Love and Lore
(Rise Records, 2024)
Tocar música es como liderar uno de esas excursiones de pesca con mosca que lleva operando desde hace unos años cerca de casa, en torno a Grass Valley, California. No se trata solo de pescar. Obtener una presa, si acaso, es solo una bonificación, un extra, un añadido. Lo mismo pasa con los conciertos, si alguien obtiene algo, más allá de la propia experiencia, pues eso que se lleva (y sí, hay conciertos que te cambian la vida). Dejar los problemas en la puerta, pasar un buen rato y, ¿quién sabe?, lo mismo llevarte un pez a casa. Chuck Ragan pivota entre ambas actividades. Los conciertos (en solitario y con la Hot Water Music resucitada) y la pesca con mosca. Ambas se entretejen. No puede evitarlo. Cuando anda de excursión por el río, siempre está trabajando en melodías y frases, grabándolas en el móvil (ya renunció a la vieja grabadora de casetes). Y, cuando hace de guía, lo mismo, hay muchos momentos de inactividad en los que el cerebro deriva hacia la música. Luego se pone las notas de voz en casa y se escucha a sí mismo aullando con el bramido del río de fondo. Buena parte de los grandes temas de la Hot Water Music se iniciaron o concluyeron en el bosque o en el lago. Sus canciones vienen de ahí. E incluso estando de gira encuentra tiempo para ir a pescar. Contrata un guía local y se sirve de su equipación. Estar en el agua, conectar con la gente y seguir aprendiendo. No perder el contacto con la fuente. Es inevitable hacer la comparación. Pescar canciones. Ahora, ya superados los cincuenta, el ansia ha desaparecido. «Si pescamos un pez, genial. Pero ya he pescado muchos en mi vida y no tengo necesidad de obtener ningún récord al salir ahí fuera.» Lo mismo pasa con las canciones. No hay prisa (este Love and Lore ha tardado diez años en salir, después de su anterior álbum en solitario, el Till Midnight de 2014). Ragan, por generación (aunque haya mucho carroza haciendo el ridículo con denodado entusiasmo), no padece la ansiedad de los músicos «ticktocker», con sus comprobaciones diarias de escuchas y likes y sus vídeos de agradecimiento a masas de seguidores ficticias. Él no pierde tiempo en tonterías pubescentes. Estás de gira, abres la ventana del motel y te encuentras con el río Blackfoot, o en cualquier otro lugar hermosísimo, ¿quién tiene tiempo para posar haciendo el gilipollas y colgarlo en la franja sugerida por el algoritmo. Las canciones se pescan mojándose el culo en el río, no haciendo ripios con un cacharrito en tu salón. Con la Hot Water Music es más complicado, por cuestiones de agenda, porque no todo depende de él. Pero cuando gira en solitario suele organizar el calendario en función de la pesca: época del año, vedas, clima… Si le sugieren un bolo en Detroit para enero, él lo retrasa a marzo, que es cuando por allí hay buena pesca. Y, mientras tanto, las canciones. Este «amor y acervo» viene de lejos. Se concibió en el 2016, se reservó estudio para 2019 y la COVID lo mandó todo a tomar por culo. Fue entonces cuando Chuck Ragan, con todas las giras suspendidas, se dedicó en cuerpo y alma a su negocio de guía de pesca, para sacar adelante a la familia. En 2022 se planteó en serio retomar el álbum, pero tuvo un hijo y el agotamiento general le obligó a echar de nuevo el freno. Durante todo este tiempo, los peces/canciones fueron mutando. Esta vez, la pesca trasciende el folk descarnado y expande su territorio sonoro. Ya no son lubinas blancas. Ahora son piezas más melódicas y, hasta aparece un telón de fondo de pianos («Echo de Halls»). La cosa, en quince años, ha ido adquiriendo profundidad y resonancias. El tema, como no podía ser de otra forma, es la vida, el río de la vida, lo sucedido en estos últimos diez años, con la brutal honestidad punk de siempre: las relaciones, la familia y la lucha diaria por el sustento. «Como paso mucho tiempo alejado de mis seres queridos —en giras o ríos—, a veces hay mucha oscuridad y surgen incontables preguntas. Muchas de estas canciones reflejan eso mismo, la terapia de encontrar paz y consuelo en la naturaleza, en el agua, y la manera de relacionarte con los seres queridos.» «Reel My Heart» toca directamente ese tema, cómo equilibrar la vida en la carretera con las obligaciones familiares, como desligarse, lidiar o armonizar esa tarea de Sísifo. «Tengo una tradición, al terminar un disco, me siento a escucharlo, puede que por última vez en mucho tiempo. Es un cierre necesario: todas esas canciones, todos esos sentimientos, todos esas reflexiones, todo lo que necesitaba extraer de mi pecho y mi cabeza… Solo cuando pincho el disco, ambas caras, lo quito, lo meto en la funda y lo guardo en la estantería, solo entonces encuentro algo de paz.» De los de mi quinta, ya con medio siglo a la espalda, cada quien atesorará lo que más le revolviera, en mi caso, de aquel mejunje punk de los noventa, con Green Day, Blink 182, Rancid y compañía, solo guardo canciones de Hot Water Music. La voz de Chuck Ragan ha venido acompañándome desde entonces (vaya colección de voces aguardentosas llevo dentro, ahora que lo pienso). Ya hablé por aquí hace unos años de la bestialidad de álbum que se marcó con Austin Lucas en 2008, Bristle Ridge. Nunca me ha fallado. Cada nuevo disco suyo es una especie de alivio. Una voz que me dice: «Aquí seguimos». La paz que él encuentra en sus ríos sigue siendo la mía.