Rhinestoned
(Love Big & Thirty Tigers, 2024)
Estaba el Interpretations, de 2022, que incluía sus gloriosas versiones del «Jolene» de Dolly Parton, el «Spanish Pipe Dream» de John Prine (tremenda) y el «Lady May» de Tyler Childers (que fue la que incendió las redes y la llevaría a acometer el resto de las versiones, haciendo un total de siete). Nos ganó de calle. Y eso es lo que, según parece, ha venido haciendo con todo el que la oye (ganárselo) desde que a los dieciséis años, en el suelo de su habitación, en Richmond, Virginia, empezó a hacer canciones, algo no tan sencillo como pudiera parecer a primera vista (lo de ganarse a la gente de calle, lo de hacer canciones también), porque Maggie Antone, tras su aparente vulnerabilidad, no canta de cosas cómodas ni tiene pelos en la lengua. Es muy mal hablada, y eso nos gusta siempre (será por hermanamiento, defecto congénito nuestro, herencia de Cela y Umbral, vaya usted a saber). Nos gusta la gente que llama gilipollas a los gilipollas, sin morderse la lengua. Maggie lo hace. Porque no está la cosa para andarse con remilgos. No hemos venido a esta fiesta para caer bien a nadie, sino para caer bien al suelo, a ser posible sin hacernos demasiado daño (recuerdo que en la escuela de arte dramático había una asignatura de lucha escénica en la que, precisamente, uno se entrenaba para eso, para caer con soltura, para despeñarse bien, un rollo muy de especialistas, de dobles de acción, un poco como aquello que decía Beckett de «fracasar mejor», básicamente hacer callo, para ir tirando). Rhinestoned es un álbum de historias, confiesa ella misma en el texto del disco (que viene acompañado, además, de una ilustración de la artista Annmarie Young para cada canción, lo que lo hace aún más goloso que la música comprimida hasta el estreñimiento en la charcutería de tu plataforma favorita), basadas en hechos reales, aunque en algunos momentos haya tenido que forzar un poco la verdad, porque no está dispuesta a dejar que la verdad se interponga en una buena canción (un poco aquello de El hombre que mató a Liberty Valance de que cuando la leyenda se convierte en realidad, hay que publicar la leyenda). «Este es un disco para los que aman fuerte y no parecen recibir a cambio lo mismo, para los que tienen el corazón roto y nunca se les otorgó la oportunidad de cicatrizar, como merecían». La cosa empieza con «Johnny Moonshine», un personaje inventado que, de ser una persona real, dice Maggie, sería su pareja ideal, su alma gemela, porque le gusta beber, fumar (porros) y pasarlo de puta madre (castigarse gozosamente). Le sigue «One Too Many», donde sigue subrayándose esa voluntad de incendiarse («Jack Daniel's me saca de casa y Johnny me trae de vuelta», ese momento mil veces repetido de despertarse bajo un techo extraño, en cama ajena, con una sensación pesarosa de vacío y amarga ansiedad, sin recordar ni una sola cosa de lo acometido por la noche, pero convencida de que si se acordase sería mortificante; «cometes el crimen, cumples tu condena, / juras ante Dios que nunca volverás a beber, / y entonces llega el viernes por la noche, / y mírate, ahí estás, bebiendo otra vez»). En «Everyone But You» deja claro que «no escribe canciones de amor / porque no quiere tener que cantarlas cuando el amor se haya acabado». A continuación, en «Mess in Texas», elige su patria adoptiva, nada como Texas (más grande y mejor), el estado de la estrella solitaria, para, harta de coleccionar «exs» por Kentucky, Arizona, Alabama, Missouri, Mississippi, Georgia y Carolina, volver a descrismarse (o no) en un nuevo rodeo. En «High Standards» da un paso al frente y se propone no volver a caer (ni por aburrimiento) en las redes de ningún hijo de puta como al que se dirige en la canción, con todas «sus gilipolleces y sus chistes misóginos», y lo que es aún peor, su lamentable gusto musical: «un pedazo mierda» que la cogió en horas bajas. Igualito que el de «Suburban Outlaw», ese que iba de forajido, a lo Waylon o David Allan Coe, y que no era más que «basura redneck suburbial» que se creía muy machito, muy «man in black», pero no dejaba de ser un puto sociópata y que al final le ha dejado esa rémora de ponerse a temblar cada vez que ve una rosa tatuada («No hay nada peor que haberte querido, ¿quién no lo sabe? / Quisiera golpearte donde duele y ponerte a dos putos metros bajo tierra. / Me abandonaste en el frío, me dejaste en la piel y los huesos. / No soy tu chica del calendario, a la que puedes poseer y domar. / Espero que mueras solo y que coseches lo que has sembrado»). En «I Don't Wanna Hear About It» Maggie se lamenta de una pérdida, en el estribillo le desea a su apuñalador que sea feliz y que le vaya bien en la vida, reconoce que no lo odia, pero, aun deseándole que obtenga todo lo que se proponga en la vida, no quiere volver a saber nada de él. En «Me & Jose Cuervo» sobran las palabras, es la canción de amor perfecta. En «Rhinestoned» se define a sí misma y a todas las que como ella, no necesitan a nadie, encienden el motor y pisan el acelerador, y arrancan el retrovisor para no volver a mirar atrás. Y la cosa acaba con «Meant To Meet» que habla de ese sino de los románticos empedernidos, condenados a encontrarse, pero no a estar juntos. Guerreros de la fiesta antigua. Yo ya me he enamorado de ella, ¿y tú? Que nunca nos falten los «ángeles de los honkytonks».