The Songs Of Alice Randall
(Oh Boy Records, 2024)
Hace poco, Percival Everett, nos volvió a deleitar a todos con James, su particular reescritura de Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mart Twain, contada desde el punto de vista de Jim, el esclavo. La idea no es, en absoluto, novedosa. Alice Randall ya había hecho lo mismo hace veintitrés años en su fantástica primera novela, The Wind Done Gone (2001), en la que reescribía Lo que el viento se llevó, desde el punto de vista de Cynara, una de las esclavas que trabajaba en la plantación de Scarlett O'Hara (hija bastarda del padre de Scarlett y de Mammy). Randall tiene otras cinco novelas y varios ensayos, entre los que, para lo que hoy nos ocupa, cabría destacar, My Country Roots, donde habla de sus raíces e influencias en la música country y el más específico My Black Country: A Journey Through Country Music's Black Past, Present and Future, que acompaña a este álbum editado el año pasado por Oh Boy Records, el sello de John Prine. Alice Randall siempre remarca compartir ciudad y año de nacimiento con Motown Records: Detroit, 1959; y eso, sin duda, sean cuales sean las alineaciones astrológicas (habría que mirarlo), inevitablemente, ha de ser determinante. Cuenta también que en 1968 la «secuestraron» (suceso que ficcionó en su segunda novela, Pushkin and the Queen of Spades, 2004) y se reinstaló en Washington D. C., donde llevó una vida bastante desahogada que se vería violentamente trastocada el día que la violó un amigo de su madre (con el conocimiento de esta). Ella dice que la música, y en particular, la música country, fue lo que la salvó. En esa época horrible, «con mi madre y aquel hombre», se topó con una cinta de John Prine, y la canción «Angel from Montgomery» reavivó su motivación y su esperanza (de huida y supervivencia). Cuenta que no dejaba de cantarla, como si fuera un poema o una oración, una suerte de invocación que la conectaba con sus antepasadas, todas aquellas mujeres que sobrevivieron al estupro en Alabama (sus abuelos paternos fueron ambos fruto de una violación), sobrevivir a tales sucesos y seguir adelante, amando, criando y cantando canciones country en casa, no es poca cosa, como decía Harry Crews, «la supervivencia ya es un triunfo más que suficiente». Siempre amó la música country que, como afirmaba su padre, se origina en un robo, otra violencia ejercida sobre el genio de la cultura negra. Ella estaba al tanto de la fruición con que los afroamericanos se ponían a escuchar el Opry en los años cuarenta. No era cosa solo de blancos. De ahí su interés en recopilar todas esas historias sobre el Sur negro, el Oeste negro y el country Negro. En febrero de 1983 se instaló en Nashville y, en su segunda noche en la ciudad, Steve Earle la descubrió en el Bluebird Cafe (cuna y paraíso de los «songwriters») y le allanó el camino para convertirse en compositora. Con Steve Earle de mentor se inicia su carrera en la música country y, al cabo de unos años, fundaría su propia productora musical, Midsummer Music. Multitud de artistas han grabado sus canciones (Glen Campbell, Moe Bandy, Marie Osmond, Radney Foster, Trisha Yerawood…). Más adelante, en su quinta novela, Black Botton Saints (2020) Randall homenajeaba a varios músicos negros y, a sugerencia de la editorial, crearon una playlist. El caso es que al escuchar las canciones de la playlist se dio cuenta de que ninguna sonaba a la voz del «country negro» que ella se imaginaba cuando componía. Las intérpretes imaginadas de su música eran siempre «negras meciendo a bebés en bancos de iglesia, asaltando a traficantes o asaltadas por ellos, haciendo malabarismos entre el dinero y el amor, preocupadas permanentemente por el racismo ambiental, viviendo la experiencia del pueblo pequeño que se vuelve aún más pequeño cuando eres una chica, ignorada por todos». También se dio cuenta de que sus canciones, grabadas por artistas blancos (y con gran éxito), su legado, estaba siendo asumido como de origen blanco (la misma historia de asimilación de toda la vida, la misma historia del banjo, bastardizado como instrumento hillbilly en el imaginario colectivo, borrando de un plumazo su origen africano). De esa incomodidad surgió el proyecto de su libro y este disco. Sus conversaciones con Allison Russell y Rhiannon Giddens la ayudaron a llevar a buen puerto el proyecto: devolver las canciones a sus auténticos orígenes. Regrabarlas con artistas afroamericanas. Y, claro, no pudo ser en mejor sello. Randall dice que no había otra posibilidad, que tenía que ser en ese sello, el sello fundado por el hombre que escribió la canción que la sostuvo en sus horas oscuras, Oh Boy Records, del inmenso John Prine (ya en manos de su mujer, Fiona Prine). Y la lista de artistas que participaron en el disco es apabullante. Lo mejor de la escena country negra del momento. Rhiannon Giddens, Sunny War, Allisson Russell, Valerie June, SistaStrings, Rissi Palmer, Carolina Randall Williams… Un disco importante que recoloca las fichas en su sitio, que nos recuerda que la primera vez que sonó un banjo, lo hizo bajo un fondo sonoro de elefantes, impalas y rinocerontes negros. Los catetos endogámicos de Deliverance vendrían mucho después.