CÓMO SE ESCRIBE UN RELATO, POR ALAN HEATHCOCK

(traducido por Javier Lucini)

Queridos amigos,

Ayer escribí la última frase del último relato de un libro que empecé hace cerca de veinte años (en el momento en que decidí ser escritor). Con toda sinceridad, creo que cualquiera con educación, esfuerzo y paciencia, puede llegar a escribir un libro. Yo lo logré. El proceso de acabarlo ha sido intenso, más de lo que me imaginaba, pero en esa misma intensidad he encontrado el camino hacia una comprensión muy clara de mis principios personales a la hora de ponerme a escribir. Aquí van algunos:

  1. Crear personajes únicos con un defecto sumamente específico que ponga en cuestión su habilidad para interpretar el mundo con claridad.
  2. Hacerles cosas horribles a tus personajes, pero sin llegar nunca despojarles de su humanidad.
  3. Nunca hacer que tus personajes sean ignorantes o locos.
  4. Capacitar a tus personajes para el cambio, a pesar de sus defectos, y para que, a través de pruebas, lleguen a comprender una verdad profunda del mundo.
  5. Sentir la lucha de tus personajes. Que te hagan llorar, que te enojen, que te cansen. Desvanecerte. Descubrir lo que significa ser otro distinto a ti.
  6. La empatía es de crucial importancia. Si un lector no siente, no será drama sino periodismo, y el periodismo que es ficción tiene muy poco valor.
  7. El sentimiento se comunica a través de los sentidos. Comunicar a través de imágenes, sonidos, aromas y texturas, no con palabras. Principalmente, comunicar a través de imágenes.
  8. Poner tus personajes en una situación altamente dramática y única, abandonándoles al desnudo con sus defectos.
  9. Dedicar mucho tiempo a trazar la trama. Crear tramas que sean tan únicas y alejadas de la fórmula que nadie pueda llegar a creerse que hayas dedicado ni un solo segundo a pensar en la trama.
  10. Permitir que tus personajes deseen algo, pero no otorgárselo fácilmente. Darles solo lo que se merezcan. Hacer que se lo curren a lo largo de toda la historia para que se lo ganen, o no.
  11. Cada escena debe sentirse extraña y desconocida. Lo extraño y lo desconocido genera misterio y alimenta el peligro, y tanto el misterio como el peligro alimentan la curiosidad.
  12. Inventar entornos interesantes y peculiares, o dar con algo interesante y peculiar en entornos un entorno banal. Todos los entornos son reflejos metafóricos del interior de tus personajes.
  13. Nunca resultar obvio. Nunca ser recatado. Hacer que el lector tenga que trabajar un poco para entender lo que está leyendo, pero al final recompensar su esfuerzo con empatía y claridad.
  14. Revelar algo en los finales creando una convergencia de trama y relato. Escribir el final de tal forma que no se sienta arreglado. Hacer finales a la francesa.
  15. No escribir de menos. Abastecer al lector con todo lo que necesite ver, sentir y pensar. Controlar al lector en todo momento.
  16. No escribir de más. No hacer que el lector lea más de lo que necesite. Si haces que un lector lea una sola palabra más de la necesaria le estarás dando licencia para leer por encima.
  17. Encontrar siempre los sustantivos y los verbos justos y exactos. La verosimilitud vendrá en buena parte determinada por la precisión de los sustantivos y los verbos.
  18. Escribir con un estilo de prosa que parezca orgánico y libre aunque esté completamente programado y controlado.
  19. No preocuparse por la extensión. Un relato será tan largo como precise, ni una palabra más, ni una palabra menos. El propio relato dictará su propia extensión.
  20. Nada de atajos. Pensar en las maneras más exigentes que haya para lograr lo que deseas y hacer precisamente esas cosas. Al final te ahorrará tiempo.
  21. Jamás ofender a nadie intencionadamente. Pero que nunca te importe que la gente se pueda ofender con tu obra.
  22. Poner títulos sencillos y un poco raros. Hacer que el lector tenga que leer el relato entero para entender del todo el título, y poner un título que ayude al lector a entender el relato del todo.
  23. Escoger proyectos que te hagan sentir algo con intensidad. Obsesionarse.
  24. Darse completamente a la historia. Eliminarte. No trata de ti.
  25. No trabajar con otra gente. Los otros te cohibirán. Encontrarte un sitio donde poder estar solo. Estar solo.
  26. No buscar la aprobación más allá de uno mismo.
  27. Ser lo bastante valiente para tomarse a uno mismo en serio. Una vez que hayas decidido tomarte en serio dejarás de imitar a los demás y serás original.

