BISTEC DE SERPIENTE receta de Harry Crews

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The Great American Writers' Cookbook.
Dean Faulkner Wells, editor.
Yoknapatawpha Press, 1981.
ISBN: 0-916242-14-1 Página 100.

Colección de recetas escritas por escritores estadounidenses que apareció primero en Playboy (octubre de 1981). En la sección «Aves y caza» aparece la receta de Crews para cocinar una serpiente.

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HARRY CREWS

Nació en Georgia. Es autor de Festín de serpientes (1976) y de Blood and Grits (1979). Fue galardonado con el Premio de la Academia Norteamericana de las Artes y las Ciencias en 1972, es columnista de la revista Esquire y profesor en la Universidad de Florida.

BISTEC DE SERPIENTE

Hágase con una serpiente de cascabel diamantina.

(Cuatro metros y medio de manguera de jardín, un poco de gasolina en un tarro tapado, un saco de arpillera y un palo largo será todo lo que necesite para hacerse con la serpiente. En un día frío, de cero grados o menos, busque el agujero de una gopher –el nombre sureño de la tortuga terrestre–. Introduzca la manguera por el agujero hasta que toque fondo. Vierta una cucharada de gasolina por el extremo de la manguera. Cubra el extremo de la manguera con la boca y sople. En breve, la serpiente de cascabel saldrá del agujero. Sitúe el palo en la parte central de su cuerpo, levántela y déjela caer en el saco. De camino a casa no se cuelgue el saco por encima del hombro y, en líneas generales, intente que no le muerda a través de la tela.)

Destripe y despelleje la serpiente. No hace falta ninguna habilidad especial para ello. Córtele la cabeza a unos quince centímetros por detrás de los ojos. Córtele la cola a unos treinta centímetros por encima del último cascabel. Desgárrela a lo largo de la tripa y extraiga todo lo que vea. Pélela como un plátano sirviéndose de unas tenazas, igual que haría con un siluro. Seccione la serpiente en filetes de dos centímetros y medio. Déjelos macerar en vinagre durante diez minutos. Escúrralos y séquelos. Rocíelos con salsa picante, cualquiera de las marcas de New Iberia, Louisiana. Rebócelos en harina y fríalos con cuidado de que no se hagan demasiado. Sal al gusto y servir con lo que sea que le guste acompañar habitualmente una carne ligera y delicada.

Calcule una serpiente por comensal. Siempre es mejor pasarse que quedarse corto cuando uno va a zamparse algo rico.

Harry Crews

DESPUÉS DE «AUTOA», «COCHE».

(«Autoaren atzetik, kotxea», 17/06/2018, Berria, Julen Azpitarte, tr. Jabo H Pizarroso)

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Car es una de las obras más significativas del escritor norteamericano Harry Crews. Hay que decir que ya existía una traducción al euskera publicada por la editorial Susa en el año 1993.

Dirty Works, una editorial especializada en literatura actual del sur de los Estados Unidos de América, ha publicado en una traducción al castellano el libro de Harry Crews, titulado originalmente Car, bajo el título de Coche. A su vez, en el año 1993, la editorial Susa ya hizo lo propio con esta novela publicándola en euskera bajo el título de Autoa, con traducción de Eduardo Matauko y Kristin Addis, y en la que se incluía un prólogo escrito por Xabier Montoia.

Nacido en Bacon County, estado de Georgia, su novela Car es considerada como una de las obras maestras de Harry Crews. Según Javier Lucini, uno de los miembros de la editorial Dirty Works y traductor al castellano precisamente de esta y otras muchas obras publicadas en esta editorial, «Crews recoge todo un jeroglífico en su obra. Una familia de desguace, alguien dentro de esa familia que quiere escapar haciendo algo prodigioso, en este caso zamparse un Ford Maverick del 71, y la gran y posterior venganza de la maquinaria por haberse atrevido a soñar». Ese ansia por huir y escapar que demuestran los personajes, es una característica común a los tipos de las novelas de este escritor, todo insinuado quizá en su primera obra, The Gospel Singer (1968), y que se repetirá posteriormente en casi todas sus novelas. Ese deseo de desaparecer, además, está unido a la necesidad de escapar del lugar de origen, del pequeño pueblo abandonado, cercano a su vez al deseo de acostumbrase a lo urbano. Con Coche, Crews quiso superar la muerte de su hijo Patrick, que murió ahogado cuando contaba con tan solo cuatro años de edad. «Escribió este libro en seis semanas, sin apenas dormir, con la ayuda de sustancias químicas y whisky. Esta obra es casi apocalíptica», comenta Lucini.

Otra de las principales características de la escritura de Crews es el humor, la sátira, ese sarcasmo que nace de la tristeza y que desde siempre se ha utilizado para criticar el estilo de vida americano. «Sin esa coraza, sus novelas serían asfixiantes. En mi opinión, es el mayor escritor satírico de la literatura estadounidense. Y que se joda el canon», aporta Lucini.

La traducción al euskera, precursora.

A través de Lee Ranaldo, del grupo de rock Sonic Youth, Lucini conoció en el año 2011 Autoa, la traducción de Car al euskera. «En la editorial Acuarela lo primero que sacamos fue Body (1990) tras hablar con Lee Ranaldo sobre Crews. Anteriormente habíamos editado Road Movies, un libro de poemas de Ranaldo. Y así, bicheando en Internet, tuvimos noticia de la traducción de Car al euskera. Ellos fueron los pioneros, todo hay que decirlo». Con respecto al grupo Sonic Youth, Crews ha sido desde siempre la innegable referencia del universo ruidoso de este grupo neoyorquino y, en el año 1987, Kim Gordon (bajo), Lydia Lunch (guitarra) y Saddie Mae (batería) formaron una banda que bautizaron con su nombre, Harry Crews. Estuvieron tocando durante un año, en 1988, y publicaron un disco extraído de los directos: Naked in Garden Hills (1990). La mayor parte de los temas de esa grabación se titularon con nombres y citas de los libros de Crews. En aquel tiempo, además, Crews salía con Madonna y con su pareja del momento: Sean Penn. Esto fue lo que dijo de Crews la creadora de «Like a Virgin»: «Es el tipo más cool del universo».

También fue Car la primera novela de Crews que leyó el músico y escritor vasco Xabier Montoia. «Me dejó alucinado. ¿Pero qué era eso?», manifiesta Montoia. El ex cantante del grupo M-ak conoció a Harry Crews durante la última década del siglo pasado «en una ciudad llamada Itaca», pero como todos sus libros estaban agotados se propuso visitar todas las librerías de segunda mano de todas las ciudades para conseguir todo Crews. «Así, poco a poco, adquirí la mayor parte de sus novelas. Aquellas que no encontré, tuve que pedirlas en Bibliotecas».

De esa forma, fascinado por el mundo que se crea en Car, se lanzó a la editorial Susa para proponerles que tradujeran al euskera este libro y convenció a dos amigos para que se encargaran de la traducción: Kristin Addis y Edorta Matauko.

«Me parecía un libro extraordinario, todavía hoy me lo sigue pareciendo; el estilo de Crews, el tema, sus obsesiones, todo eso está recogido en esta novela. Me pareció un libro sumamente atractivo, fácil de leer, un libro que aporta un gran disfrute».

Los traductores Addis y Matauko realizaron un trabajo minucioso para la época, algo que aún hoy, se puede seguir considerando como sobresaliente. «Desde entonces no lo he leído, pero recuerdo que en aquel momento me quedé muy a gusto». No existían traducciones como esa que se hubieran vertido al euskera, sobre todo los capítulos del coche. En aquel entonces no disponíamos para ese cometido de un diccionario normativizado y había que inventarse algunas cosas, al menos eso es lo que pienso».

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No es un trabajo fácil traducir a Crews al euskera ni hacerlo al castellano. En opinión de Lucini, Crews engloba dentro del habla de sus personajes la clase social a la que pertenecen y la comarca o el territorio del que proceden valiéndose de todo tipo de elementos. «A la hora de representar el habla no estándar manipula la ortografía tanto a través de los métodos convencionales como con métodos que capturan específicamente pronunciaciones regionales, y sus personajes emplean una morfología y una sintaxis para nada estándar y específicamente sureña. Piensa en el trabajo que supone trasladar todos estos matices a cualquier otro idioma distinto del inglés».

Según esto, es de subrayar la valentía de la traducción de Susa y el trabajo de sus dos traductores junto al de Montoia. Sin embargo, el libro no tuvo la recepción esperada y en la actualidad es posible adquirirlo por cinco euros, así como leerlo de manera gratuita en la web de Susa. «En aquel momento se publicaban escasas traducciones y además de manera aislada. Esto es comprensible al comprobar cuán escasa era la venta de ese tipo de libros. A Autoa, la traducción al euskera de Car, le fue mal en librerías. Yo cogí un cabreo de la leche. Era incomprensible que siendo un libro tan sobresaliente para mí, no consiguiera el éxito que una novela así merece. Todavía sigo sin comprenderlo».

Por otra parte, le viene al pelo a la trayectoria de infortunio y adversidad de Crews, el hecho probado de no haber sido tomado en cuenta por los lectores vascos con la atención que debe tomarse en cuenta un libro como Autoa. En Estados Unidos la obra de Crews también está un tanto difuminada. En opinión de Lucini, este es el pathos de estos escritores sureños, su destino; están obligados a extinguirse. Justamente, la finalidad de la editorial Dirty Works es dar a conocer la obra de dichos autores antes de que la desaparición prosiga su curso imparable, la obra de autores como Larry Brown, Mark Richard, o Bonnie Jo Campbell. «Dirty Works es Harry Crews. Sus puntos de vista, sus visiones de basural lleno de chatarra, esa mirada de armadillo que al querer atravesar la autopista es aplastado por un coche, señala y condensa el otro lado del sueño americano».

BIOGRAFÍA DE HARRY CREWS

por John McLeod (University of Georgia Press), publicado en The New Georgia Encyclopedia

traducción y notas: Javier Lucini

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Harry Crews es un prolífico novelista cuyos personajes, a menudo extravagantes, pueblan un Sur extraño, violento y oscuramente cómico. También es autor de un libro de memorias muy elogiado, Una Infancia: Biografía de un lugar, sobre lo que significa crecer pobre en el sur rural de Georgia. Crews ha centrado la mayor parte de su trabajo en los blancos pobres del Sur, y ha inspirado a un creciente número de jóvenes escritores a ocuparse de lo mismo, incluyendo a Larry Brown y a Tim McLaurin.

Los primeros años

Harry Eugene Crews nació en el condado de Bacon el 7 de junio de 1935. Fue el segundo de dos hijos. Sus padres, Myrtice y Ray Crews, eran granjeros pobres que apenas rascaban lo suficiente para ganarse la vida. Después de que su padre muriera en mitad de la noche de un ataque al corazón con él, que por aquel entonces tenía solo dos años, durmiendo a su lado, Myrtice no tardó mucho en casarse con el hermano de Ray, Pascal. Su decisión resultó fatídica pues Pascal se reveló como un borracho violento y peligroso. En sus memorias, Crews describe la frágil situación de su temprana vida familiar: «El mundo que circunscribía a la gente de la que yo procedía contaba con tan poco margen de error, tan poco margen para la mala suerte, que cuando algo iba mal, casi siempre ocurría algo que empeoraba la cosa aún más. Era un mundo en el que la supervivencia dependía de un crudo valor, un coraje que nacía de la desesperación y mantenido por la ausencia de alternativas».

Harry Crews niño

Crews tuvo que desarrollar ese crudo valor desde el principio, pues de niño padeció dos importantes reveses físicos. A los cinco años le acometió una fiebre seguida de unos calambres tan severos en las piernas que sus talones chocaban con la parte posterior de sus muslos. Tuvo que guardar cama durante más de seis meses antes de que pudieran sacarle a respirar aire libre. Empezaría a andar de nuevo gradualmente apoyándose en la verja que rodeaba la granja. Crews identificaría en aquella cada vez más inestable vida familiar la causa del estrés psicológico que padecería más adelante en su vida.

