Okemah Rising
(Dummy Luck Music, 2023)
«E la nave va», sí, pero va mal. Va como el culo. Va directa al iceberg. Y no es que sea cosa nueva ni de aquí solo, es una deriva general, la deriva de los tiempos, si se quiere, Europa no supo, no quiso o no pudo aprender la lección, y aquí, claro, como siempre, lo mismo, pero en cutre, lo que resulta aún más desolador (con nazis de baratillo), y ya no solo por ellos, sino por quienes los eligen, que se llaman Legión, porque son muchos (de Madrid al cielo, o al cieno, que es lo mismo). Lo de estas últimas elecciones, sin ir más lejos (apenas han pasado cinco días), es como para entrar en el bar (en mi caso el Parnasillo del Príncipe, Guinness bien servida y madera robusta de pino) y ya salir solo con los pies por delante y el testamento resuelto, porque el desencanto y la devastación parecen de todo punto inevitables, el iceberg está ahí, lo llevamos viendo desde ya ni se sabe, y ahora hasta nos sonríe y nos saluda. No hay vuelta de hoja: toca descrismarse. Pero, por suerte, están, vienen estando desde hace veintisietes años, los Dropkick Murphys, que en 2022, con su This Machine Still Kills Fascists, vinieron a recordarnos que aún queda espacio para la resistencia y la revuelta (vamos, para descrismarse mejor, dándole un girito a la máxima de Beckett), y que Woody Guthrie, hasta en sus letras inéditas (mejor dicho: aún más en sus letras inéditas), siempre ha sido, y sigue siendo, el más punki de todos. Aquí reseñamos el Okemah Rising, que acaba de salir, secuela del anterior, también desenchufado, con más letras inéditas y la misma rabia, pero, en el fondo, lo que venimos a reseñar son los dos discos, porque se trata del mismo impulso y el mismo ánimo, inmensamente poético, bello, bellísimo, de darle un puñetazo a un fascista, «nazi-stomping fun», el gozo y la diversión blue collar con que nació este grupo de irlandeses de Boston, allá en 1996, todo muy de salir de la fábrica, meterse en el bar y cagarse en los muertos de quienes nos pisan. Una pinta de Guinness en la mano, cualquier canción de cualquiera de estos discos y la voluntad y el júbilo imbatible de estrellarle el vaso (una vez vacío) al primer nazi que se nos cruce. Y quedarse uno luego tan a gustito. Nos vamos, de acuerdo (hijos de la gran puta), pero antes vais a sangrar, os van a quedar graves secuelas y os vais a tener que pagar (por lo privado, os jodéis), bien de traumatólogos y cirujanos. Al Barr, el líder vocalista de los Dropkick, no pudo estar porque tenía que ocuparse de su madre enferma, así que el grupo hizo piña para esperarle y, para entretenerse, se fueron a Okemah, hablaron con Nora, la hija de Guthrie (que les suministró un montón de letras inéditas de sus archivos y que ejerce, además, en sendos álbumes, de productora ejecutiva) y se fueron directos a Tulsa, a The Church, el estudio de Leon Russell, a grabar estas veinte canciones (contando las de los dos álbumes, que, como los buenos discos punk, apenas rozan los treinta minutos), estas veinte granadas de mano. Y hay que decir que Guthrie nunca había sonado tan bien (ni siquiera en manos de Bragg y Wilco, que perpetraron, con sus más y sus menos, aquel prodigioso Mermaid Avenue y sus secuelas). En manos de estos maravillosos alborotadores, estibadores tatuados y llenos de cicatrices del río Mystic, la fuerza, la honestidad y el humanismo de Guthrie, encuentran el molde perfecto. Aquí hay revulsión, resistencia y energía, como nunca antes. Sin preciosismos, ni susurros. Aquí se va a la huelga y se cantan consignas, pero también se revientan farolas, y no precisamente por el itinerario convenido por la policía. Aquí no se calla nada y no hay mordaza que valga. A la fiesta de este segundo round (al igual que en el primero se unieron Evan Felker, de los Turnpike Troubadours en «The Last One», o Nikki Lane, en la adictiva «Never Git Drunk No More») se suman los Violent Femmes («Gotta Get To Peekskill»), Jesse Ahern («Rippin' Up The Boundary Line») y la maravillosa Jaime Wyatt en «Bring It Home» (decir que la versión Deluxe del disco anterior cuenta con unos cuantos temas extra grabados en vivo en el Ryman Auditorium, entre ellos el dúo con Nikki Lane, aquí interpretado en su lugar por Jaime Wyatt, y a ver quién es el guapo o la guapa que se atreve a decir a quién quiere más, las dos inmensísimas). Son, sin duda, los discos que estábamos necesitando en estos momentos. Una inyección de ánimo caída del cielo. Guthrie más vivo que nunca. Así que ya pueden echar a correr Hitler y sus Hitleritos: «La chavalería fascista se piensa que es el doble de dura, / pero no es lo bastante dura. / Dadme una ametralladora y compondré una canción. / Me pasaré la noche entera tocándosela a Adolf. // Echa a correr, Hitler, / porque vamos a por ti». Y si nos arrolla el tiempo, que, al menos, se acuerden de nosotros. Ya dije que solo saldremos de este bar con los pies por delante. Y las macetas de la Ayuso, en el balcón, muy bonitas, sí, perfectas, para el calentamiento global (que llevo encima) y, como decía Burroughs, para arrojárselas a la policía. Okemah rising. «No surrender»… Y oye, mira, ya que vas al servicio, mientras yo le voy poniendo el punto final a esta reseña, pídete otra ronda de Guinness, que estas ya están devastadas y tristes.