NOTA DE ALLEN GINSBERG A PROPÓSITO DE SPEED,
LA PRIMERA NOVELA DE WILLIAM BURROUGHS Jr.
Traducción Javier Lucini
Speed, la crónica de William Burroughs Jr., está escrita de manera imperturbable (carece de sentimentalismo porque dentro del autor hay una figura difusamente impersonal que observa los desplazamientos que le circundan), es muy lúcida en lo que concierne a las alucinaciones, a la prudente realidad y al lenguaje sumergido en penumbras crepusculares («conseguiría una condena por hurto»), y por fin se ubica en un espacio ajeno a lo histórico, porque acepta que el metabolismo que tritura hasta morir (¿un invento nazi?) provocado por la metanfetamina es el Wanderjahre personal de todo muchacho moderno. El libro se detiene en el episodio final sin dar mayores explicaciones, se trata de un indicio de inteligente sentido de la proporción. Las repeticiones onomatopéyicas del texto ofrecen un tono juvenil más divertido, pero más inexperto como prosa, que el procedimiento implacable del buscador de hechos que exhibía Burroughs padre en Yonqui, su primer libro, extrañamente análogo a este. Hay una diferencia de diez años; al completar su primera obra publicada, Burroughs Jr. tiene justamente diez años menos que los que tenía su padre en iguales circunstancias. Establezco la comparación porque salta a la vista y no debe ser desechada; Speed exhibe indicios del laconismo propio de Burroughs padre, así como su capacidad de observación para registrar los hechos: «la luna que flotaba a través de una escalera de incendios por encima de los apartamentos»; «en un instante se convirtió en un montón de ojos y ganglios»; «un pedacito de carne avanzando paso a paso entre los desfiladeros»; «me quedé al borde del precipicio con una pastilla disolviéndose sobre mi lengua». Lo que resultó es una relación dotada de coherencia narrativa acerca de un asunto inasiblemente escurridizo: el interior del universo de la metanfetamina. El padre había cumplido su primera tarea en el universo de la marihuana, ¿adónde llegará la conciencia de la próxima generación?, ¿se proyectará al sistema solar?, ¿lo trascenderá para llegar a otros mundos y otros océanos? El bondadoso observador indiferente que se percibe tanto en la prosa del padre como en la del hijo es el alma auténtica, que es lo perdurable.