A los seis años, en el curso de un juego infantil llamado «El Látigo» es arrojado accidentalmente a una caldera de hierro colado que se estaba utilizando para escaldar cerdos. Con quemaduras que le cubrían más de dos terceras partes del cuerpo, Crews solo sobrevivió, según le contaron los médicos, porque su cabeza quedó por encima del agua. En sus memorias recuerda aquella terrible experiencia: «Entonces sentí unas manos encima que me quitaban la ropa y el dolor dio paso a algo que no se puede expresar con palabras, o al menos que yo no puedo expresar con palabras. Yo no tengo forma de hablar de ello porque cuando me quitaron la camisa mi espalda se fue con ella. Al bajarme el peto, se deslizó también mi piel cocida y brillante».

Crews se alistó en los marines a los diecisiete años, mientras su hermano luchaba en la Guerra de Corea. En la época de su servicio, Crews comenzó a leer seriamente. Al licenciarse se matriculó por la G.I. Bill* (*ley aprobada por el gobierno en 1944 en beneficio de los soldados estadounidenses para acceder al financiamiento de estudios técnicos o universitarios) en la Universidad de Florida, con la intención de convertirse en escritor. El escritor Agrario* Andrew Lytle (*movimiento literario al que también pertenecieron Robert Penn Warren, John Crowe Ransom, Donald Davidson y Allen Tate), que en su día impartió clases a Flannery O’Connor y a James Dickey, fue el profesor de escritura del joven Crews universitario.

Primeras novelas

Los años que le condujeron a su primera publicación fueron duros, tanto personal como profesionalmente. Crews se casó en 1960 y tuvo dos hijos, pero el matrimonio no duró mucho. En 1964 sobrevino la tragedia cuando su hijo mayor se ahogó. Crews empezó su carrera como profesor en 1962 y tras varios años de rechazo su primera novela, El cantante de Gospel, se publicó en 1968 granjeándose buenas críticas. Su publicación le consiguió a Crews un nuevo trabajo de profesor en la Universidad de Florida y pavimentó el camino para la publicación de siete novelas más durante los ocho años siguientes, entre ellas Naked in Garden Hills (1969); Car (1972); The Hawk is Dying (1973), que fue llevada al cine en el 2006* (*con Paul Giamatti de protagonista, seleccionada para el Sundance Film Festival de 2006); La maldición gitana (1974) y la muy aclamada A Feast of Snakes (1976).

La reputación de Crews como nueva voz, descarada y audaz, de la literatura sureña creció durante aquella época. El popular escritor Norman Mailer dijo, «Harry Crews posee un talento único. Empieza donde lo dejó James Dickey*» (*James Dickey, también oriundo de Georgia, es el autor de Deliverance, la novela de la que John Boorman rodaría una aterradora adaptación en 1972). Su escritura hunde sus raíces en la tradición del Gótico Sureño, pero Crews ha declarado tener otras influencias, fundamentalmente el novelista británico Graham Greene. La mayor parte de sus libros se desarrollan en los actuales estados de Florida o Georgia y a menudo resultan crispantes en su exploración de extremos tales como los deportes sangrientos, los límites de la cordura, y las compulsiones y obsesiones más bizarras.

Crews, como Flannery O’Connor, tiene debilidad por lo grotesco en sus personajes. Explica esta fascinación como profundamente enraizada en una muy específica experiencia en su infancia: la de despertarse una mañana en una caravana de un parque de atracciones y contemplar a una mujer barbuda y a un hombre con la cara hendida besándose y haciendo planes para la cena. Crews declaró: «y yo, tendido en la parte trasera de la caravana, jamás volví a ser el mismo».

Ensayo y otras obras

Después de 1976 Crews no volvería a publicar otra novela en aproximadamente diez años. Durante ese tiempo su imagen fue convirtiéndose cada vez más en fuente de interés tanto para críticos como para lectores. En las entrevistas era franco a la hora de hablar de su consumo de drogas y alcohol y a menudo cambiaba su aspecto apareciendo con una cresta, rapado al cero o exhibiendo nuevos tatuajes. Uno de los tatuajes consiste en una calavera bajo la cual está escrito, «How do you like your blue-eyed boy, Mr. Death?» (*el verso tatuado pertenece la obra Buffalo Bill’s defunct del poeta, pintor, ensayista y dramaturgo estadounidense e. e. cummings) 

Crews continuó dando clases durante aquellos años, y escribió guiones de cine, obras de teatro y ensayos, algunos de los cuales se recogen en Florida Frenzy (1982). Así mismo, se convirtió en colaborador habitual de revistas como Esquire, Playboy, Sport y otras. Una de las columnas que escribió para Esquire, titulada «Grits», sentó las bases del que para muchos críticos es su mejor libro, Una Infancia: biografía de un lugar (1978). 

En Una Infancia el estilo de Crews es honesto y resuelto a la hora de describir la violencia y la desesperación que le rodeaban cuando era niño, aunque en ningún momento juzga, y muestra afecto y respeto por la gente a pesar de sus defectos. Esta conmovedora relación de la vida en el Georgia rural entre los muy pobres hizo que Crews se ganase grandes elogios entre los críticos. El New York Times Book Review dijo de su trabajo: «Es fácil despreciar a la gente pobre. Una Infancia lo hace más difícil. Alza casi hasta el nivel de heroísmo a esta gente que parece de otro siglo... Una Infancia no trata de una América olvidada; trata de una parte de América que apenas, excepto en libros como éste, ha sido apropiadamente descubierta».

Carrera reciente

Crews volvió al mundo de la novela con All We Need of Hell (1987) y continuó con la publicación de The Knockout Artist (1988), Cuerpo (1990), El amante de las cicatrices (1992), The Mulching of America (1995), Celebration (1998), y An American Family: The Baby with the Curious Markings (2006). En 1997 dejó de dar clases y continuó escribiendo. Sus obras han sido publicadas en Francia, Italia, Holanda, Israel, el Reino Unido y España, y entró a formar parte del Georgia Writers Hall of Fame en 2001. Aparece en el documental Searching for the Wrong-Eyed Jesus (2005) que relata el viaje por carretera de un músico de country* (*Jim White) por el Sur más profundo.

Crews vive actualmente en Gainesville, Florida* (*en el momento en que se publicó este artículo; Harry Crews murió el 28 de marzo de 2012).

Lecturas sugeridas

Erik Bledsoe, ed., Getting Naked with Harry Crews: Interviews (Gainesville: University Press of Florida, 1999).

Erik Bledsoe, ed., Perspectives on Harry Crews (Jackson: University Press of Mississippi, 2001).

David K. Jeffrey, ed., A Grit's Triumph: Essays on the Works of Harry Crews (Port Washington, N.Y.: Associated Faculty Press, 1983).

Southern Quarterly 37 (otoño 1998), número especial dedicado a Harry Crews.

Fuentes adicionales

Harry Crews: Blood and Words, dir. Wayne Schowalter (Wayne Schowalter Productions, 1983), película.

Harry Crews: Guilty as Charged, dir. and prod. Tom Thurman y Chris Iovenko (Fly by Noir Films, 1993), película.

The Rough South of Harry Crews, dir. Gary Hawkins (Chapel Hill: University of North Carolina Center for Public Television, 1992), película.

LA VERDAD AL DESNUDO

Tras la pista de Harry Crews, un autor sureño de mucho cuidado.

Por Jesse Fox Mayshark

(traducción: Javier Lucini)

–Harry Crews.

Así. No «Hola» ni «Harry Crews al habla», solo una voz que suena apretada y muy lejana cuando dice «Harry Crews».

No resulta difícil dar con su número de teléfono. Basta con llamar a información en Gainesville, Florida. Lograr que hable contigo es más complicado. Soy un periodista de Knoxville, le dije. Me gustaría hacerle unas cuantas preguntas acerca de su nuevo libro, Getting Naked With Harry Crews. Lo ha editado un tipo de aquí y...

–¿El libro de entrevistas? –dijo. Sonaba como si no se lo creyese del todo.

Eh, sí.

–Te diré una cosa, amigo. Ahora mismo me pillas un poco descolocado.

Oh.

–Bueno, podemos hacerlo. Seguro que podemos hacerlo. La cuestión es cuándo... –su voz se fue apagando.

Me voy de la ciudad el martes que viene (me la jugué), yo podría en cualquier momento antes del martes. O...

–¿Por qué no me llamas cuando vuelvas?

Hmmm, de acuerdo. ¿En algún momento del mes que viene?

–Seguro.

De acuerdo, dije. Gracias. Fin de la conversación. El asunto es que al mes siguiente ya habría vencido mi fecha de entrega. Yo sabía que era así. Probablemente se lo podría haber dicho. Quizá lo hubiese ablandado. Quizá pudiésemos haber hecho la entrevista en aquel mismo instante. Pero vean, este es Harry Crews.

En realidad yo no sabía nada de él antes de haber leído Getting Naked (publicado por University Press of Florida), pero ahora sí. Sé que ha vivido una vida trágica hasta un punto casi inimaginable, parte de ella de un modo voluntario. Sé que se ha peleado en los bares, que ha estrellado sus motos, enterrado a un hijo, se ha roto los huesos y se ha puesto hasta el culo de drogas y alcohol con tanta frecuencia y de un modo tan implacable que la gente que le conoce viene prediciendo su muerte desde hace veinte años. Suele salir por ahí con culturistas, freaks de circo y Sean Penn. También me consta que escribe (y que la misma palabra «escritura» es demasiado insulsa para describir lo que sale de él). Sus libros tratan de gente mutilada y deforme, por fuera o por dentro, gente que hace cosas extrañas e inenarrables a las que logran sobrevivir, o no (como Herman Mack en Car, que está decidido a comerse un Ford Maverick enterito, desde el parachoques delantero hasta el de atrás). Por lo que hasta a dos estados de distancia, al otro extremo de cientos de kilómetros de línea telefónica, Harry Crews da un poco de miedo.

Pero resulta que no necesito exactamente una entrevista personal con Harry Crews. Tengo todo un libro lleno de entrevistas. Y, por suerte, Erik Bledsoe –el compilador del libro– es bastante más accesible. Profesor auxiliar del departamento de inglés de la Universidad de Tennessee, melenudo y de trato fácil, Bledsoe ha reunido en un solo volumen, Getting Naked With Harry Crews, veinticinco años de entrevistas publicadas con el escritor. También se encargó de escribir la introducción y realizó la última entrevista de la colección. Las piezas, que aparecen en lugares que van desde diarios académicos franceses a Motorbooty, el fanzine cultural con base en Detroit, funcionan colectivamente a modo de historia oral de un artista estando como están dominadas por la voz singular, compleja y muy sureña de Crews.

Número del fanzine punk en el que aparece Harry Crews.

Motorbooty nº5 (1990).

–Tiene esa imagen de tipo realmente tosco y duro –dice Bledsoe–. Pero posee un fondo muy espiritual, ¿cuál es nuestro lugar en el mundo? A mí me gusta compararlo con Flannery O’Connor. Pero la diferencia estriba en que Flannery O’Connor era una buena chica católica llena de fe; Harry Crews empezó a escribir de verdad después de aquella portada de la revista Time que cubría la historia de «Dios ha Muerto». Así es que ¿qué puede hacer uno cuando se ha criado en una sociedad básicamente religiosa y aun así no tiene fe aunque lo deseara?