Sinceramente,

Alan Heathcok

CONFLICTOS DE UN PUEBLO PEQUEÑO

Por DONALD RAY POLLOCK

Traducido por Javier Lucini

A lo largo de la impresionante primera colección de relatos de Alan Heathcock, Volt, en el pueblo rural imaginario de Krafton, los conflictos aparecen en proporciones bíblicas: inundaciones, homicidios, incendios y fratricidios son algunas de las catástrofes con las que tiene que lidiar la ciudadanía de clase obrera. Para Heathcock, el sufrimiento es el sino de todo el mundo, un hecho que se confirma repetidamente. Cuando en uno de los cuentos un adolescente ayuda a quemar el cadáver de un hombre al que ha matado su padre en una pelea absurda, piensa en «todos los fuegos que el mundo ha conocido, fuegos de guerras, fuegos originados por bombas» y concluye que los restos persistentes de todo ese humo es «ahora el aire que respiramos». En otras palabras, el sufrimiento y la lucha son elementos permanentes de la condición humana.

No es de extrañar, dada la naturaleza claustrofóbica de la vida en un pueblo pequeño, que la huida sea el tema principal de la mayoría de estas historias. Pero como señala Lonnie, el temerario alborotador del relato «Fort Apache», cuando su hermano pequeño anhela saltar a un tren de mercancías y escapar: «En el oeste no tendrás a gente que vele por ti. Yo me partiría el alma por ti. Pero no ahí fuera». Hasta para un hombre acostumbrado a la violencia, la América que se extiende más allá de su pueblecito y sus vínculos familiares le parece peligrosa e implacable, de tal modo que el miedo a lo desconocido mantiene a la mayor parte de los personajes de Heathcock firmemente arraigados a su terruño.

Ese terruño, Krafton, es tan pobre y está tan arrasado por el viento y dejado de la mano de Dios, que resulta muy difícil imaginarse una localización más audaz (y admirable) para las historias de Volt. Aquí no hay glamour, ni el menor rastro de angustia contemporánea ni frivolidad; aparte del ocasional teléfono móvil, en realidad, poco hay del mundo moderno. Las historias podrían haber tenido lugar en otro siglo, protagonizadas por personajes pertenecientes a una secta antigua en su lucha constante con el amor, la fe, el perdón y el castigo. Incluso la prosa de Heathcock, sobria y muscular, pero inmensamente poética, encaja con la naturaleza aprensiva y temerosa de Dios de las historias.

Por supuesto, un lugar tan plagado de tribulaciones necesita un salvador, y Heathcock lo proporciona bajo la forma extraña de Helen Farraley, la antigua gerente de una tienda que se ha convertido, casi en broma, en la «primera y única agente de la ley» del pueblo. Helen, que aparece en varias de las historias y ayuda a proporcionar a Volt una cualidad cohesiva y novelística, se toma su puesto muy en serio y se preocupa profundamente por su rebaño. Tampoco duda en tomarse la justicia por su mano cuando piensa que puede aliviar el sufrimiento; como cuando en «El pacificador», ejecuta metódicamente al ermitaño que ha torturado y asesinado a una jovencita, aun sabiendo que «los del pueblo, y sobre todo los de fuera de Krafton, no darían la bendición a sus métodos: lo que en su mente había empezado a llamar la Gran Paz». Como ella misma explica en un cuento posterior: «Hay quienes son culpables en el momento en que les pones la vista encima, y lo que ha de hacer la ley es detenerles antes de que hagan lo que han venido a hacer a este mundo». Aquí se da voz a sentimientos procedentes del Antiguo Testamento, una justicia de ojo-por-ojo que no se adhiere a sutilezas legales.

