All In: Unreleased & Rarities (The New West Years)
(New West Records, 2024)
Los prólogos, salvo poquísimas excepciones, son como las mierdecillas esas que ponen a veces en los platos, a modo de decoración, ante las que uno, con mala cara, no puede evitar preguntar: «¿Esto se come?». Normalmente no, suele ser una cosa correosa y bastante insípida, aunque dependerá del hambre que uno tenga, supongo, o de lo desconsolado que esté. Lo que no mata engorda, dicen. Aunque a veces, casi siempre, es preferible morir, pero nos faltan arrestos. Y entonces vas y te lo comes. Pero lo peor es que, de un tiempo a esta parte, el prologuista, ese insecto que ya ha adquirido categoría de oficio (porque con lo de ocuparte solo de lo tuyo no llegas), ha adoptado además la costumbre de aprovechar el escenario para hablarnos otra vez de sí mismo: de cuando él estuvo allí (por supuesto, antes que todos los demás), de cuando él lo conoció (en persona), de cuando él lo descubrió (cuando nadie hablaba de ello, ni siquiera en su país), y de cuando él blablabla… Por eso me daba mucho apuro «prologar» esta reseña con algo personal, como dándome pisto, pero luego leí lo que apunta Jenn Marie Earle, la viuda, en las notas del disco, y me he sentido autorizado. Porque ese era precisamente el efecto que producía Justin Townes Earle en la gente: «uno de los aspectos de su arte es que lo convertía en una persona con la que muchos sentían que tenían un vínculo íntimo al escuchar sus canciones». Y de ahí que quiera rememorar el derrumbe de aquella noche fatídica del 20 de agosto de 2020 en que me saltó a bocajarro la noticia de su muerte (sobredosis de fentanilo mezclado con cocaína; eso se sabría más tarde, aunque ya en ese momento podíamos habérnoslo figurado: desde los doce venía automedicándose). Recuerdo perfectamente el momento, la hora exacta, dónde me encontraba, qué estaba haciendo, qué había cenado y quien fue la primera persona a la que llamé desolado (una amiga insomne que estaba lejos y a la que también le sentó la noticia como un tiro). Justin Townes tenía treinta y ocho años, había sido padre hacía tres, y estaba en su mejor momento artístico. Y, claro, ¿cómo no pensar en aquel increíble concierto en La Boite, cuando vino con Jubal Lee Young (hijo de otra leyenda), en la época en que no tenía grabado más que aquel EP portentoso, Yuma (2007), y, desde el primer acorde, nos sedujo a todos los presentes —lo que tampoco es decir mucho, porque aquella noche no llegamos ni a quince—? Su último disco fue The Saint of Lost Causes, apenas unos meses antes de entregar la herramienta. Y nos resultaba imposible pensar que se nos había cerrado para siempre el grifo de sus canciones. Su legado, aun así, con sus ocho discos y su primer EP, es imborrable. Pues bien, aparece ahora este All In, que no es, ni mucho menos, lo que esperábamos, pero es, a la vez, tantísimo. Algunas de las cosas, ya las conocíamos, como la versión de Springsteen («Glory Days»), que apareció en el Dead's Man Town: A Tribute To Born in The U.S.A. (2015) y la de John Prine («Far From Me»), del increíble Broken Hearts & Dirty Windows: Songs of John Prine (2010). La versión de «Graceland», de Paul Simon, ya la habíamos escuchado también por ahí, en digital, aunque supusiera un hueco lacerante en nuestra colección, porque salió en un 7' de edición limitada que se nos escapó y que incluía en la otra cara el tema «Maybe a Moment», el single de su penúltimo álbum, Kids in the Street (2017). El resto, inéditos y rarezas, funciona en realidad como un álbum de descartes de The Saint of Lost Causes. Bonus tracks que no llegaron a incluirse en el disco y demos crudas, entre las que destacan las seis primeras, inéditas, puro esqueleto, grabadas a lo vivo en su casa, él solo con la acústica y el vacío insondable que lo atenazaba. Para el neófito, será, me temo, un disco duro de roer. Para sus devotos, oro puro. Las fotografías, como siempre, corren a cargo de su viejo amigo y colaborador, el inmenso Joshua Black Wilkins. Existe una edición especial en vinilo (doble), para quien lo gaste, con un libro de fotos de 52 páginas. Nadie captó como Wilkins el alma atormentada y candorosa de este inmenso artista que fue amigo tuyo y mío, y de todos los que lo escucharon alguna vez y lo seguirán escuchando siempre.