Crews, que ha sido profesor durante años en la Universidad de Florida, se crió en el duro mundo del sur rural de Georgia y en los pueblos obreros del norte de Florida. Detalló su educación en su libro de memorias A Childhood (1978), su obra de no ficción más importante hasta la fecha. Se abre con su padre contagiándose la gonorrea por culpa de una prostituta semínola y continúa a través de traumas domésticos que incluyen la muerte, palizas de borracho y, en lo que respecta al propio Crews, enfermedades casi fatales y accidentes. Y aun así, el tono no es ni amargo ni sentimental. Esta es su extrañamente discreta descripción de cuando se cayó (mientras jugaba al «látigo») en una caldera de agua hirviendo que se estaba usando para cocer unos cerdos recién sacrificados:

«Lo recuerdo todo con la misma claridad que recuerdo todo lo que me ha pasado, todo menos los gritos. Curiosamente, no puedo recordar los gritos. Me dijeron que grité durante todo el trayecto hasta el pueblo, pero yo no me acuerdo... De repente, me pusieron las manos encima, me quitaron la ropa y el dolor se transformó en algo que no se puede describir con palabras, o al menos no con mis palabras. Yo no tenía forma de expresarlo, porque cuando me quitaron la camisa mi espalda se fue con ella».

Crews comenzó a publicar en 1968, con The Gospel Singer, y desde entonces ha producido diecisiete libros, en su mayor parte novelas junto a algunas recopilaciones de ensayos y artículos para revistas como Playboy y Esquire. Su obra, por lo general, ha recibido críticas elogiosas y sus seguidores, al menos entre los devotos de la literatura sureña moderna, son considerables. Pero también se ha ido ganando un montón de detractores a lo largo de los años que no dudan en acusarle de cultivar lo grotesco y complacerse en la violencia. Por ejemplo, mientras que tanto el New Yorker como el New York Times elogiaron su novela All We Need of Hell en 1987, un crítico del USA Today se refirió a ella como «un librito repelente», añadiendo al final «debería darle vergüenza, Harry Crews».

Bledsoe piensa que Crews, que tiene ahora sesenta y cinco años, se merece un reconocimiento más amplio.

–Pienso que eso está cambiando en estos momentos, incluso mientras hablamos –dice–. Y creo que está cambiando gracias a la nueva generación de escritores. Tíos como Larry Brown, que se están ganando la atención de la crítica, no hacen más que referirse constantemente a Harry Crews como una especie de antepasado literario... Creo que le están ayudando a demarcar ciertos territorios.

Larry Brown

Larry Brown

Desde luego, lo que hace de Getting Naked una buena lectura es el mismo personaje Crews. Expresándose siempre con corrección, a menudo divertido y en ocasiones simplemente hasta los cojones de algo, recibe a todo el que llama a su puerta, desde los escritores posmodernistas (a quienes no puede soportar) hasta sus «pares» del departamento de inglés de la universidad («No tengo pares en Gainesville... No han visto mundo. No han visto correr la sangre y tienen todos los huesos intactos»). Defiende sin pedir disculpas su propia obra y se pregunta en voz alta cuándo logrará convertirse en un bestseller (o, según sus propias palabras «cuando logrará perpetrar un libro que logre meter las pollas de todo el mundo en la mugre»). Pero también habla con reverencia de un sinfín de escritores: Flannery O’Connor, Graham Greene, Truman Capote, James Agee. En algunas entrevistas está bebiendo o ya totalmente borracho. En otras, se encuentra en medio de uno de sus múltiples esfuerzos por mantenerse limpio. Pero en todas ellas, trata de encontrarle un sentido al mundo.

–¿Quién elegiría el mal? –se pregunta Crews en cierto momento, respondiendo a una pregunta sobre moralidad–. ¿Por qué decantarse por el mal? ¿Por qué dejar que se muera de hambre la gente de Georgia en Rusia? ¿Por qué hacinar a la gente en hornos? No cabe en la imaginación. Y aun así, Dios mío, Dios mío... Es esa cosa que tenemos dentro lo que despierta nuestra fascinación. Lo que más nos fascina de nosotros mismos, el animal que habita en nuestro interior, el brutal animal que desgarra la carne nos fascina mucho más que el besuqueante y lameteante ser amoroso que escribe tarjetas el día de los enamorados y que se preocupa lo suficiente como para mandar a alguien que ama sus mejores deseos.

La mayor parte del libro se centra en el proceso de la escritura. El título procede de uno de las numerosas disertaciones de Crews acerca del tema: «Si te vas a dedicar a escribir, por amor de Dios trata de hacerlo al desnudo. Trata de escribir la verdad. Trata de meterte debajo de toda la impostura, de todas las excusas, de todas las mentiras que te han ido contando».

Hablar de escritura con escritores es, como cualquier intento de entender los mecanismos del arte, una propuesta arriesgada. Pero al compilar Getting Naked, Bledsoe afirma que trató de acercarse al inaprensible impulso que puede llevar a alguien del sitio más improbable a pasarse toda una vida frente a la máquina de escribir.

–¿Cómo es posible que Harry Crews, hijo de un aparcero del condado de Bacon, Georgia –y yo he estado en el condado de Bacon, Georgia, y no se puede decir que haya mucho por allí, te lo aseguro–, haya logrado pese a todo convertirse en escritor? –dice Bledsoe–. Eso es lo que me fascina... A nadie puede sorprenderle que los hijos de Hemingway hayan escrito libros. ¿Pero cuando procedes de una familia que nunca lee?

–El motivo por el que leo biografías, la razón por la que leo entrevistas es un intento de comprender todo el proceso creativo –continúa–. ¿Qué hace que cierta gente lo posea y otra no? ¿Qué es lo que hace que cierta gente se convierta en Picasso y por qué ocurre que yo no puedo pintar ni una puesta de sol?

Bledsoe –que dice que el escritor se mostró generoso y atento durante su entrevista– afirma que cree que a Crews le agrada que haya salido esta colección que cubre tanto sus dispersas meditaciones como las meditaciones que otros han hecho sobre él. Que verdaderamente las haya leído todas o no ya es otra cuestión. En una de las entrevistas Crews dice: «Nunca leo las críticas ni todas esas tonterías, y mucho menos las entrevistas porque siempre sueno como un imbécil y digo cosas que no son. Cuando está mal me digo a mí mismo: no es posible que yo haya dicho eso».

Entretanto, Crews continúa escribiendo, publicando libros cada dos años. En A Childhood habla de cómo, siendo niño, se pasaba horas escudriñando las páginas del catálogo de Sears Roebuck imaginándose historias sobre la gente perfecta que veía allí fotografiadas, sobre las traiciones y las tragedias que debían ocultarse tras aquellas fachadas. En una de las entrevistas de Getting Naked dice que no ha dejado de hacerlo desde entonces:

–¿Cuántos matrimonios has conocido en los que el hombre y la mujer, siempre que están juntos, se sonríen el uno al otro? Se dan la mano, llegan en el mismo coche. Tal y como se suele decir, «mantienen las apariencias». Y de pronto, un buen día, un amigo va y te dice: «¿Sabías que Pete y Sally se divorcian». Y piensas, «Imposible. Espera un minuto. No tenía ni idea. No, seguro que te equivocas. Pete y Sally estuvieron hace poco en mi casa y no pararon de besuquearse, darse achuchones y toda esa mierda». Pero no. Por debajo, se arrastraban los gusanos. Devoraban sus ojos... Todo muy triste. Todo muy trágico. Y todo muy feo, lo suficientemente feo como para hacer que un hombre se cabree terriblemente. Pero esa es la naturaleza del mundo. No sé tú, pero el único mundo que yo conozco es este que veo.

 

RETRATANDO A HARRY CREWS

(El 27 de enero de 1979, Tom Graves entrevistó a Harry Crews en la Universidad de Florida. Además de llevar a cabo una extensa entrevista, Graves tomó nueve retratos fascinantes del autor). 

Sobre la entrevista 

por Tom Graves

(traducción: Javier Lucini)

El 27 de enero de 1979 descendí del avión en Gainesville, Florida, sin saber con certeza si Harry Crews acudiría a la cita que habíamos concertado para entrevistarle. Ya me había dejado plantado anteriormente en una ocasión, entonces no me quedó otra que cancelar mi vuelo desde Memphis a última hora. Ahora pensé que correría mejor suerte porque me había dicho que su preciada camioneta estaba en el taller y no tenía manera de moverse a ninguna parte. Habíamos acordado encontrarnos en su despacho de la Universidad de Florida, Gainesville. Sin embargo, cuando llegué a la Facultad de Inglés aquel sábado por la mañana, estaba cerrada. Un guardia de seguridad tuvo que venir a abrirme y cuando llamé a la puerta del despacho de Harry le di un susto que casi le hizo caer de la silla. «¡Joder, amigo», dijo, «cuidado con acercarte tan sigilosamente a alguien de esa manera!».

Me reí, él se rió y ahondamos en su vida y en su literatura y nos lo pasamos estupendamente bien.

La entrevista estaba destinada a The Paris Review y había sido aprobada por uno de sus editores, Fayette Hickox. Fayette quedó encantado con la entrevista y se la remitió a George Plimpton para la aprobación final antes de publicarla como una de las prestigiosas entrevistas de la Paris Review. Plimpton me llamó con la mala noticia de que habían declinado el artículo. «Simplemente no considero que Harry Crews se encuentre en la primera línea de los escritores norteamericanos», me dijo y eso fue todo. «Sin embargo, pensamos que has hecho un buen trabajo con la entrevista y nos gustaría que considerases la posibilidad de entrevistar a Walker Percy para nosotros», añadió.

Naturalmente, acepté la nueva oferta, pero Walker Percy se mostró reacio y me contestó que no en un par de notas escuetas y extrañas.

La publicación Southern Exposure accedió rápidamente a publicar una pequeña porción de la entrevista a Crews. The Chouteau Review publicó lo que quedaba del extenso artículo. Sendas publicaciones publicaron, asimismo, fotografías que le hice a Crews aquel sábado.

(NOTA: la entrevista entera se incluyó en la antología Getting Naked With Harry Crews, libro editado por Erik Bledsoe).

Sobre los retratos

En esa época yo no tenía cámara propia. En 1979 tenía veinticinco años y trabajaba como escritor de material médico publicitario para una compañía ortopédica, pero había publicado varios artículos y críticas por aquel entonces y hasta había trabajado como editor en una efímera revista de pesca deportiva. Pedí prestada una cámara a uno de los fotógrafos de la compañía y decidí que si se me presentaba la oportunidad gastaría un rollo de color (Kodachrome 25, mi favorito) y otro en blanco y negro.

Tras una hora de entrevista, tanto Harry como yo estábamos listos para tomarnos un descanso. Cargué la película de blanco y negro y le hice varias fotos en su despacho, en el vestíbulo del edificio de Inglés y en el exterior. Harry me invitó a una hamburguesa y a una cerveza en un bar fuera del campus y cuando terminamos de comer regresamos a su despacho para concluir la entrevista. Volví a cargar la cámara con la película de color y regresamos a los jardines del campus para realizar una serie de tomas cercanas, hechas aproximadamente a 1/60, según recuerdo, con la idea de desenfocar el fondo y centrarme en profundidad en el rostro de Crews.

Quedé muy contento con los resultados tanto de la entrevista como de las fotografías. Tanto Southern Exposure como The Chouteau Review aceptaron con entusiasmo las fotografías que acompañaban la entrevista que les envié. Le mandé varias copias de las fotos a Harry y en dos ocasiones aparecieron en Playboy (la revista me hizo llegar un cheque de ciento cincuenta dólares por su utilización, y el cheque venía impreso con logos intrincados de conejitos y las palabras «RE: Graves, fotografía». No os podéis imaginar lo que me divertí con aquel cheque convenciendo a la gente de que estaba fotografiando desnudos para Playboy), e incluso, en cierto momento, llegarían a verse en el documental de Tom Thurman Harry Crews: Guilty as Charged (que, lamentablemente, no cobré).