Con franqueza, hay muy pocos defectos en cualquiera de los ocho relatos que configuran esta colección. Sin duda, en este mundo hay mucha violencia y mucho coraje, pero también abunda la ternura y la compasión. Heathcock despliega una generosidad espiritual que solo los escritores que aman a sus personajes pueden convocar, y Volt es una prueba conmovedora de su talento.

 

 

MAZZY MAEBELLE HEATHCOCK

por ALAN HEATHCOCK

Mi perra, Mazzy Maebelle Heathcock, es un labrador mestizo de nueve meses; mestizo de qué, no estamos seguros, aunque yo me decanto por una mezcla de labrador negro y conejo. La sacamos de la perrera y nos sentimos muy afortunados de tenerla en la familia. Mazzy es puro amor. Es cariñosa y adorable, y tanto mi mujer como mis tres hijos la quieren tanto como yo.

Si necesitas abrazarte a algo, Mazzy siempre está ahí. Si necesitas una lengua húmeda y tibia en la cara, Mazzy no dudará en considerarlo. Si lo que necesitas es alguien que ataque a los intrusos o intimide a los vecinos, Mazzy no es el perro que andas buscando. Quiere a todo el mundo. Incluso a nuestra gata de dieciocho años, Kitty Sue, que, a su edad, ya no es que quiera mucho a nadie. Pero la buena de Mazzy hace todo lo posible por acurrucarse junto a la gata y trabar amistad con ella. Mazzy es muy buena perra y aunque me ha destrozado un par de zapatos Cole Haan a dentelladas, ha sido una cachorra fantástica.

Lo más complicado de su adiestramiento fue al mismo tiempo algo de lo más encantador. Veréis, Mazzy es una perra de agua. Si os acercáis con ella a un estanque o a un riachuelo querrá zambullirse. Lo mismo pasa con las bañeras. Un día le llené la bañera a mi hija de seis años, Harper, y, al rato, oí un chapoteo. Entré en el baño y me encontré a Mazzy metida con ella en la bañera. Las dos se lo pasan juntas en grande. Enseguida comprendí que permitir que tu perra y tu hija se bañen juntas puede estar mal, pero a veces lo malo es tan bueno que lo mejor es dejarlo tal cual.

Como trabajo en casa y mi mujer y mis tres niños se pasan fuera todo el día, Mazzy se ha convertido en mi asesora particular en materia de escritura. Me veo diciendo cosas como: «Oye, Mazzy, ¿cómo te suena esto?». Y le leo un párrafo que acabo de escribir, o puede que un diálogo, y por lo general ella menea el rabo (incluso cuando no debería; bendita sea). A menudo me preguntó cuánto entiende verdaderamente de lo que le leo. Me da la impresión de que entiende bastante más de lo que cualquiera podría pensarse. De hecho, actualmente Harper está trabajando con Mazzy en el abecedario. «Sé que Mazzy no puede hablar», me dijo Harper. «Pero podría leer en voz baja. Tiene que ser aburrido pasarse todo el día sentada viendo cómo trabajas, papá. En cuanto aprenda a leer, podrás abrirle un libro para que al menos lea un rato».

Me cuadra. A Mazzy le encantan los cuentos; hablo en serio. Quizá no sea más que lo del perro amoldándose a su amo; pero le encanta que alguien le lea. Dicho esto, he descubierto que a Mazzy no le gustan nada las novelas de terror. Esto me tiene totalmente fascinado. Le leo cosas todo el rato. Parece disfrutar de verdad Orgullo y Prejuicio, le encantan las novelas del oeste de Louis L’amour, le gusta Flannery O’Connor e incluso Joyce. Pero si me pongo a leerle una novela de terror, Mazzy se pone muy nerviosa. Por lo general, salta de la silla y se va a su caseta. La fotografía de arriba constituye la prueba científica de este fenómeno (ja).

Pobre Mazzy. Pobre perra dulce y genial. Pero no os preocupéis; después de tomar esta instantánea le di a Mazzy un nuevo trozo de cuero crudo y le leí un poco de Walt Whitman, y todo volvió a estar bien entre el perro y el hombre.

