Golden Gate
(Rounder Records, 2023)
En el momento en que me pongo a escribir estas líneas, los pronósticos advierten que se espera que otra ronda de vientos de Santa Ana se desate a principios de la semana que viene. California sigue en llamas. Por ahora son ya veinticinco muertos y docenas de personas desaparecidas. La devastación que están dejando los incendios en Los Angeles está siendo aterradora. Por eso he querido reseñar hoy esta obra maestra que le produjo Shooter Jennings en 2023 (con el inmenso Ted Russell Kamp al bajo) a Logan Ledger, el artista de la zona de la Bahía, su segundo álbum, un emotivo homenaje al «estado dorado»: California. El primero, homónimo, otra barbaridad, se lo produjo T Bone Burnett, con Marc Ribot a la guitarra y la misma banda que participó en el Raising Sand de Robert Plant y Alison Krauss. Canciones sobre el océano, las celdas abandonadas de Alcatraz («The Lights of San Francisco», coescrita con Steve Earle), cuartuchos sin sueños y calles desoladas en mitad de la noche, con su punto surf y su sonido californiano años sesenta, pero en tonalidades menos luminosas (en oposición/contraste a lo que Jimi Hendrix llamaría «the western sky music», el soleado folk-rock originario de aquellas latitudes, Laurel Canyon y sus avatares). Ahora vuelve California con muchas de sus inefables cualidades: su idealismo salvaje, su incómoda imprevisibilidad y su infinita promesa de renacimiento y renovación. La oscuridad (el country noir) queda esta vez atrás y la cosa se inspira más en la escena country-rock califoniana de finales de los sesenta y principios de los setenta. Empieza sinfónico, a lo grande, y por momentos se detecta da sombra de Roy Orbison. El propio Ledger dice que su aproximación a la música surge de un impulso arqueológico. Como un antiguo soñador de la fiebre del oro, Ledger se adentra en las minas y acude sin ocultarlo a las grandes vetas: el western swing de Cindy Walker, el No Other de Gene Clark, las leyendas del sonido Bakersfield (con Buck Owens a la cabeza), el pop barroco e iconoclasta de Scott Walker y todo el catálogo de folk oscuro y excéntrico recopilado en su día por Harry Smith, por citar, como dice él mismo, solo unos pocos. De todas formas, se puede decir que de casta le viene al galgo, dado que la criatura aprendió a tocar la guitarra a los doce añitos y, no mucho más tarde, empezó a componer canciones. Su abuela fue una buena dealer, de ella le viene la pasión por Doc Watson y Mississippi John Hurt. También por Elvis, Orbison y los grupos vocales de R&B como The Platters. Enseguida amasó una ingente colección de CDs del sello Smithsonian Folkways y, nada más entrar en la universidad de Columbia, ya estaba presentando un programa de bluegrass en la emisora del campus (aparte de tocar en varias bandas de «música montañosa»). Varios años después de graduarse, se ubicó en Nashville y comenzó la proverbial travesía por bandas de versiones y bares locales. Hasta que, por los azares de la vida, llegó una demo de «Let The Mermaids Flirt With Me» (que acabaría siendo el tema que abriría su primer álbum) a manos de T Bone Burnett, y todo comenzó a encauzarse. Este Golden Gate es, como decíamos, otra historia, California, sí, pero una California más luminosa (aunque no menos melancólica). «No me gusta hacer lo mismo dos veces. En el futuro puede que haga un álbum muy loco de western swing, o de country-pop de los ochenta, sea lo que sea, será combinando diferentes épocas y estilos, perpetrar híbridos extraños, eso es lo que me gusta. No soy un purista y no tengo ningún interés en repetir el pasado. Ya veremos lo que nos depara el futuro.» Y se ríe. El «Golden State» brilla en todo el disco. Desde el tema que le da título, hasta el «All The Wine in California» («ni todo el vino de California podrá ahogar mi memoria / puedo poner un océano de por medio / pero nunca seré libre») y el «Midnight in L. A.» (con el propio Jennings al piano, el Wurlitzer y el B3). «Como exiliado de California, todo esto tiene que ver también con el fin de la mitología del Golden Gate, esa idea de California como una tierra de abundancia donde todo son rosas. Hay, definitivamente, mucha tristeza, pero persiste la esperanza de que el final del viejo sueño deje el campo abonado para el nacimiento de uno nuevo.» Hoy todo arde, sí, y la cosa pinta bastante mal, pero otros incendios anteriores nos han demostrado que, después de las cenizas, todo reverdece. Esa es la esperanza que ha de enardecer el ánimo de los que luchan al pie de las llamas. Y, ya que estamos, aprovecho para mandar un fuerte abrazo a mis buenos amigos californianos, Mike Beck y John Dofflemyer, héroes de mis viejas Apacherías, voces que, con otras muchas, constituyen la verdadera mina de oro de aquellos valles. Santos Bohemios de la vieja escuela de John Steinbeck. Mucho ánimo, y mucha fuerza.