MOSES CROUCH

Earth Music

(Riverlark Music, 2024)

Este disco de Moses Crouch es un disco de Moses Crouch, esto es, solo de él, él solo con su voz y con la acústica, y con el banjo en tres temas (bueno, y con su «sensei» Andy Cohen, dejando el violín de lado en beneficio de otra guitarra, para el «Banjo Blues»), él solo y la vieja religión. Hay un solo tema suyo, «Plenty Different Women Blues» (compuesto bajo la tutela fantasmal de R. L. Burnside y Doc Boggs), el resto forma parte del viejo cantoral: Sonny Boy Williamson, W. McTell, Fred McDowell, Furry Lewis, Shade P. Williamson y compañía. En la dedicatoria no deja lugar a dudas, es un disco suyo, solo de él, pero él nunca viaja solo, él contiene multitudes (llamadle Legión). Da gracias a los dos Maestros (con mayúscula) que aún siguen en pie: George Clinton y Sly Stone, y, a renglón seguido, también a los viejos Maestros Negros (también así, con mayúsculas), a los predecesores y sus descendientes, los que originaron, cultivaron e hicieron eterna la música, el lenguaje y el mundo «que me dio vida y propósito». También da gracias a la que considera su Meca de la música, Memphis. Y acaba el texto soltando una suerte de mantra: «El Blues es Negro, el Funk es Folk. No hay nada nuevo». Que se llame Moses puede que no sea una cuestión tan baladí. El disco, al final, es eso, una invocación. La de todas esas voces que lo habitan. Blues en estado puro (sin aderezos) y en estado (también) de gracia. Música terrenal, como anuncia el título, para que nadie se llame a error. Aquí se sirve y se toca así. Memphis es su hogar. Es la ciudad que le ha dado forma e inspirado a lo largo de toda su vida. Él no puede sino sentirse orgulloso de vivir en el lugar que ha venido a conocerse como «El Hogar del Blues» y «La Cuna del Rock N Roll». El sitio al que llaman «Soulsville USA». Eso te curte (o te destroza). De lo que se come se cría (a veces, porque hay gente que ni con esas). Dice Moses que siempre es una lección de humildad caminar por las mismas calles y visitar los mismos sitios que las leyendas y los pioneros de la música y la cultura que ahora son omnipresentes en todo el planeta. Él tuvo la oportunidad de ver y colaborar con los inmensos músicos que influyeron a generaciones enteras y que siguen siendo relevantes aún hoy. También —nos cuenta—, pasó tiempo al otro lado de la frontera, en lo que se conoce como North Mississippi (los condados de Alcorn, Itawamba, Lee, Pontotoc, Prentiss, Tippah, Tishomingo y Union). Frecuentó los juke joints y los pícnics donde el hill country blues se sigue tocando, tanto por los maestros supervivientes como por sus vástagos. Es, asimismo, una cuestión de actitud, que te acojan en el seno de esa comunidad. La música se presta, porque es un idioma universal (sin sintaxis para mentir). Allí estableció vínculos con músicos que llevaba venerando desde que era un renacuajo. Comenzó a tocar en festivales y en jams, poseído por el espíritu de quienes lo inventaron. Hay que sentirlo para vomitarlo. No se puede enseñar. El blues, dice Moses, tiene que ser medicinal, espiritual, radical y visceral. Si no, es otra cosa, ni peor ni mejor, simplemente otra cosa. Y ha de ser tan efectivo para el que lo toca como para el que lo escucha. No como esos actores de método, tan sentidos ellos, que padecen mucho, que lo sufren como auténticos ecce homos, pero sin que nadie se entere en el patio de butacas, desde donde solo se ve a un tipo estreñido. Transmite quien puede, no quien quiere. Moses Crouch, con este disco, espera transmitir y hacer sentir toda esa procesión que le va por dentro. Empieza con un tema («Newport News Blues») que grabó la Memphis Jug Band en sus primeras sesiones de 1927. Luego el menú sigue con un blues estilo Georgia, («No-No Blues»); un blues montañés, hillbilly, con guitarra de doce cuerdas («Hillbilly Willie's Blues/Travelin Rairoad Blues»); un tema tradicional, la versión con más solera del álbum, «Rabbit On a Log»; una vieja melodía country «de los viejos tiempos», con cierto aire cajun, «Adieu False Heart», versos existencialistas sobre un amor malogrado en el que la clave es el minimalismo (el blues exhibicionista de los virtuosos no es aquí, ese circo se toca en otra planta); y así, hasta un total de once temas que trazan un recorrido por el paisaje sentimental (Mississippi) que le ha nutrido. El resultado es de una exquisitez absoluta. Inmenso respeto y arrojo, sin cartas ocultas ni ornamentos. Nueva piel (una vez más) para la vieja ceremonia. No se me ocurre una cosa más punki.