Richard Buckner
(Overcoat Recordings, 2002)
No sé ni por dónde empezar. Quizá por lo más reciente. Black Sparrow Press, por la que siempre he sentido especial devoción, la mítica editorial de John Martin, fundada en 1966, con aquellos diseños y tipografías increíbles, donde comenzaron a editarse los libros de Bukowski, Fante, Bowles y la Berlin (mucho antes de que la descubrieran los modernos hace unos años). Recuerdo buscar sus libros por las librerías de viejo de Chicago, ya a precios delirantes. Pero la cosa sigue milagrosamente en marcha, en manos ahora de Joshua Bodwell, de la editorial Godine, designado por el propio Martin para continuar con su legado. Y, hace tres años, nos pilló a todos con los calzones bajados con la publicación de Cuttings from the Tangle, el primer libro de Richard Buckner, a quien también llevaba un servidor admirando desde hacía muchísimos años, desde que el «one and only» Jesús Llorente me lo descubriera en una de aquellas noches alcohólicas y narcóticas de la oficina/zulo de la calle Pez, en la época en que entré a colaborar con la gente de Acuarela Libros con la traducción del Man in Black de Johnny Cash, con idea de iniciar una nueva línea de narrativa que inaugurarían Harry Crews y Óscar Zeta Acosta, sesiones maratonianas de asombros y descubrimientos, con Lee Ranaldo al fondo, antes de que todo se fuera al carajo con la intromisión de los feos (en cuyas manos languidecen hoy los restos). Llorente trajo un par de veces a Buckner a tocar a España. El libro de Black Sparrow Press es puro Richard Buckner. Suena a lo que es, a lo que siempre ha sido. Tres décadas de perderse por los desvíos y las carreteras secundarias de Estados Unidos, por lo general solo, con poco más que sus guitarras y sus cuadernos de notas, apuntando lo que ve, siente y encuentra. Poemas en forma de relatos (como sus canciones), paredes finas de motel, ecos de pasillos, horas felices y de cierre de bares infinitos, la aguja y el vaso, aparcamientos, paradas de camiones, reservados de cantinas, oportunidades perdidas y encuentros casuales. Justo lo que se esperaba, tanto de él como de la editorial que lo acogía. El mismo hombre que, en 1996, camino de Tucson, Arizona, adónde se dirigía para grabar lo que acabaría siendo el Devotion & Doubt (1997), su segundo álbum, con gente de Giant Sand y Calexico (después del Bloomed, que le produciría nada menos que Lloyd Maines en Lubbock, Texas, año 1994), se metió una semana en aquel viejo garaje convertido en el Motel del Rancho Olancha, un lugar polvoriento cerca de la boca del Valle de la Muerte, entre Lone Pine y Dunmovin, California, sin teléfono ni televisión, solo con la guitarra, una grabadora de cuatro pistas y un ejemplar de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters. Le puso música a unos cuantos poemas de ese libro inmenso y los grabó en una cassette que luego olvidaría en algún sitio para que, cuatro años más tarde, los encontrara un buen amigo, de pura chiripa, en la guantera de su camioneta. Por aquel entonces, Buckner andaba con bloqueo y la reaparición de aquellas grabaciones le dieron el espaldarazo que necesitaba para volver a ponerse en funcionamiento. De ahí surgiría entonces The Hill (2000), con la incorporación de Joey Burns (violonchelo y contrabajo) y John Convertino (percusión), de Calexico, resucitando las voces de los viejos residentes de Spoon River. Una maravilla que también ha conocido recientemente una justísima reedición. Y dudo que hagan falta más credenciales para presentar a este monstruo. En 2002, vería la luz este disco homónimo que hoy hemos querido rescatar, porque es Richard Buckner en su máxima pureza, un álbum que grabó en 1996, en San Francisco, autoproducido y totalmente acústico (con canciones que luego reaparecerían más arropadas y producidas en otros discos) y que, hasta entonces, solo se conseguía en sus conciertos. Es lo más parecido que ha grabado a cómo suena en directo. La atmósfera envolvente que crea con su voz y su guitarra. Esa calidez que te pone los pelos de punta. Desde el primer tema, «On Traveling», uno sabe que se encuentra en buenas manos para atravesar los paisajes devastados y sombríos de Estados Unidos. La noche del desierto. El último bar. Los aullidos. «La magia y la pérdida», que diría aquel otro monstruo de Nueva York. Un disco y un compañero imprescindibles.