mejores producciones discográficas que se han acometido en «La Ciudad de la Música» en los últimos años, entre ellas, el Dead Flowers con que Caitlin Rose saltara a la palestra y el Boys & Girls con el que debutaron clamorosamente en 2012 los Alabama Shakes (por citar solo dos de sus primeras animaladas). Y allí mismo fue donde Chelsea Lovitt (nacida en Southern Mississippi, mudada a Nueva Orleans y afincada en Nashville, previo paso por Francia) fue a llamar para grabar este You Had Your Cake, So Lie In It, que saldría en 2020 bajo el sello con mejor nombre de todos los tiempos, Fat Elvis Records (Discos del Elvis Orondo). Nueve canciones (treinta y cinco minutos de pura dicha) en las que maceran y cuajan todas las influencias de sus correrías, un estilo que definió muy bien Aaron The Audiophile en una reseña de hace unos años diciendo que por cada momento en que canaliza con Hank Williams y el punto retro-country (como sus colegas Sierra Ferrell, Hannah Juanita, Leo Rondeau y Waylon Payne; estamos hablando de esa liga, esto ya lo añado yo), Chelsea Lovitt dedica otros dos a reventarte la piñata con su sensibilidad punk (o con la falta de sensibilidad y de susceptibilidades que caracterizan el punk). Y es que esa es, precisamente, una de las cosas que más nos pueden gustar de ella: el maravilloso sarcasmo de sus afiladísimas letras, su actitud irreverente. Canciones introspectivas, sí, muchas veces descorazonadoras, pero sin dejar nunca de resultar humorísticas, como queda de manifiesto en esa maravilla que es «State of Denial» el cuarto corte del álbum, un tema escrito en un prado de Delaware, con una armónica, un mes antes de entrar en el estudio, a las cinco de la madrugada, después de haberse pasado horas escuchando a Dylan. «Tenía ambiciones para este disco —dice ella—, la idea de que se viese influenciado por el Blonde on Blonde, por supuesto, que es uno de mis álbumes favoritos, y como lo íbamos a grabar en cinta y, además, en Nashville, me pasé días escuchando obsesivamente el Nashville Skyline. Escribí la canción estando enamorada, casi te diría que por primera vez en mi vida, hasta las trancas. […] Es una reflexión sobre lo que es y lo que no es el amor, y sobre por qué unas veces es un «no poder ser» agridulce a causa de la distancia o de tu propia neurosis, que se interpone». En el vídeo, rodado por Joshua Shoemaker, ella va con la furgo de la banda por Nashville repartiendo flores, haciendo feliz a la gente, mientras canta sobre el desgarro de verse separada de sus seres queridos. La música de Chelsea es una mezcla hilarante, genial, de insolencia, arrogancia, fanfarroneo y desafío, con sus buenas dosis de rockabilly, de eso que algunos llaman country psicodélico (que yo no sé muy bien qué cosa es) y la fuerza lírica en las letras del folk de los sesenta. Es muy difícil no enamorarse de ella. De chiquitilla se quedó prendada como una boba del mejor amigo de su hermano mayor (básicamente porque tocaba la guitarra), que le regaló su primer CD, nada menos que de Ace of Base, ja, ja, ja, ja (se parte la caja ella al contarlo y me la parto yo contigo). Pero su verdadero flechazo fue (de nuevo) John Prine (en octubre de 2022 ya la cosa se enmendó, pero en una antigua entrevista ella no podía entender qué cojones pintaba Kid Rock en el Music City Walk of Fame, mientras John Prine seguía sin estar). Su primer concierto fue uno de Lynyrd Skynyrd en la Sala Polivalente del condado de Forrest (Mississippi), al que asistió con su grupo de catecismo; tenía doce añitos (esas cosas marcan, inevitablemente). Para tomar café, en Nashville, te recomienda el Bongo Java, en Five Points, y para pizza, el Five Points Pizza. Donde más le gusta ir a tocar en el Dee's Country Cocktail Lounge, que considera como su casa, entre otras cosas porque la dejan entrar con su perro. Y, por si todo esto no te ha convencido aún de lo fantástica que es y de lo mucho que la necesitas en tu vida/tocadiscos, ahora anda enfrascada en la concepción de un spaguetti western distópico con mucho tema instrumental que cuadraría perfectamente en una peli de Tarantino o de los hermanos Coen. Claro que sí.