Hace poco me he vuelto a sentir interesado por la fotografía y he rescatado las fotografías que le hice a Crews en 1979. Me había olvidado de lo buenas que eran y de lo joven y vigoroso que parecía Harry en aquella época. A Childhood y Blood and Grits se acababan de publicar poco antes de mi visita (Harry hasta me dio un ejemplar firmado de Blood and Grits recién salido de la caja) y Harry parecía bien encaminado hacia su lugar en el firmamento literario. No tenía ni idea de que un abismo personal le estaba aguardando a borde del camino. Durante cerca de una década posterior a nuestro encuentro Crews dejó de escribir ficción y publicó pequeños ensayos muy valiosos. A mitad de sus cincuenta, Crews realizó una especie de regreso al ruedo y publicó una serie de novelas muy bien acogidas que reavivaron su reputación y le condujeron a participar en unos cuantos programas televisivos de entrevistas bastante destacados. Hizo un cameo en una película de Sean Penn, fue objeto de unos cuantos documentales, vendió los derechos para el cine de varios de sus libros (que yo sepa, la única que se ha llevado a la pantalla hasta el momento es The Hawk is Dying) y se retiró. Desde entonces no ha vuelto a publicar un manuscrito.

Corre un rumor que afirma que Harry continúa escribiendo a diario, por lo que parece una secuela de A Childhood, de la que ha declarado que no se publicará mientras viva.

El tiempo lo dirá.

Cinco retratos en blanco y negro

 

 

Retrato en blanco y negro nº1

27 de enero de 1979

Vestíbulo del edificio de Inglés

Universidad de Florida, Gainesville

 

«Siempre me han gustado los deportes en que se matan animales. Las peleas de gallos, las corridas de toros, las peleas de perros y todos los demás».

 

 

Retrato en blanco y negro nº2

27 de enero de 1979

Campus

Universidad de Florida, Gainesville

 

«No me resulta particularmente placentero hablar de que no somos lo que parecemos en este mundo. Sino que, en realidad, somos carnívoros y nos comportamos como asesinos y chupasangres y abusamos de los demás siempre que podemos. Pero en todo eso hay belleza, hay humor, hay felicidad, hay éxtasis».

 

 

Retrato en blanco y negro nº3

27 de enero de 1979

Vestíbulo del edificio de Inglés

Universidad de Florida, Gainesville

 

«¿Quién no ha tenido cerca alguna vez un matrimonio en cuyo centro no se halle un corazón podrido y un nido de serpientes? De acuerdo, entre ellos reina la felicidad y la alegría, y les resulta placentero criar niños que llegarán a ser algo en la vida. Eso está muy bien. Voto por eso. El hecho de que sea una farsa, el hecho de que no sean más que chorradas, no debería necesariamente disgustarnos demasiado».

 

 

Retrato en blanco y negro nº4

27 de enero de 1979

Despacho de Harry en el edificio de Inglés

Universidad de Florida, Gainesville

 

«A mi anciana y querida madre leer un libro le lleva tanto tiempo como a mi escribirlo. Aprobó hasta segundo grado. Lee todo lo que escribo. Jamás ha parpadeado ante ninguna de mis obras. Y habla bien de ellas. Mi vieja y querida madre me dice: "Hijo, ¿por qué no escribes un libro que sea alegre y agradable y esté lleno de sonrisas", y yo le respondo: "Mamá, cuando se me ocurra uno así, lo haré"».

 

 

Retrato en blanco y negro nº5

27 de enero de 1979

Campus

Universidad de Florida, Gainesville

 

«Soy un gran admirador de Diane Arbus, ya fallecida, como sabrás, se suicidó. Soy un gran admirador de ella por una cosa de la que te habrás percatado: toda la gente que ha fotografiado Diane Arbus, a ojos de la cámara, parece muerta. La próxima vez que veas su libro, fíjate en eso. No es que parezcan ausentes. Parecen muertos ante la cámara. Todos y cada uno de ellos».

 

Cuatro retratos en color

 

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Retrato en color nº1

27 de enero de 1979

Campus

Universidad de Florida, Gainesville

 

«Viajé cuatro mil kilómetros en compañía de un jugador para un artículo que escribí para Playboy titulado "Carny", acerca de mi experiencia con, no sé, lo que la sociedad considera parias o tipos no muy agradables. Al convivir con ellos, con cualquier clase de minoría, chicanos, judíos, negros, granjeros arrendatarios del sur de Georgia, así como jugadores, proxenetas, prostitutas, timadores callejeros en busca de una bofetada o un chute de caballo o coca, toda esa clase de cosas, te proporciona una visión del mundo que te deja bien claro que desde donde estás nunca llegarás a verte sentado en una oficina como esta, en el laberíntico edificio de una universidad multimillonaria».

 

 

Retrato en color nº2

27 de enero de 1979

Campus

Universidad de Florida, Gainesville

 

«En mi obra no hay nada gratuito. No hay descripciones gratuitas de paisajes, no hay descripciones gratuitas de gente. Nada hay en mi obra que no sea necesario e inevitable para la acción, el lugar y las circunstancias sobre las que estoy escribiendo».

 

 

Retrato en color nº3

27 de enero de 1979

Campus

Universidad de Florida, Gainesville

 

«Estoy convencido de que en los años anteriores al momento en que cumples seis o siete años, es cuando realmente todo se determina. Es entonces cuando empiezas a encaminarte hacia donde quiera que vayas a acabar tus días».

 

 

Retrato en color nº4

27 de enero de 1979

Campus

Universidad de Florida, Gainesville

 

«No creo que puedas imaginarte un ser humano más enajenado que un aparcero del sur de Georgia que cada año ha de trasladarse de una parcela de tierra agotada a otra. Nada le pertenece. Siempre se haya entre la espada y la pared. Otra gente consigue atención médica. Él no. Otros consiguen naranjas y pomelos o limones para evitar contraer la angina de Vincent o el escorbuto, pero él no. Otros tienen hijos con zapatos. Él no. A lo que voy es a que si él no está alienado ¿quién cojones va a estarlo? Quizá si escribo acerca de personajes masculinos enajenados, sea porque esa enajenación procede directamente de mi propia vida».

HARRY CREWS, HISTORIAS Y CICATRICES

(artículo publicado en la revista CÁÑAMO)

 

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«Cuéntanos cómo es el Sur; qué hace allí la gente; por qué viven allí; por qué siguen viviendo.»

¡Absalón, Absalón!, WILLIAM FAULKNER

«Hijo, ¿por qué no escribes un libro que sea alegre y agradable y esté lleno de sonrisas?»

La madre de HARRY CREWS

Harry Crews, «el Rabelais de Georgia» según la necrológica del New York Times, aún vivía cuando me llamó aquel periodista de Barcelona que quería contactar con él. Debió ser al poco de que publicásemos El cantante de góspel en España. Estaba vivo, pero no estaba bien. Hacía poco había dicho que estaba jodido y que no sabía si iba a poder terminar su última novela (The Wrong Affair). Aparte de la enfermedad que le venía consumiendo desde hacía años estaba lo de la reciente puñalada en el abdomen. Claro que, si uno se para a pensarlo, ¿alguna vez había estado bien? No consta. De hecho, de haberlo estado, probablemente no se habría dedicado a escribir. Habría hecho otra cosa. Aunque seguro que al hacerla, por muy inocua que fuese, se las habría ingeniado para hacerse daño, lo cual ya sí sería digno de ser contado. El dolor. Y vuelta a empezar. Porque eso es un poco el sur profundo de donde procede: caerse y levantarse y dejarse trozos de cuerpo por el camino. Y por eso lo de las historias. 

Lo decía él mismo al final de su gloriosa aparición en el documental Searching For The Wrong Eyed Jesus (2003), de Andrew Douglas, donde sale con su bastón, renqueante, ya por aquel entonces bastante machacado (demasiados accidentes de moto): «Las historias lo eran todo y todo eran historias». Está hablando de su infancia. «Todo el mundo contaba historias. Era una forma de afirmar quiénes eran en el mundo. Su manera de comprenderse a sí mismos». Es Eudora Welty y Carson McCullers. Faulkner menos, aunque ese tipo sabía beber. Historias para dejar de sangrar, para curarse, para cicatrizar.

Pero lo de estar bien, no. Eso no va con él ni con los suyos. Su gente es más de estar tullida (tanto física como psíquicamente). La novela de estar bien la tendrá que escribir otro. Alguien del norte o de la Costa Este, alguien que no sangre al mear. 

Bueno, miento. Parece ser que una vez sí que estuvo bien, o al menos eso le dio por decir durante una breve temporada. Año 1992. Se había enamorado. Otra vez. A veces pasa. Y nos salió con una novela de amor. Se acojonó (casi tanto como nosotros). Supuso que la crítica le despellejaría. Que sus fans le darían la espalda. Que sería el fin de su carrera literaria. Pero la novela resultante fue El amante de las cicatrices, dedicada a Sean Penn («el tío más grande que conozco»; acababa de dirigirle en Extraño vínculo de sangre), en la que hay amor, sí, un amor un poco raro, todo hay que decirlo, pero también hay cadáveres, enfermedad, gente deforme, brujería, cocodrilos y una señora que duerme con un cráneo humano. Así que todo en orden. El viejo Harry sigue mordiendo. 

La cosa le viene de familia. De familia y de haber nacido en Georgia. ¿Te acuerdas de Burt Reynolds en Deliverance, aquella aterradora versión que hizo John Boorman del novelón de James Dickey? Pues así. Igualito. Aunque puede que peor, porque como dijo Norman Mailer: «Harry Crews empieza donde lo dejó James Dickey», y cualquiera que haya leído a Dickey sabe que «donde lo dejó Dickey» es un erial bastante inhóspito. En La mente del sur (1941), W. J. Cash, dejó descrito muy acertadamente (para indignación de los Agraristas Sureños, Robert Penn Warren y compañía, incluido Andrew Lytle, que luego sería profesor de escritura de todas aquellas bestias maravillosas: Flannery O’Connor, James Dickey y un joven Crews recién licenciado en la universidad de Florida) al típico varón del Sur, una descripción en la que Harry, que por aquel entonces tenía seis años y se estaba achicharrando vivo en una caldera para escaldar cerdos a la que había ido a parar accidentalmente jugando con sus amiguitos (su infancia fue una empecinada sucesión de convalecencias), acabaría encajando a la perfección: «[…] en su juventud y con frecuencia bien entrada la madurez, participaba en carreras espontáneas e improvisadas, a pie, hacía lucha libre, ingería cantidades navegables de whisky, soltaba alaridos salvajes y cazaba zarigüeyas; porque ya lo llevaba en el alma cuando salía del bosque, porque ya estaba arraigado en sus costumbres cuando salía de las regiones apartadas, ya que en la frontera era natural hacerlo, pues era un individuo apasionado y fuerte, a quien le hervía la sangre en las venas y buscaba naturalmente la actividad al aire libre, impulsado por un incontenible y primitivo deseo de correr afanosamente en pos de algo […]». 

En una de sus últimas entrevistas, preguntado por su ira irrefrenable (cuya última manifestación era esa rajadura que le comenzaba a la altura del vello púbico y le subía por el ombligo hasta el esternón, trofeo de una pelea de «perros viejos» en un camping de pesca: «Conocía a ese tipo desde hacía tiempo y siempre nos habíamos tenido mala sangre»), Harry Crews suscribió casi palabra por palabra lo afirmado por W. J. Cash. «Intento ser correcto, civilizado, decente y todo lo que tú quieras, pero no se me da bien». De casta le viene al galgo. «Todos los hombres de mi familia son así. Una pandilla de malditos gatos resentidos que no hacen más que moverse por ahí en busca de coños y pelea. Fui campeón de los pesos semipesados en los marines. Me han roto la nariz seis veces. Y me gusta el karate y los deportes en los que se matan animales. Me gustan muchas cosas que no están lo que se dice “de moda”, cosas que no son agradables y que, si tienes algo de cabeza, son del todo indefendibles. Lo que pasa es que hay demasiada gilipollez en el mundo. ¿Cómo se puede vivir esta vida sin estar más loco que una cabra?». Desde lo de Sherman y la caída de Atlanta ya son muchas generaciones de rabia y furia. Quienes lo conocen te lo podrán confirmar: Harry Crews se expresa con corrección, a menudo es divertido, pero suele estar hasta los cojones de algo. Claro que ¿quién no?