El VOLT-mobile de ALAN HEATHCOCK

 

«El estudio donde escribo es una caravana Roadrunner de 1967 que durante buena parte de su existencia fue un vehículo de vigilancia de la policía estatal de Idaho. Ahora está llena de libros, trofeos y curiosidades azarosas, pero todo dispuesto con mucha clase, al estilo urbano-gitano-literario-redneck. Como tengo esposa y tres hijos, es perfecto porque me obliga a salir de casa para ir a trabajar, me permite estar fuera del alcance del oído, apartado de gente que no para de pedirte que le abras algo, que encuentres no sé qué o que limpies no sé cuántos, pero al mismo tiempo lo bastante cerca para volver a comer con tu familia y pillar el wifi. Dentro veréis que tiene un viejo revestimiento de madera muy bonito que huele a bosque y que te hace sentir que estás en mitad del bosque, resulta de lo más acogedor, además te conecta con el pasado. Con ayuda de mi mujer seleccioné unas cuantas páginas de mis libros favoritos y me he hecho un découpage por toda la zona de la encimera, de tal forma que cada vez que voy a beber agua o a calentarme un té, Hemingway, Joyce, James Dickey y Joyce Carol Oates me miran directamente a los ojos y me desafían para que dé lo mejor de mí. También he colgado las cartas enmarcadas que he ido recibiendo de autores a quienes admiro, mi más preciada es la carta que me escribió Joy Williams a máquina después de leer mi libro. Otra de mis piezas preferidas es la fotografía del “Predicador” de la película de Charles Laughton, La Noche del Cazador. El Predicador cuelga sobre mi cabeza, se cierne sobre mí, O-D-I-O tatuado en una mano, A-M-O-R en la otra, siempre vigilándome, asegurándose en todo momento de que estoy escribiendo lo justo y lo correcto. Para resumir, el VOLT-mobile (así es como lo llaman mis hijos) es un lugar mágico, un espacio que me transporta más allá del camino de entrada de mi casa y me hace profundizar en los recovecos de mi imaginación, en todo el miedo que habita ahí dentro, con todos sus caprichos, sus interrogantes y sus incógnitas».

ALAN HEATHCOCK

 

ALAN HEATHCOCK

La auto-entrevista de TNB (The Nervous Breakdown)
27 febrero, 2011
Traducción: Javier Lucini

© Alan Heathcock, 2016

© Alan Heathcock, 2016

¿Últimamente te han hecho muchas entrevistas?
Sí.

Y siempre te preguntan lo mismo, ¿verdad?
Sí. Suelen empezar señalando que mi obra es oscura y luego se lanzan a una retahíla de preguntas con las que intentan normalizar de alguna manera el hecho de que mi obra sea tan oscura. Muchas veces me da la sensación de que el entrevistador está preocupado por mí.

(risas) Bueno, intentaremos no caer en eso.
Genial. Te lo agradezco.

Porque sé que estás bastante bien, ¿no?
Te lo aseguro.

Mi intención es preguntarte por cosas que nadie podría llegar a saber a partir de la lectura de tu libro. No preguntarte nada sobre el arte de la escritura.
De acuerdo; me da miedo, pero vamos allá.

Primera pregunta: ¿Es cierto que estuviste a punto de ser Danny, el niño «redrum» de la película de Stanley Kubrick El Resplandor?
Es cierto. Por alguna razón hicieron un casting en Chicago y mi madre les envió una fotografía mía. Yo era muy pequeño, cuatro añitos a lo sumo, pero recuerdo ir al centro de la ciudad y hablar con un montón de gente desconocida. Todavía conservo la fotografía que mandó mi madre, y la carta del estudio en la que se nos informaba de que había quedado finalista para el papel.

En esa fotografía sostienes un gato y sales bastante bizco, con la vaga pinta de estar a punto de zamparte el gato. ¿Por qué ese aspecto tan siniestro?
Creo que es por culpa de esa bizquera. A los tres años un gato callejero me sacó el ojo izquierdo. Tuve que someterme a una operación muy complicada para no perderlo, y aun así ahora estoy ciego de ese ojo a efectos legales. Durante muchos años, después de la operación, tuve el ojo muy sensible y eso me proporcionó una cara muy parecida a la de Popeye. Un niño muy mono con cara de Popeye es lo mismo que decir: el horror.

