Is A Trash Fire
(Bloodshot Records, 2024)
No es la primera vez que aparece por estos andurriales ni, si los hados nos son favorables (y buena falta nos va a hacer, viendo lo que se nos viene encima), será la última. No obstante, para quienes se hayan arrimado más recientemente a esta fogata, conviene recordar… Por pura chiripa, nos cuenta él mismo, nació en 1983, unos minutos antes del Día de San Valentín, en Montgomery, Alabama, el pueblo que también vio nacer a Hank Williams (nacer el Día de los Enamorados parece un chiste, se libró por los pelos). A quien quiera escuchar (pues es un hecho que ya casi nadie atiende más que a lo suyo), Harris le cuenta lo de «Kaw-Liga», aquella canción de Hank sobre una estatua de un indio de madera. Bueno, pues resulta que sus padres solían ir a la cafetería en cuya fachada estaba aquella estatua. Así que eso ya estaba ahí desde el principio, como una especie de tótem o hito, aunque él se declare punk-rocker de corazón (como si Hank Williams no lo fuera, probablemente el que más). Y por esas calles deambulaba de crío, a los tres años, con un chándal de terciopelo verde, paseando a un dóberman para ganar credibilidad callejera. Con un encanto y un pavoneo que, según los adultos que lo veían, iban a llevarle muy lejos. A los catorce, sin embargo, contraviniendo todas las esperanzas plantadas sobre su espalda, se largó de casa en una noche de verano, para no volver nunca. Trenes de mercancías, caminatas y dedo. Viviendo en cabañas remotas, sin electricidad, ni agua corriente, ni acceso a la carretera en invierno. Pastor de ovejas, leñador, operador de maquinaria pesada, peón agrícola, carpintero de restauración, contrabandista y mucho punk rock, en efecto, pero también blues primitivo y las primeras grabaciones de la música country, que es la música del camino (en esa época aprendió a tocar el banjo, y a fabricarlos). Por ahí se le van destilando las canciones, sin la menor ambición en «el negocio de la música», con las manos manchadas de cal y cemento. Canciones con sabor a la primera cerveza que trasiegas en el porche después de una jornada bien cabrona. En 2011, carga su camioneta y su remolque con todas las herramientas, guitarras y recuerdos que puede apiñar, y pone rumbo a Nashville, donde grabaría su primer álbum (recuerda que su mayor recompensa en aquel entonces fue un taco de tarjetas regalo para zampar hasta ponerse tibio en el Taco Bell). De todo eso saldría el dúo con Chance McCoy y las giras de telonero para los Old Crow Medicine Show. Y así hasta este último álbum, en el que se da cita lo mas granado, probablemente su mejor disco hasta la fecha, sin haberse doblegado a nada, puede incluso que todo lo contrario, más extremo, más irredento, más comprometido con lo suyo, que es la música que ama y el contacto con la materia prima, que en su caso es la madera (no los vídeos de la aplicación china, en la que todo el mundo trata de medrar en los últimos tiempos, muy cansinamente, por cierto, y, en muchos casos, con no poco bochorno). En uno de esos trabajos de carpintería conoce a JD McPherson y se hacen amigos al instante. Comparten la pasión por la música americana antigua, las películas oscuras y la comida étnica de elaboración complicada (en las notas del disco, JP agradece a JD la amistad, la alta cocina y la botella de Cabo Wabo, un tequila que no baja de cuarenta pavos). Y, al final, tras muchos giros y plagas de proporciones bíblicas, JD le produce este JP Harris Is A Trash Fire, nada menos que en el Bomb Shelter de Andrija Tokic, con el violín de Chance McCoy, por supuesto, y con las colaboraciones especiales de los Watson Twins (en «Old Fox») y los Shovels & Rope (en «East Alabama»). Y, como perfecto colofón, lo edita la gente de Bloodshot Records, que puede que sean, contra viento y marea, los más amanuenses del reino, el sello perfecto, casi natural, para JP Harris, sin preciosismos ni aseos excesivos. Para que la cosa suene a taller y siga oliendo a serrín. En las referencias, JP menciona de pasada los álbumes de Lee Hazelwood y un oscuro álbum folclórico que grabó Waylon Jennings cuando aún llevaba el pelo corto. JP Harris Is A Trash Fire, como él mismo declara, es a partes iguales sátira, reflexión y disculpa para todo aquel que se moleste en escucharlo. Nada de corrección, nada de postureo «outlaw» de baratillo por Internet. Fogata de basura al borde de la carretera. Eso es JP Harris y eso es esta música. Un vertedero incendiado en el aparcamiento de un Walmart en una noche sin luna. Por suerte para todos, Harris no se deja fagocitar. Sigue habitando una zona gris, sin etiquetas, tanto sonora como líricamente, en la que se mezclan el espíritu del punk rock, con la estética del arte popular y las baladas de la clase obrera. Es bien sabido que, cuando no está de gira, se le puede encontrar restaurando casas históricas, montando motocicletas viejas o recogiendo montones de chatarra en busca de basura utilizable. De ahí la autenticidad de su música y la alcurnia de esta obra maestra.