Así son los hombres de su familia, y también sus novelas. Porque hay que decir que todo lo que ha escrito (y ese «todo», que no es poco, incluye cosas como cetrería, circos de freaks, culturistas, ladrones de cadáveres, festivales de serpientes…) está basado en experiencias reales. Y es que, por increíble que parezca, Harry ya ha estado ahí antes y lo ha hecho. En efecto, se lo ha bebido, se lo ha fumado, se lo ha inyectado, se lo ha tatuado, lo ha olisqueado, lo ha saboreado, lo ha vomitado, lo ha sangrado, se lo han arrebatado, lo ha enterrado, se lo han cosido, se le ha infectado, lo ha cazado, lo ha descuartizado o se ha estampado contra ello en su Triumph no una sino varias veces. Es molecularmente incapaz de estarse quieto. Tiene el cuerpo plagado de cicatrices. Se ha roto casi todas las putas cosas que te puedas imaginar (y disculpa mi lenguaje, pero joder, es que estamos hablando de Harry, no de uno de esos escritores finolis de Brooklyn Heights que quedan contigo en un Starbucks). La novela de estarse quieto y de guardar las formas la tendrá que escribir otro. Un europeo, probablemente. Algún alérgico que no corra mayor peligro en su vida que el de cortarse con la maquinilla de afeitar. 

A Crews, al menor atisbo de calma chicha, le entra «la fiebre del camarote» y tiene que hacer un esfuerzo titánico para no dejarse llevar por sus impulsos. Lo dijo una vez en la radio: «Cuando las cosas se vuelven demasiado cómodas y seguras, me entra la sensación de que me estoy ablandando. Es como si alguien me estuviese enterrando en un lecho de plumas. Así que cuando eso sucede tiendo a ponerme a derribar o a destrozar cosas». 

Acto seguido, ante el apuro evidente del locutor (que no se fía de que lleve ya más de diez años «limpio» y al que se le percibe francamente asustado), añade: «Aunque a medida que me voy haciendo viejo, tengo la impresión de que lo llevo mejor, para gran alivio de la gente que me rodea». 

Pero es una impresión falsa, lo ha dicho por decir, porque envejecer es una putada y lo que hay que hacer es no tenerle respeto a nada. «Cágate mucho en ello y dale una patada en el culo al diablo», diría en sus últimos días. «Escupe y ráspate el trasero haciendo todo lo que puedas seguir haciendo cuando te hagas viejo. Y no le beses el culo a nadie. Eres un anciano, muy bien, ¿y cuál es el problema?». La opción es mantenerse aparte. Hacer yoga. Asistir a eventos literarios. Pedir permiso. Sonreírle a la gente. Hacer caso al médico. Alejarte de los bares, de las mujeres, de los animales salvajes, de todo lo que merece la pena en esta vida, cosas que, al final, indefectiblemente, acaban haciéndote daño. Pero vivir es eso. Y escribir también. Así que no es opción. Al menos no para él. La novela de mantenerse a salvo ya la ha escrito mil veces cualquiera de sus «pares» del departamento de inglés de la universidad de Florida. Uno de esos posmodernos que jamás ha visto correr la sangre, que aún tiene todos los huesos intactos y que no ha abusado de las drogas y el alcohol hasta el punto de que sus conocidos lleven prediciendo su muerte desde hace más de veinte años. No. Él no. 

Crews solía decirlo en su taller literario (sí, fue profesor, ahí donde le ves, puedes hablarlo con Michael Connelly): «Si os vais a dedicar a esto, por amor de Dios, tratad de hacerlo al desnudo. Tratad de escribir la verdad. Tratad de meteros debajo de toda la impostura, de todas las excusas, de todas las mentiras que os han estado contando». Y no pidáis disculpas a nadie. Dejaos una cresta, rapaos al cero, no contestéis preguntas estúpidas, aquí no hemos venido a hacer amigos (ya tenemos dos o tres, y tampoco es que sea para tanto), haceos un tatuaje de una calavera con un verso de e.e. cummings que diga: «How do you like your blue-eyed boy, Mr. Death?». Ni se os ocurra servírselo a la muy zorra en bandeja…

Dar con su teléfono es fácil, basta con llamar a información en Gainesville, Florida.  Siempre se pone. Lograr que quede contigo es ya otro cantar. Así se lo transmití al periodista que me llamó desde Barcelona. Y le deseé suerte. Lo mismo conseguía que le invitase a una hamburguesa y a un par de cervezas. Lo mismo le citaba, lleno de entusiasmo, y luego ni se presentaba… 

El caso es que a los pocos meses Harry murió, esta vez sí, y el periodista de Barcelona no volvió a dar señales de vida. 

Tengo por ahí su teléfono, pero prefiero no llamarle, porque todo lo que me imagino que pudo sucederle es mejor que cualquier improbable entrevista que pudiera llegar a hacerle, algo digno de una novela de Crews. En la mejor versión me encuentro al periodista en un descampado a las afueras de Jacksonville, como reclamo de un motel de mala muerte, rodeado de chatarra y bastante desmejorado, comiéndose un Ford Maverick, pieza a pieza. 

Y este artículo concluye con su eructo: metal y diésel.

 

DESPIECE DE CITAS

«Mira, si tu intención es escribir sobre la dulzura, la luz y toda esa mierda, consíguete un trabajo en Hallmark.»

«No me resulta particularmente placentero hablar de que no somos lo que parecemos en este mundo. En realidad, somos carnívoros y nos comportamos como asesinos y chupasangres y abusamos de los demás siempre que podemos. Pero en todo eso hay belleza, hay humor, hay felicidad, hay éxtasis.»

«En mi obra no hay nada gratuito. No hay descripciones gratuitas de paisajes, no hay descripciones gratuitas de gente. Nada hay en mi obra que no sea necesario e inevitable para la acción, el lugar y las circunstancias sobre las que estoy escribiendo.»

«El trabajo del escritor es desnudarse, no ocultar nada, no esquivar nada con la mirada, su trabajo es mirar las cosas. No parpadear, no estar avergonzado o apenado por ello, quitarse la ropa e ir a donde está la sangre, donde está el hueso.»

«Sé lo que es que la gente te mire y ver reflejadas en su cara tus espantosas circunstancias, quiero decir: tu monstruosidad.»

«El dolor te humilla y te da una lección de humildad, y yo no estoy acostumbrado ni a ser humilde ni a que me humillen. No me gusta. Ofende mi idea de lo que coño creo que soy. Preferiría hacer antes cualquier cosa, incluso cortarme la puta garganta.»

«La ira me ha ayudado en muchos momentos de mi vida y tengo que confesar (y no se lo recomiendo verdaderamente a nadie, pero qué demonios) que me volví un ser furioso. Un auténtico cabronazo.»

«Hay algo bonito en una cicatriz. Significa que ya no te duele, que la herida se ha cerrado y ha sanado para siempre.»

 

 

 

 

 

ALCOHOL, PESCA, ESCRITURA Y CICATRICES

 

UNA ENTREVISTA A HARRY CREWS,
por JESSE PEARSON

(Publicada en la revista Vice en 2009, Harry Crews aún vivía)
(traducción de Javier Lucini)

Harry Crews es uno de los novelistas norteamericanos vivos más originales e importantes que existen. Nació en Georgia en 1935, hijo de aparceros. Sirvió como marine en la guerra de Corea y desde entonces ha pasado por todos los trabajos que un hombre puede llegar a ejercer en el curso de una vida (desde trabajar en una fábrica de cigarros hasta la cumbre –o el infierno– de enseñar escritura creativa).

Sus libros son divertidos de un modo amargo y observan con habilidad dosis de ficción tomadas directamente de su propia experiencia. Es capaz de superar en pegada, estilo, contundencia y profundidad a cualquiera de los componentes de la generación de chicuelos que han seguido sus pasos, y aún hoy sigue en la brecha. Mientras lees esto, Harry se encuentra en su guarida secreta de Florida, trabajando en su nueva novela. Dice que puede que sea la última porque se encuentra mal. Pero quién sabe. Jamás ha existido un ser humano que combine de un modo tan perfecto como Harry Crews la elegancia y la dureza, y nada nos sorprendería que continuase produciendo penosamente sus increíbles libros cuando también nosotros nos hagamos viejos y peinemos canas.

Retrato de Tara Sinn a partir de una foto de John Zeuli.

Retrato de Tara Sinn a partir de una foto de John Zeuli.


VICE: Bueno, Harry, ¿sigue siendo un buen momento para hablar?

HARRY CREWS: ¿Se supone que tenemos que hacer esto ahora?

Creo que quedamos en que hoy te pegaría un toque por teléfono y que ya veríamos.

La morfina acabará por joderte todo lo que te quede de memoria. Cada vez que ese puto reloj marca cuatro horas tengo que meterme un chute. Así que sé que dijimos el viernes por la tarde, pero creí que quedamos a la una o a las dos y, joder, ya son más de las tres. Lo mismo da, salvo porque, no sé si te lo dije, estoy tratando de acabar mi última novela. Si Dios me permite concluirla, me retiraré. Pero no lo dejaré sólo en manos de Dios. Hoy me he puesto a trabajar muy temprano..., una cosa, ¿estás seguro de que merece la puta pena perder el tiempo en esto?

Sin duda. Pero no me gustaría tocarte los cojones.

Tío, no me estás tocando los cojones. Si me estuvieras molestando te lo diría. La última vez que hablamos dijiste algo así como: “De estar en tu lugar, la última cosa del mundo que me preocuparía sería si conceder o no una puta entrevista”.

Cierto.

Bueno, pues me preocupa y la razón de que me preocupe es porque te dije que podrías hacérmela. Ya te darás cuenta: cuando seas tan viejo como yo, la única puta cosa que te quedará será tu palabra. Si le digo a alguien que voy a hacer algo, por Dios que, si está en mis manos, lo haré. Y no me importa. La verdad es que probablemente he dado más putas entrevistas de las que debería. ¿Conoces un libro que se titula Getting Naked With Harry Crews?

Le he echado un vistazo. Es esa antología de entrevistas que te hicieron, ¿no?

A un profesor universitario medio imbécil no se le ocurrió otra cosa que llamarme y preguntarme si no me importaría que se pusiese a buscar todas las entrevistas que me habían hecho para publicarlas en un libro. Yo le dije: “Me importa una mierda, tío. Haz lo que quieras”. Es un libro de tapa dura de casi diez centímetros de grosor.

¿Y están todas las entrevistas que has concedido hasta ahora?

Sí, y algunas no son tan lamentables. No me he leído el libro pero lo he mirado por encima. En algunas entrevistas estaba borracho como una cuba, o hasta el culo de droga, en cualquier caso, algo bastante impresentable. No valen una mierda y no creo que debieran estar en un libro, pero ahí están... No sé, me gusta hablar sobre la escritura, me gusta hablar sobre libros y me gusta hablar de esas cosas. Quiero decir, al fin y al cabo, ha sido mi vida.

¿Tu entusiasmo por todo eso no ha disminuido a medida que te has ido haciendo mayor?

No. Joder, no. Estoy enamorado de esto como un perro. Doy gracias a Dios por poder dedicarme a escribir este libro en el que estoy trabajando ahora. De eso y de una chica que se llama Melissa que no hace mucho fue gimnasta en la Universidad Auburn de Alabama. Una chica de Alabama. Y, bueno, ya sabes cómo son las gimnastas. Joder, es exageradamente bella, con un cuerpo que te dejaría seco el puto corazón.