Pero al final no te dieron el papel.
No.

¿Te has preguntado alguna vez por qué a tu madre le pareció una buena idea que intentases participar en una película de terror?
Me dijo que el libro le había gustado.

¿Y eso no es raro?
No, a mí también me gustó mucho el libro.

¿Y la película?
La película es genial. Salvo por Danny. Escogieron al niño equivocado para ese papel (guiño de ojo).

¿Tus padres te llevaron mucho al cine cuando eras pequeño?
Sí, me llevaron a ver un montón de películas geniales. Daba igual qué película hubiesen decidido ir a ver, siempre me llevaban. Recuerdo haber ido a ver Todos los hombres del presidente con cinco años. Quiero decir que me acuerdo de la película, recuerdo haber pensado que era maravillosa.

¿La entendiste?
No el rollo político, pero sentí la tensión y pude leer las emociones de los actores. Hoy en día la gente tiene muy poca fe en los niños, como si por el hecho de hacerles sentir algo que se salga de lo reconfortante y lo meramente cariñoso les fuese a explotar la cabeza. Mis padres me llevaron a ver películas buenísimas, por muy intensas que fueran. Vi Tender Mercies, Apocalypse Now, Mad Max, solo por citar unas pocas, y todas a una edad muy temprana. Creo que en parte soy escritor porque mis padres me llevaron a ver todas esas películas increíbles.

Así que se puede decir que tus padres hicieron un buen trabajo.
Tuve los mejores padres del mundo. Le doy las gracias regularmente al Señor por haberme dado esos padres, que siguen siendo mis mayores fans y quienes más me apoyan.

¿Tu mujer también ha sido un gran apoyo?
Sí, a ella se lo debo todo. Desde el principio me apoyó e hizo que tomásemos decisiones que fuesen en beneficio de mi arte/carrera.

¿Y le gusta tu obra?
Rochelle y yo tenemos una estética muy similar. El pasado Día de los Enamorados le dije que eligiese la película que más le apeteciese ver, y decidió que quería ver The Road. Así que fuimos a ver The Road y luego fuimos a cenar sushi. Así es como nos lo montamos. Fue una noche genial.

Pero la gente que lea esto puede pensar que sois unos «freaks».
Somos gente normal. Tenemos tres hijos, constantemente vamos a eventos del cole, incluso vamos a misa de vez en cuando. Mi mujer es profesora de primaria. Simplemente nos gustan las historias intensas. Nos gustan las historias que nos hacen sentir cosas.

¿La conociste en el zoo?
Sí. Estaban dando de comer al dragón de Komodo y había un grupo de gente alrededor viendo cómo devoraba una rata. Y yo me fijé en aquella mujer guapísima, así que fui y me puse a su lado y solté algún chascarrillo y ella me sonrió y nuestros ojos se encontraron y ahí se acabó. Al año estábamos casados.

Y ahora vives en Boise, Idaho.
Así es. El viejo Boise. Muy diferente del lugar donde crecí. Un sitio agradable. Tierra hermosa en cualquier dirección, una escena literaria muy interesante.

Pero no es lugar para un chico de ciudad.
(risas) No. Un amigo me sugirió hacer «mountain biking» y yo pensé que eso significaba montar en nuestras bicis de montaña junto a un río y lo mismo llevarnos unas cervecitas o algo así. Lo siguiente que supe es que estaba descendiendo una ladera a unos ciento veinte kilómetros por hora, me topé con una quebrada y me precipité hacia unos matojos de hiedra venenosa. Fue terrible. El picor me duró semanas. Ese mismo amigo me llevó otro día de camping. Me imaginé que aparcaríamos el coche, haríamos una fogata, comeríamos malvaviscos, ese tipo de cosas… En lugar de eso fuimos en coche hasta las montañas., nos dimos una pateada de quince kilómetros y acampamos al lado de un lago prístino. Yo estaba agotado y no pudimos prender un fuego (aquel verano sufrimos una sequía y encender un fuego de campamento entrañaba un riesgo enorme), y estuve a punto de morir congelado. Mi amigo estaba con su gorra de malla y lana soltando cosas como: «El universo es taaaan maravilloso», mientras yo tiritaba y me mantenía alerta esperando el momento en que no nos quedaría otra que luchar contra el Sasquatch cuando apareciese entre los matorrales y se lanzase a comerme la cara.

