MADRES, HIJAS, AMANTES, INADAPTADAS.

una entrevista con Bonnie Jo Campbell

por Karin Cecile Davidson

(Newfound.org)


Bonnie Jo Campbell conoce muy bien el arte del noir rural, su visión literaria del paisaje de la Península Baja de Michigan está repleta de desguaces y de campos de apio. Sus historias están llenas de personajes duros, resistentes e indómitos que se enfrentan a todo lo que les depara la vida. Desde las mujeres ferozmente retratadas en Women and Other Animals hasta los desesperados y temerarios protagonistas de Desguace americano, los hermanos y las hermanas, madres y padres, adictos a la metanfetamina, mecánicos, amantes, cazadores, artistas de circo y auténticos inadaptados que habitan sus relatos, nos invitan a asomarnos y a conocer sus vidas, unas narraciones dotadas de garra y de verdad, tan reales como salvajes. Madres, avisad a vuestras hijas, el último libro de relatos de Bonnie Jo Campbell, nos sumerge en mundos de mujeres que todos conocemos, hijas y madres que podrían vivir en la puerta de al lado, que nos susurran al oído secretos delicados, terribles y asombrosos. El lenguaje es tan sorprendente y el rumbo de los relatos gira en direcciones tan inesperadas y hermosas, que no podemos dejar de escuchar.


Autora de las exitosas novelas Érase un río y Q Road y ganadora de los premios AWP, Pushcart y Eudora Welty, Campbell también ha sido finalista del Barnes and Noble Great New Writer y del National Book Award. Es profesora de Escritura Creativa en el Programa MFA de la Pacific University y vive en Michigan, donde transcurren la mayoría de sus relatos, con su marido, al que llama «mi querido Christopher», y un par de adorados burros, Jack y Don Quijote.


«Enterradme en el cruce de caminos para que mi espíritu pueda viajar, para que incluso en la muerte no me vea obligada a descansar o a cubrirme de musgo. Todos vosotros nacisteis en el cruce y es que cada mujer que da a luz se convierte en un cruce de caminos, una encrucijada. Como dice la canción, una encrucijada es un lugar que no está ni aquí ni allí».

Madres, avisad a vuestras hijas, Bonnie Jo Campbell

KARIN CECILE DAVIDSON: Hijas y madres de la Península Baja de Michigan, y de más allá, se apoderan de los dieciséis relatos de Madres, avisad a vuestras hijas: chicas en plena adolescencia desafiante; mujeres, solteras y abrumadas por la responsabilidad de sus hijos, sobre todo de sus hijas; y mujeres que afrontan los márgenes entre la vida y la muerte, todavía ancladas en lo vivido pero mirando con desafío cualquier tipo de vida ulterior. En «Cuéntate», la preocupación de una madre va intensificándose con ideas del tipo: «¿Y qué pasaría si…?» a propósito de la floreciente sexualidad de su hija y del daño que podría causarle en relación a los hombres, un diálogo cara a cara extraordinariamente atinado. Y a la inversa, en el relato que da título al libro (declarado «Campbell puro» en The New York Times Book Review) una mujer incapacitada para hablar después de haber sufrido un ataque de apoplejía se dirige a su hija en silencio, confesando los años de negligencia, reconociendo haber consentido la violación de su pequeña, un monólogo interior impregnado de ira, agotamiento, arrepentimiento, honestidad y reconocimiento: «No fui una madre cariñosa, eso es cierto». La autora Pam Houston lo ha dicho mucho mejor: «Las relaciones entre madres e hijas son oscuras, complicadas, intensas, implacables y desgarradoras, y a Bonnie Jo Campbell le gusta bucear en ellas. Le gusta contar la verdad».

Bonnie, ¿qué puedes contarnos acerca de las cruentas verdades que surgen entre estas madres y sus hijas, de sus apasionados instintos y las desgarradoras decisiones que han de tomar, de los modos de supervivencia que adoptan y de los territorios emocionales en los que transitan?