¿Y está viviendo contigo?

Oh, llegará más o menos en una hora y media para pasar el fin de semana.

Eso son buenas noticias.

¿Me lo dices o me lo cuentas? Es maravilloso. Esta noche va a cocinar langosta y va a ser la hostia. Es una gran señora, tío. Como ya te dije, da gusto mirarla. Y le entusiasma todo lo bueno. Me gusta mucho.

¿Conocía tus libros antes de conocerte a ti personalmente?

Sí, los conocía, pero fue un poco extraño el modo en que entramos en contacto. Tras haber estado dando vueltas a su alrededor durante cuatro o cinco horas, me miró y me dijo: “¿Tú no serás el tipo que escribe los libros esos, verdad?”. Yo dije: “Bueno, sí, he escrito alguna mierda”. En cuanto empezamos a salir, leyó algunas de mis cosas. Pero gracias a Dios no es ése el motivo de que le guste.

Seguro que tienes algunos fans aterradores.

Mi número de teléfono está en la guía pero mi dirección no porque hay mucho gilipollas extraño por ahí suelto que se te presenta de buenas a primeras en la puerta. Muchos son jóvenes que ni siquiera saben qué andan buscando, pero que quieren hablar. La mayor parte quiere hablar o verme por todas las razones equivocadas que se te puedan ocurrir. Piensan que si se frotan conmigo o algo así serán capaces de escribir.

Y has dado clases de escritura durante un tiempo, ¿no?

Bueno, gracias a Dios la Universidad de Florida me hizo esa oferta con la que sueña todo escritor. Tenía diez o doce estudiantes graduados al año. Jóvenes que pensaban que querían ser escritores de ficción. Por lo general, se enamoraban de la idea de ser escritores de ficción, luego experimentaban lo jodido y esclavizante que es este trabajo y enseguida decidían, “No, no es esto lo que queremos hacer”.

Lleva su tiempo, ¿verdad?

Si vas a escribir un libro, no sabes lo que estás buscando. Tienes que desengañarles de todas esas ideas que tienen y de las que se sienten tan seguros pero que, por lo general, siempre, todas y cada una de ellas, son erróneas. Se trata de algo muy aburrido. Pero me gustan mis estudiantes, los pocos que finalmente se han convertido en escritores. Hay un chico, Jay Atkinson, de Massachusetts. Ya ha escrito cuatro libros. Mis estudiantes están repartidos por todo el país. Y toda esa mierda está en como quiera que se llame esa cosa, internet o lo que sea. Google o su puta madre. Yo no tengo de eso en mi ordenador.

Eso, probablemente, sea una bendición.

Bueno, lo tengo, pero paso. Aunque hay toneladas de mierda sobre mí ahí metidas. Está ese chaval, Damon Sauve en San Francisco. Es un buen escritor. Es el que ha puesto todo eso ahí dentro. Creo que se llama “página web”. Sé muy poco de ordenadores. Me limito a hacer lo mejor que sé y dejo toda esa mierda a otros. Escribo a mano, escribo en máquina de escribir, escribo en ordenador y escribiría al carboncillo si eso me hiciera escribir mejor. No me importa cómo con tal de que queden las palabras. No aspiro a más de quinientas palabras al día. Quinientas palabras es cojonudo si eres capaz de llegar a mantener ese ritmo al día, lo que no suele ocurrir, no al menos quinientas palabras que valgan la pena.

¿Escribes durante una cantidad determinada de horas al día?

A mí no me van los horarios. Empiezo cuando sea y trato de llegar a quinientas palabras. Eso equivale sólo a dos páginas manuscritas, a doble espacio. Si llego a dos páginas, ya está. Te sorprenderían los resultados que se obtienen si sigues esa disciplina todos los días de tu vida.

¿Qué podrías decirme sobre el libro en el que estás trabajando ahora?

Se titula The Wrong Affair. Confío mucho en poder terminarlo antes de que me muera. Sería fantástico. Sería la guinda para un trabajo bien hecho. Me gusta este libro una barbaridad. Y por supuesto está sacado de mi vida.

Quieres decir que está basado en experiencias reales.

Todo lo que he escrito a lo largo de mi vida lo está. Tengo un libro que se titula Karate Is a Thing of the Spirit. Estudié karate durante cerca de veintisiete años. Mucho, mucho tiempo. Tengo otro que se llama The Hawk Is Dying. Cacé y entrené halcones. De no haberlo hecho no habría podido escribir sobre ello. Si no me hubiera implicado, si no lo hubiera olido, saboreado, si no me hubiera revuelto en ello (en el tema, sea el que sea), no habría sido capaz de escribir sobre ello. Sé que hay algunos tipos que sí pueden, y que lo hacen bien. Pero yo no soy uno de ellos.

Las memorias que escribiste sobre tu infancia son asombrosas.

Yo vengo de una granja de arrendatarios del sur de Georgia. Si la cosecha fallaba (el tabaco era lo que daba dinero), simplemente no podrías cultivar al año siguiente.

La agricultura arrendataria es un sistema indignante.

Sí, significa que trabajas una tierra que no te pertenece, eres un aparcero. Luego nos tuvimos que mudar a Jacksonville, Florida. Mi padre murió cuando yo sólo tenía veintiún meses. Murió de un ataque al corazón; no llegué a conocerle. Nos crió Ma. Trabajaba en la fábrica de cigarros King Edward. La fábrica cubierta de cigarros más grande de todo el planeta. Una cosa enorme de cojones. Antes de irme al Cuerpo de Marines trabajé allí un verano. Qué puto trabajo más brutal. Nunca sabré cómo pudo aguantarlo mi querida y anciana madre durante todos esos años. Lo hizo porque no le quedaba otra. Por eso lo hizo. De todas maneras, tío, mira, ¿y si dejamos la entrevista para otro momento?

Claro, tengo tiempo. Pero de alguna manera ya la hemos empezado.

Eh, yo también dispongo de tiempo. Siempre estoy aquí. Tenemos que hacerlo de manera que no me pilles justo después de haberme metido el puto chute, o después de haber estado trabajando todo el día o cualquier otra mierda así.

¿Hay algún momento del día que te venga mejor que otro?

Odio tener que actuar como si fuera algo especial. No lo es. No es más que una mera cuestión de cómo va mi vida y de las cosas que tengo que hacer. Ayer fui al puto médico. Es un buen tipo y me gusta, pero al acabar le dije: “Esto ha sido una pérdida de tiempo para mí y para usted y no volveré más por aquí, pero le aprecio mucho y le deseo lo mejor, así que cuídese”. Y acto seguido me fui porque, ¿sabes?, ignoro lo que quería. Supongo que quería asegurarse de que no tenía intención de liquidarme. Quería hablar sobre el suicidio y toda esa mierda. Yo le dije, “Bueno, si quiere podemos hablar del suicidio”.

La última vez que hablamos por teléfono me dijiste que estabas muy enfermo.

Sí, y lo estoy. Pero no quiero hablar de ello. Estoy bien.

Me imagino que muchos grandes escritores han trabajado estando seriamente enfermos.

Flannery O’Connor se estaba muriendo durante todo el tiempo que estuvo escribiendo, y podría nombrarte a un montón de escritores a los que les pasó lo mismo. Mira, Flannery llegó a ese punto en el que sólo podía escribir tres horas al día. Los médicos le dijeron: Puedes escribir tres horas al día. No más. Menuda mierda tener que decirle eso a alguien. Joder. En cualquier caso, para mí, lo peor ahora es el dolor. El dolor te humilla y te da una lección de humildad, y yo no estoy acostumbrado ni a ser humilde ni a que me humillen. No me gusta. Ofende mi idea de lo que coño creo que soy. Preferiría hacer antes cualquier cosa, incluso cortarme la puta garganta.

Hablando de lo cual, me hablaste de una pelea en la que te habías metido hace poco. Te rajaron la tripa y te dejaron una cicatriz enorme.

Es una cicatriz verdaderamente hermosa. Comienza a la altura del vello púbico y sube por el ombligo hasta el esternón, donde permanece equidistante entre los pezones. Me destriparon, tío. Llegué a tener los intestinos en mis manos.

Y me dijiste que ocurrió en un camping de pesca.

Así es.

Un poco irónico, que te destripen en un camping de pesca.

Bueno, sí y no. Éste es un camping de pesca que es más bien un bar para emborracharse y pelearse junto a un agradable lago en el que nadan un montón de peces. Puedes hacerte con una barca para salir a pescar, o puedes limitarte a beber cerveza, jugar al billar, armar gresca, joder y lo que quiera que se te pase por la cabeza. Pero es un lugar fantástico para pescar. La vieja casa de Marjorie Kinnan Rawlings, Cross Creek, no está lejos de donde vivo. A un lado de la carretera está el lago Orange (cuatro mil hectáreas de agua) y al otro el lago Lochloosa, con sus siete mil trescientas hectáreas de agua. Y luego está el riachuelo que corre desde Orange a Lochloosa cruzando la carretera en las proximidades del sitio donde se alza la casa.

¿Y qué se pesca allí? ¿Siluros?

Hay siluros, sí, pero los hay en todas los sitios con agua de los alrededores. Esos lagos tienen grandes róbalos, percas gigantes, truchas moteadas... También hay un montón de peces comestibles pequeños. Buen róbalo de lago, si te gusta pescar róbalos. Pero el róbalo crece demasiado. Los que son buenos para pescar no son muy buenos para comer. Un róbalo que crece demasiado, sabe y huele mucho. A pescado fuerte. No está muy bueno. Los róbalos pequeños son los que hay que comerse, pero no es muy divertido pescarlos porque no oponen resistencia. Bueno, como sea...

Sí, pero ¿podrías contarme cómo acabaste con las tripas al aire?

Conocía a ese tipo desde hacía mucho tiempo y siempre nos habíamos tenido mala sangre. Aquélla no fue la primera vez que nos peleábamos. Unas veces acababa él en el hospital y otras yo. En esta ocasión acabamos los dos en el hospital. Y yo conté un millón de mentiras para que no lo metieran en la cárcel. No quería que ese hijoputa acabase entre rejas.

¿Qué hay entre ese tipo y tú?

Somos como un par de putos perros viejos. Fui en coche hasta el camping de pesca y me pareció que podía oler al muy hijoputa. Dije: “Joder, debería dar media vuelta y volverme a casa. Estoy seguro que ese hijoputa anda por aquí”. Y así era. Cuando nos pusimos los ojos encima fue como si dos putos pit-bulls se encarasen desde sus respectivas esquinas, ¿sabes lo que quiero decir? Se rascan y saltan. Y entonces pasa lo que pasa.

¿Fue hace mucho?

Oh, no hace mucho que salí del hospital. Estuve casi un mes ingresado. En la Unidad de Cuidados Intensivos. No podía hablar. Estaba intubado, me daban de comer y de beber por un tubo. Mi hijo da clases en la universidad a un puñado de críos yanquis en el norte, y vino a casa. Estuvo bien. No le veo tanto como me gustaría y es un puto chaval fantástico. Mide alrededor de 1,92cm, pesará unos cien kilos, delgado y recto. Buen atleta. Es muy brillante; escribe obras de teatro y se las producen. Buen escritor. No sé cómo le dio por escribir teatro, pero el caso es que se puso a hacerlo. Su mujer es la directora del departamento de arte dramático de la universidad. Ella dirige las obras que él escribe, al menos al principio, para limarlas un poco y eso. Por lo que se lo tienen muy bien montado y viven un vida que, según me cuentan, les encanta, y yo no lo dudo. Pero viene muy poco por casa.

Pero vuelve cada vez que resultas herido.