Pero tú creciste en un sitio muy duro.
Hay sitios peores, supongo, pero sí, era duro. Me crié en Hazel Crest, una ciudad de clase obrera en la zona sur del sur de Chicago. Era un sitio maravilloso para crecer, buenas risas. Pero las personas con las que crecí se enorgullecían de ser gente dura. Era una forma de vivir, una concepción del mundo.

Menos cuando vas a los bosques de Idaho.
(risas, asentimientos) A menudo yo era el único chaval blanco de mi equipo de baloncesto, y viajábamos a colegios en los que era el único niño blanco de todo el gimnasio. En el transcurso de un partido, en un colegio que era nuestro máximo rival, recuerdo que uno de los seguidores del equipo contrario se puso a gritar: «¡Matad al blanquito!». Y lo decía en serio. Eso me pareció. Me cague de miedo, pero acabé el partido. No te achantas. No lo dejas. Terminas el partido. Eso es ser duro. En realidad no importa dónde estés.

Pero lo de acampar casi que no, ¿no?
No es lo mío. Idaho tiene mucho que ofrecer. Me encanta su belleza natural, adoro subirme al tren y ascender las montañas, no hay nada mejor que tomarse unos cócteles con vistas a un lago precioso. Pero no soy de esos que encuentran paz reconstituyente en lo salvaje. A mí lo que me restituye es el arte, los libros, las películas, las obras de teatro y la música. Mi hijo es un cantante de jazz increíble y me encanta ir a nuestro club de jazz local a escucharle cantar. Lo que me llena es mi familia y una buena comida y una buena historia. Tengo cuarenta años. Antes solía intentar reinventarme, tratar de convertirme en una versión distinta de mí mismo, como cuando leí A River Runs Through It y quise ser pescador de mosca y fui y me compré todo el equipamiento, ropa y todo. Fue de lo más ridículo. No funcionó. Cada cual a lo suyo, pero a mí lo de pescar me parece aburridísimo. Así que lo dejé. Me limito a llevar mis sombreros, mis corbatas y mis zapatos Stacey Adams y disfruto mi vida lo mejor que puedo conmigo mismo.

¿Es verdad que tu vecino de atrás es una estrella del hip-hop?
¡Es cierto! Me parece genial. Se llama David Kelly, aunque se le conoce por su apodo: Cap D. Es el tío más inteligente de la escena hip-hop. Es un poeta, posee la visión del mundo de un intelectual serio. Su nuevo álbum, PolyMath, está llamando muchísimo la atención. Hace poco salió en un artículo del New York Times. A veces me asombra que dos tíos que viven puerta con puerta hayan conseguido triunfar como artistas, que dos tíos de Bob-O-Link Road hayan salido en el New York Times en un plazo de tres meses. ¡Estoy muy orgulloso de Dave/Cap!

Muy bien, ¿estás preparado para una ronda de preguntas rápidas?
Dispara.

¿Es cierto que un pastor alemán se comió tu mascota de infancia?
Sí. Nuestro caniche, Bourbon, un regalo de mi tía, sufrió el ataque de un enorme pastor alemán que era el perro guardián de un aparcamiento de camiones del barrio. El perro se soltó y aterrorizó a todo el vecindario, nos perseguía constantemente, una vez mordió a mi hermano. Suponemos que se imaginó que nuestro caniche era un conejo o algo así y se abalanzó sobre él. Fue horrible.