Se queda siempre al lado de mi cama. Permanecí allí un mes. Dieciséis días en la UCI y luego rehabilitación. El cirujano tuvo que coserme y toda esa mierda. Ya llevo fuera cerca de cuatro meses y medio. Pero hace muy poco que la puta cicatriz se curó. Cuando te haces una realmente grande, tan ancha... Nunca había tenido una cicatriz como ésta. Bueno, tengo cicatrices por todo el cuerpo y me he roto casi todas las putas cosas que te puedas llegar a imaginar en algún u otro momento, incluyendo el cuello. A mi edad, cualquier cosa que te hayas roto al crecer, la menor muesca que te hicieras en la juventud, ahí mismo te joderá la artritis. Y la artritis no es una puta broma.

Es lo peor de lo peor.

Sí que lo es. Me partí el cuello al saltar del puente de la calle principal de Jacksonville, en Florida. Es un puente muy elevado, los barcos pasan por debajo y toda esa mierda. Nadie me puso una pistola en la cabeza y me dijo que tenía que saltar desde aquel hijoputa. Y el agua es lo suficientemente profunda como para no resultar herido.

¿Estabas borracho o algo así?

No, no. Simplemente era joven. Estaba con una panda de otros tíos, alguien lo hizo y yo fui detrás. Pero lo hice mal. Me rompí una vértebra del cuello y tuve que llevar uno de esos collarines. Tenía que dormir con el hijoputa ese puesto.

Así que ahora tienes un cuello artrítico. Ese es el tipo de cosa que me aterroriza de hacerme viejo.

¡No te queda otra que acojonarte! Envejecer es una putada. Lo que tienes que hacer es no tenerle respeto a nada, sea lo que sea. Cágate mucho en ello y dale una patada en el culo al diablo. Escupe y ráspate el trasero haciendo todas las cosas que puedas seguir haciendo cuando te hagas viejo. Y no le beses el culo a nadie. Eres un anciano, vale ¿y qué hay de nuevo en eso?

No comportarse como un anciano, básicamente.

La ira me ha ayudado en muchos momentos de mi vida y tengo que confesar (y no se lo recomiendo verdaderamente a nadie, pero qué demonios), que me volví un ser furioso. Un auténtico cabronazo.

¿Y siempre ha sido así?

Sí, por una razón o por otra. Si no puedo terminar un libro, me cabreo. Si no estoy escribiendo un libro, me cabreo. Si me pongo a escribir un libro, me cabreo. Da igual. Tengo un genio muy vivo. Intento ser correcto y civilizado y decente y todo lo que tú quieras, pero no se me da bien. No soy así.

¿Alguna vez has pensado que la ira desaparecería si lograbas completar alguna clase de círculo, como terminar un cierto número de novelas o encontrar a la mujer adecuada?

No. Todos los hombres de mi familia son así. Son como una pandilla de malditos gatos resentidos que no hacen más que moverse por ahí en busca de coños y pelea. Yo fui campeón de los pesos medio-pesados de la primera división de marines. Me han roto la nariz seis veces. Durante mucho tiempo, año tras año, no supe qué lado de mi cara iba a funcionar. Pero me gustó boxear durante mucho, mucho tiempo, y me gusta el karate, y los deportes en los que se matan animales. Me gustan un montón de cosas que no están lo que se dice de moda, cosas que no son muy agradables y que, finalmente, si tienes algo de cabeza, ya sabes, son totalmente indefendibles. Cualquiera que se ponga a defender el modo en que he gastado la mayor parte de mi vida está loco. Loco de atar. Lo que pasa es que hay demasiadas gilipolleces en el mundo. ¿Cómo se puede vivir esta vida sin estar más loco que una cabra?

Te puedes mantener aparte.

Bueno, sí, puedes, pero mantenerte apartado del mundo significa alejarte de los bares, alejarte de las mujeres, alejarte de todas las cosas que merecen la pena en esta vida. Yo, curiosamente, ya no bebo. Hace diez años que no me tomo una copa. Ni una gota. Pero, joder, ya me bebí todo lo que me correspondía en esta vida y no me avergüenzo de ello en absoluto.

Me gustaría poder decir lo mismo.

Bueno, ¿te arrepientes de la mayor parte?

De algo, pero también sé que podía haber sido peor de haber continuado.

El alcohol me sentaba bien y era bueno para mí. Lo juro por Dios. Pero, tío, te juro sobre los ojos de mi difunta madre –y de mi hijo muerto– que no he probado ni gota en diez años. Lo dejé por la misma razón que acabas de decir. Pensé, “Bueno, tío, esto se va a poner muy chungo si sigues así. No eres lo suficientemente fuerte como para seguir haciendo esto, así que lo mejor será que lo dejes”. Ayer estaba pensando en cuando Hemingway se mató. ¿Sabes lo que le pasaba a Hemingway cuando decidió matarse?

Leí una biografía suya, pero fue hace mucho tiempo.

Sabrás que bebió durante toda su vida. Bebió como lo hacen los europeos. A veces bebía vino para desayunar, y solía meterse entre pecho y espalda una puta botella de vino tanto para comer como para cenar. Bebía y punto. Mucho, durante toda su vida.

Sí.

Y luego tuvo que ir a aquella clínica, aquella clínica psiquiátrica, y le dijeron que podía tomarse al día un vaso pequeño de vino, de acuerdo. Durante toda su puta vida pesó cerca de cien kilos, y le dijeron que tenía que bajar a ochenta. Así que ya no pudo seguir comiendo como le gustaba. Había algo que no funcionaba en su conducto eyaculador, sea eso lo que coño sea, por lo que ya no podía mantener relaciones conyugales con la señora Mary. Atento al dato: ya no podía follar. Así es que tenemos a un tipo que no puede comer, no puede beber, no puede follar... y, pudiera o no escribir por aquel entonces, él pensó que no era capaz. Lo intentaba y se desesperaba; no podía soportar lo que salía de su pluma. Sesenta y dos putos años y se puso eso que llaman un Bulldog Inglés (un rifle recortado de doble cañón) en la puta boca y fin de la historia.

Porque le habían arrebatado casi todo.

Bueno, no sé, tío. El caso es que no pudo más. Pero hay un montón de cosas que puedes hacer. ¿Que algo le pasa a tu conducto eyaculador y no puedes follar? Bueno, ¿quién dice que no puedas follar? Yo encontraría otra manera de hacerlo. Coño, haz algo. Dices que no puedo seguir bebiendo; ¡y una mierda! Lo mismo me muero, pero puedo beber. Escucha, si sólo puedo beber un vaso de vino, prefiero no beber nada.

Y no tenía manera de evitar todo aquello.

Y fue en la Clínica Mayo. Y durante su estancia allí aquellos putos psiquiatras se lo llevaban a casa los fines de semana y hacían una barbacoa en el jardín e invitaban a todos sus colegas psiquiatras para exhibirlo. “Mirad a quién tenemos de invitado: Hemingway. Miradle”. Y lo único que pasaba es que estaba viejo (bueno, no tanto, tenía sesenta y dos), pero estaba jodido y confuso. Fue terrible. Horroroso.

Quizá al final hizo lo que tenía que hacer.

Quizá, tío. No sé.

¿Por qué hay tantos escritores que acaban alcoholizados?

He pensado mucho en eso, y no lo sé.

Hay un montón de gente que parece pensar que es algo que va, mano a mano, con la vida solitaria que el escritor necesita para poder hacer su trabajo.

Bueno, puede que sea cierto. Yo no sé lo que es, pero parece que puede ser verdad. El alcohol es el amigo, el enemigo o lo que sea del escritor, y los escritores le dan mucho a la botella.

 

ENTREVISTA DE RADIO A HARRY CREWS (1988)

Aquí os ofrecemos la transcripción traducida hace unos años por Dirty Lucini para Acuarela Libros de esta entrevista que le hicieron en la Radio Pública a Harry Crews en el año 1988, recién publicada su novela The Knockout Artist. Se trata de una ocasión fantástica para disfrutar de su voz y de su especial acento sureño (al que se refiere, por cierto, en cierto momento de la entrevista).

Harry Crews acerca de la escritura y sobre sentirse “freak”. 
Traducido por Javier Lucini.

 
 

Esta entrevista se transmitió por primera vez el 23 de mayo de 1988.

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El escritor Harry Crews ha tenido una vida dura y no se lo ha puesto mucho más fácil a los personajes de sus novelas. Murió el miércoles a la edad de 76 años.

Las novelas de Crews están repletas de freaks y de perdedores con talentos inusuales. En Naked in Garden Hills aparecía un hombre de unos doscientos setenta kilos con predilección por los suplementos dietéticos. El Cantante de Gospelestaba lleno de lunáticos y de personajes carnavalescos. Car contaba la historia de un hombre que se comía literalmente un Ford Maverick, varias onzas a un mismo tiempo.

Los personajes se identifican con Crews que de niño enfermó de polio y se quedó con una pierna desfigurada.

“Sé lo que es que la gente te mire y ver reflejada en su cara tus propias espantosas circunstancias. Quiero decir, tu monstruosidad”,  dijo en el Fresh Air de Terry Gross. “Y hubo otras ocasiones en las que también me sentí extravagante… Como cuando me fui de la granja y me metí en los Marines, allí me tienes, un niño salido de una granja de Georgia que, entre otras cosas, no sabía ni lo que era una pizza. Nunca había oído hablar de ellas. No tenía ni idea de lo que era el pepperoni. Así que me voy a Paris Island con al cuerpo de Marines, en un pelotón de chicos de Nueva Jersey y Nueva York. En fin, todo lo que se refiere a mi forma de hablar, los giros de mi forma de hablar, era incorrecto”.

Al dejar los Marines, Crews se mudó a Gainesville (Florida) donde estudió y más adelante fue profesor de escritura creativa en la Universidad de Florida. También empezó a escribir de un modo profuso. Pero permaneció inédito.

“Escribí cuatro novelas y varios relatos antes de conseguir que me publicaran algo, y el motivo de que no publicara nada de eso era que no era bueno”, dijo. “Y el motivo de que no fuese bueno era que estaba tratando de escribir acerca de un mundo que no conocía”.

Crews, finalmente, se puso a escribir sobre el mundo con el que estaba familiarizado en novelas como El Cantante de Gospel, The Mulching of America y A Feast of Snakes.

“Una noche me di cuenta de que todo lo bueno que tenía lo estaba atrás, en el condado de Bacon, en Georgia, junto a toda esa enfermedad, los anquilostomas, el raquitismo, la ignorancia, la belleza y la hermosura”, manifestó. “Pero era allí donde estaba. No en otro sitio”.

Crews también colaboró en Playboy y en la revista Esquire, y escribió un libro de memorias titulado A Childhood sobre cómo es criarse y crecer en una granja de arrendatarios en Georgia. En 1988 habló con Terry Gross sobre su novela The Knockout Artist que cuenta la historia de un boxeador que abandona su Georgia rural para intentar triunfar en Nueva Orleans.

Los Mejores Momentos de la Entrevista.

Sobre la bebida
“Durante los últimos doce años, he sido un borracho de lo peor. Pero era una curiosa forma de borrachera. Si no estaba trabajando, no me emborrachaba. Y entonces vas y dices: ‘Espera un segundo. Eso es una estupidez. No puedes escribir y beber’. Bueno, eso ya lo sé. Pero puedo dejar de escribir, o asustarme mucho, pervertirme o liarme, y emborracharme durante tres o cuatro días, o noches, o semanas, y luego dejar de beber y volver a ponerme a escribir”.

Sobre los impulsos
“Cuando las cosas se vuelven demasiado cómodas y seguras, me entra la sensación de que me estoy suavizando. Es como si alguien me estuviese enterrando en plumas. Por lo que cuando todo se vuelve demasiado seguro y firme tiendo a ponerme a derribar o a destrozar cosas, según me dé. A medida que me voy haciendo viejo, tengo la impresión de que lo llevo mejor, para gran alivio de la gente que me rodea”.

Copyright 2012. Radio Pública Nacional.

TRANSCRIPCIÓN

DAVID BIANCULLI, presentador: Harry Crews era de esa clase de escritor que amaba los personajes oscuramente cómicos, la gente profundamente retorcida y los grandes títulos. Entre sus novelas destacan A Feast of Snakes, Naked in Garden Hills, Scar Lover y The Hawk is Dying. Falleció el miércoles pasado en Gainesville, Florida, donde enseñó escritura creativa durante varias décadas en la Universidad de Florida. Tenía 76 años. La necrológica de Harry Crews aparecida en el New York Times lo llamó el “Rabelais de Georgia”. Crews también escribió ensayos y un libro de memorias titulado A Childhood: Biography of a Place, sobre su infancia rural en Georgia durante la Gran Depresión. Pero es más famoso por su ficción, protagonizada por freaks y perdedores con talentos inusuales. Terry Gross habló con Harry Crews en 1988 con motivo de la publicación de su novela The Knockout Artist. Trata de un boxeador que se va de su Georgia rural para intentar triunfar en Nueva Orleans. A continuación, escuchamos a Crews leyendo el párrafo inicial:

HARRY CREWS: “Desde donde estaba sentado en un taburete bajo, el chico, que se llamaba Eugene Talmadge Biggs pero al que solían llamar Knock-out, K.O. o Noqueador, había contado tres veces los trajes que colgaban en el armario abierto. Y cada vez que los contaba le salía un número diferente. Eso no le sorprendió. No era bueno contando. No era más que algo que hacer hasta que llegara el momento de salir y hacer la única cosa que le quedaba. Además, ya nada le sorprendía”.

TERRY GROSS, entrevistadora: ¿Sabes?, a medida que profundizamos en tu novela vamos entendiendo que este boxeador está a punto de pelear por el deleite de ese hombre rico y sus locos amigos, y que la especialidad del boxeador es en realidad noquearse a sí mismo dándose un puñetazo en la mandíbula. ¿Conoces en la realidad a alguien que pueda hacer eso, que pueda noquearse a sí mismo de un puñetazo?

(SONIDO DE RISAS)

CREWS: Bueno, extrañamente, sí. Sin embargo, no creo que haya sido eso lo que me ha llevado a escribir el libro, pero sí. Mi hermano fue luchador profesional. Era 22-2 cuando se rompió la mano derecha y yo me he pasado buena parte de mi primera madurez en gimnasios de boxeo de todo tipo, y llegué a pelear como amateur.

GROSS: Este personaje de la novela básicamente se ve obligado a ganarse la vida auto-degradándose. ¿Sabes a lo que me refiero? En vez de ser realmente capaz de utilizar su talento para el boxeo, tiene esa mandíbula vulnerable, por lo que se dedica a noquearse a sí mismo y la gente acude a él porque su auto-degradación se transforma en una especie de diversión.

CREWS: Bueno, dejemos una cosa clara.

GROSS: Sí.

CREWS: Él hace lo que hace y si tú quieres llamarlo auto-degradación, está bien. Pero no tiene que hacerlo. Nadie le está poniendo una pistola en la cabeza. El chico hace lo que hace porque ha perdido la única cosa que podía hacer, que era pelear realmente como un profesional. Y después porque había gente a la que amaba mucho que contaba con él para conseguir dinero para mantenerse, concretamente su familia en Georgia, él está en Nueva Orleans en el curso de esta novela, y hace eso por dinero, dinero que manda a casa.

GROSS: Bueno, ¿y te identificas con su dilema?

CREWS: Siempre.

GROSS: ¿Pues cuáles son algunas de las cosas que sientes que estás obligado a hacer y que en realidad no deseas hacer?

(RISAS)

CREWS: Oh, bueno, ahora ¿estamos en la radio, no?

(RISAS)

GROSS: ¿Está tan mal?

CREWS: No. Bueno no, no tan mal. Supongo que me tengo que ganar la vida de maneras que no habría elegido pensando en la gente que cuenta conmigo para conseguir algo de comida o un techo.

GROSS: ¿Sabes?, los críticos siempre describen tus novelas como centradas en torno a personajes que son extravagantes o anormales. ¿Estarías de acuerdo con eso?

CREWS: Bueno, sí. De acuerdo. Sí. Ciertamente, estaría de acuerdo con eso. Por ejemplo, allí, en mis primeras tres novelas, hay un enano en las tres, un tío diferente pero enano en cada una de esas tres novelas. Son gente completamente diferente pero son enanos. Y hay gente deforme de algún modo u otro y…

GROSS: ¿Sabes?, he estado leyendo tu autobiografía sobre tu infancia hasta más o menos los seis años. Se titula A Childhood.

CREWS: Sí.

GROSS: Y de ese libro he sacado realmente la impresión de que durante parte de tu infancia de verdad te sentiste como un freak. Tuviste polio a los cinco y tenías las piernas torcidas.

CREWS: Bueno, sí. Mis piernas se retorcieron hasta que los talones me tocaban el culo. Esto es, las piernas se alzaron hasta el máximo de su capacidad. Y sí, sé lo que es que la gente te mire y ver reflejada en su cara tus propias espantosas circunstancias, es decir, tu monstruosidad. Y sí, seguro, me sentí como un freak y escribí sobre ello, tal y como muy bien dices, en A Childhood. Pero, por supuesto, hubo más veces en las que me volví a sentir como un freak. No allí, sino en otros lugares, en muchos otros lugares. Por ejemplo, al dejar la granja y entrar en el Cuerpo de Marines, allí tienes a un chico recién salido de una granja de arrendatarios del sur de Georgia que, entre otras cosas, y por citar sólo una, no sabía lo que era una pizza. Jamás había oído hablar de eso.

GROSS: ¿En serio?

CREWS: No sabía lo que era el pepperoni. Así que me fui a Paris Island en el Cuerpo de Marines, ¿en un pelotón de chicos de dónde?, bueno, de Nueva Jersey y de Nueva York, por supuesto. Y, bueno, todo lo que se refiere a mi forma de hablar, los giros de mi forma de hablar, todo era incorrecto. Y me sentía muy raro, no quedaba otra. Y de hecho, si me permites que profundice en esto sólo un minuto… es una de las cosas que…, es una de las cosas que me hicieron tener ese larguísimo aprendizaje cuando, de otro modo, no habría sido necesario, porque escribí cuatro novelas y un montón de relatos antes de llegar a publicar algo. Y el motivo de que no publicara ninguna de aquellas cosas fue que aquello no era bueno. Y el motivo de que no fuera bueno es que estaba tratando de escribir acerca de un mundo que no conocía.

GROSS: ¿A qué mundo te refieres y con qué voces estabas tratando de escribir?

CREWS: Oh, estaba tratando de escribir sobre gente que tenía una familia y que crecía en la misma casa. Y sobre gente que, si era lo bastante desafortunada como para tener anquilostomas o raquitismo, podía acudir a un médico. Y sobre gente que sabía acerca de automóviles y no sobre mulas. Y así hasta aquella noche en que me di cuenta, como en una especie de momento de gracia, ya muy tarde, cuando estaba trabajando, por la razón que fuera, me di cuenta de que cualquiera que fuera mi talento habría de buscarlo allí atrás, en el condado de Bacon, en Georgia, con toda aquella enfermedad y, como digo, anquilostomas, raquitismo, ignorancia, belleza, hermosura y todo lo demás, tal y como era. Pero era allí donde estaba todo eso, y en ningún otro lugar.

GROSS: ¿Puedo leerte la dedicatoria de tu novela y preguntarte sobre ella? Se la dedicas a Rod y a Debbie Elrod…

CREWS: Mm-hmm.

GROSS: …que pusieron todo su empeño en mantenerme sano y estuvieron casi a punto de conseguirlo durante la batalla que fue escribir este libro.

CREWS: Mm-hmm.

GROSS: ¿Estabas teniendo problemas graves cuando escribías el libro?

(RISAS)

GROSS: Quiero decir, todos los escritores hablan de volverse locos mientras escriben sus libros, pero ¿te pasó algo especialmente loco cuando escribiste este?

CREWS: Uh, um, no más que en los otros libros que he escrito. Y no quiero insistir demasiado en esto ni hacer que suene demasiado afectado. Y no creo haber sufrido más que cualquier otro escritor. Creo que algunos escritores se las arreglan para vivir con ello…, en mi caso es la tensión y la ansiedad y lo espeluznante que es ponerse a escribir un libro. Creo que algunos escritores lo llevan mejor que yo. Yo nunca lo he sabido llevar muy bien. Y mi conducta varía de forma, o lo hizo en el pasado, cuando me pongo a escribir un libro; en estos últimos (no me importa decirlo, de todas maneras todo el mundo en esta ciudad lo sabe y la mayoría de la gente que me conoce en este país también) en los últimos doce años, he sido un borracho de lo peor. Pero ha sido una curiosa forma de borrachera. Si no estaba trabajando, no me emborrachaba. Y entonces vas y dices: ‘Espera un segundo. Eso es una estupidez. No puedes escribir y beber’. Bueno, eso ya lo sé. Pero puedo dejar de escribir, o asustarme mucho, pervertirme o liarme, y emborracharme durante tres o cuatro días, o noches, o semanas, y luego dejar de beber y volver a ponerme a escribir.

GROSS: Bueno, ¿sabes?, has aludido en uno de tus ensayos a que te consideras como alguien que ha tenido que esforzarse para no dejarse llevar por sus peores impulsos.

CREWS: Sí, sí, y eso nos hace volver a lo que estábamos diciendo antes. Me gusta andar en el límite. U otra manera de decirlo es que cuando las cosas se vuelven demasiado cómodas y seguras, me entra la sensación de que me estoy suavizando. Es como si alguien me estuviese enterrando en plumas. Por lo que cuando todo se vuelve demasiado seguro y firme tiendo a ponerme a derribar o a destrozar cosas, según sea el caso. A medida que me voy haciendo viejo, me da la impresión de que lo llevo mejor, para gran alivio de la gente que me rodea.

GROSS: Bueno, te deseo lo mejor y quiero agradecerte mucho que hayas hablado conmigo.

CREWS: Bueno, que Dios te bendiga. El placer ha sido mío, y espero que haya estado bien.

BIANCULLI: Esta ha sido Terry Gross hablando con el escritor Harry Crews en 1988. Murió el miércoles a la edad de 76 años.

 

Transcripción cedida por NPR. Copyright National Public Radio.

«Las historias lo eran todo y todo eran historias»

Recuperamos este vídeo que Dirty Lucini subtituló en su día, con ayuda de Tomás y Pablo Cobos, cuando empezó a publicar en Acuarela Libros la obra de Harry Crews. Se trata de una secuencia del documental Searching For The Wrong-Eyed Jesus, de Andrew Douglas, una atípica road movie, el viaje personal que el cantante y compositor Jim White hace al sagrado y muy profano corazón del Sur de Estados Unidos.

El camino le lleva a través de iglesias bizarras, baretos de mala muerte, bosques frondosos, sórdidas paradas de camiones, campings desolados y prisiones hasta dar en una pequeña carretera comarcal con este peculiar e intrigante personaje, un Harry Crews ya envejecido que probablemente sea el autor sureño que mejor revela en sus obras que el Sur no es solo un acento (como en la canción de Tom Petty que versionará Cash en su etapa Rubin: Southern Accents) ni una zona geográfica más o menos deprimida y derrotada, sino un estado mental y una atmósfera.

"La verdad de esto era que las historias lo eran todo y todo eran historias. Todo el mundo contaba historias. Era una forma de afirmar quiénes eran en el mundo. Era su manera de comprenderse a sí mismos".

Así habla Harry Crews en Searching For The Wrong Eyed Jesus (2003) de Andrew Douglas.