¿Es cierto que Mike Royko, el legendario columnista de Chicago, te cantó las cuarenta?
Cierto. Yo estaba intentando que me contratara en prácticas. Supuse que apreciaría mi enérgica persistencia de Chicago y no dejé de ir a verle aun después de que me dijese «no» unas seis veces. Me echó una buena bronca, me llamó «Chico del Maíz» (fui a la Universidad de Iowa). Es una de las mejores cosas que me han sucedido. Quiero decir que fue casi perfecto.

En vez de llevar esos pantaloncitos ajustados y acolchados de ciclista como los que llevan todos los demás en Boise, ¿es cierto que te metes compresas Maxi en la entrepierna de tus pantaloncitos normales de gimnasia?
Sin comentarios.

¿Es verdad que podías hacer mates jugando al baloncesto en el instituto?
Hubo un tiempo en el que era muy rápido y podía saltar muy alto.

¿Y que podías bailar como James Brown?
Sigo haciéndolo.

¿Y es cierto que ves una película al día?
No tanto como una al día, aunque en los últimos quince años he llevado un registro y en este tiempo he visto 3.041 películas, lo que viene a ser una media de 202 pelis al año.

Tengo entendido que quieres cazar fantasmas.
Así es. Estoy currándome la oportunidad de asistir a una caza de fantasmas con cazafantasmas profesionales. No sé lo que creo y quiero salir a averiguarlo. Me encantaría ir a investigar un auténtico pueblo fantasma del oeste. En Idaho hay un montón, viejas ciudades mineras abandonadas. Me gusta enfrentarme a mis miedos, siempre que no deje de ser divertido. Y creo que esto va a serlo. Eso espero…

Si ganases la lotería ¿cómo te ganarías la vida (sin contar lo de seguir escribiendo libros)?
Diseñaría pasajes del terror. Me apasionan los pasajes del terror. Mi mes favorito es octubre. Pero también diseño atracciones estilo pasajes del terror para otros días festivos. Haría la mejor atracción navideña de todos los tiempos, una aventura por el Polo Norte de cuarenta minutos que terminase en una montaña rusa que te llevaría a toda velocidad hasta donde tus hijos se harían una foto con Santa. Me daría una alegría inmensa arruinar completamente la experiencia del Santa Claus de Centro Comercial, que es una de las peores tradiciones que tenemos los seres humanos.

¿Has visto The Lawrence Welk Show? ¿Completamente en serio? ¿No es eso rarito?
Es de lo más cursi que hay, pero es un programa muy bueno. Ojalá hubiese ahora un programa así. Mi hija de cuatro años quiere ir a clase de claqué para llegar a ser como Arthur Duncan (el bailarín del programa). Si miras más allá de las pompas y el vestuario ridículo, es maravilloso, atemporal, entretenido. Y… es que soy un poco anticuado, supongo. Por lo general, me llevo muy bien con los ancianos. Me encanta la polka. Llévame a un Oktoberfest con una buena banda de polka y una jarra de cerveza y no me podrás borra la sonrisa de la cara.

¿A qué te gusta jugar más con tus niños?
Me encanta jugar al Scrabble con mi hijo, que tiene catorce años, y con mi hija, de once. Nos gustan los juegos «reales»; Monopoly, Risk, Apples to Apples, Pictionary… Somos un poco anticuados, ya digo. Tenemos una Wii, y ahí está, cosechando polvo. Con las niñas, sobre todo con la de cuatro añitos, me gusta jugar a la «peluquería». Tenemos una silla de barbería antigua en casa y hacemos como que ella es la propietaria del local. Con su caja registradora y todo. Hago como que entro para cortarme el pelo y nos ponemos a interpretar una especie de sainete elaboradísimo, y ella me corta el pelo. Me resulta increíblemente divertido, entrañable y apacible.

A tu mujer le preocupa que algún día llegues a convertirte en un tipo de traje blanco que se pone calcetines rojos todos los días. ¿Tiene motivos para estar preocupada?
¿Un traje blanco? No.

¿Crees que hemos logrado normalizarte lo suficiente como para que si alguien lee tu libro no se preocupe por ti?
Ni hablar. A la gente le encanta preocuparse por alguien. Es lo que mejor se le da.

¿Eres un hombre feliz?
El más feliz de todos los hombres vivos. No te dejes engañar por mis cuentos.