BONNIE JO CAMPBELL: Madre mía, gracias por decir todas esas cosas tan inteligentes y tan agudas acerca de estos relatos, y por haber puesto tantísimo interés en mis mujeres de ficción. Sus deseos, miedos y complejidades proceden de las vidas que he observado a mi alrededor, así que tus comentarios me hacen pensar que he logrado plasmar esas esencias y ansiedades en personajes auténticos. Puede que haya conseguido contar toda la verdad que poseía sobre estas madres e hijas en particular, la verdad que realmente importaba, aunque el relato del título y algunos otros eran mucho más extensos antes de someterlos a la poda y reducirlos hasta la médula. Al escribir sobre estas vidas turbulentas, no pretendo sugerir que todas las madres tengan este tipo de relación conflictiva con sus hijas; después de todo, los escritores tendemos a escribir sobre situaciones complicadas. Pero supongo que siempre existe una buena dosis de tensión, incluso en las mejores relaciones madre-hija, porque las jóvenes tienen que enfrentarse a un montón de peligros que sus madres no pueden evitar. Algunas, como la mujer del relato que, como ya digo, da título al libro, siguen ignorando voluntariamente los problemas de las niñas que se acercan a la mayoría de edad, pero incluso las que las protegen con suma atención saben que están librando una batalla perdida. Esto genera una profunda sensación de ansiedad. Y luego, a medida que esas madres e hijas van creciendo, hay que añadir la enorme ansiedad que generan la enfermedad y la muerte; las hijas tienen también mucho de lo que preocuparse en lo que respecta a sus madres. Supongo que en mis historias no hay descanso para nadie. Quizá debería poner una advertencia en la cubierta del libro.

«Y pongamos que, mientras tanto, en el gallinero de tu madre, tu escapada del mundo de los humanos, está esa pequeña y alocada gallina, con esas plumas blancas en sus garras de cinco dedos y las otras que le sobresalen de la cabeza al estilo de las coristas, que acaba de decidir instalarse en la caja donde anida y picotear a todo aquel que se atreva a tocarla».

Women and Other Animals, Bonnie Jo Campbell

DAVIDSON: En «Hijas del reino animal», el relato de Madres, avisad a vuestras hijas que aparece en este número de Newfound, la narradora, Jill, nos invita a entrar en su vida. Imagínate que esta es tu vida, nos sugiere, y seguimos cada una de sus palabras: «Digamos que eres una mujer de mediana edad, hija única de una madre cada vez más frágil» que acaba de enterarse de que tiene cáncer, algo que considera más una molestia que una amenaza; digamos que eres la mujer de un profesor universitario díscolo que vive rodeado de sus alumnas; digamos que eres madre de cuatro hijas, y que la menor se enfrenta a su embarazo con una mentalidad exageradamente abierta, algo que te preocupa; y digamos que eres una profesora adjunta de zoología que reflexiona sobre el mundo y sobre el secreto que también anida en su propio vientre, pensando en todo ello desde el punto de vista de las gallinas, los caracoles arbóreos de color pardo y dorado, las viudas negras y las abejas reinas.

¿Cómo encontraste la voz de Jill, esa voz tan sorprendente y divertida, y tan profunda al mismo tiempo? Y háblanos también un poco de la estratificación de las relaciones que hay en este relato, tan llamativas y bellas como complejas.

CAMPBELL: Fue muy divertido escribirlo. Jill se está acercando a la mediana edad, todavía es (técnicamente) fértil, pero se dispone a asumir el papel de mujer mayor, de abuela, de vieja. Ha llegado a lo que, para mí, es una encrucijada particularmente interesante, y tiene que tomar una decisión sobre el rumbo que va a tomar su vida: retroceder hacia los encantos de la juventud o avanzar hacia la sabiduría de la vejez. Al ser zoóloga, Jill tiene puntos de referencia en el reino animal, sobre todo en lo que respecta al sexo hermafrodita de los caracoles. Intenta, no puede evitarlo, dar sentido a su vida y a la de su madre como algo que forma parte del mundo natural, y espero que eso aporte un punto de comicidad al mismo tiempo que de tragedia. Desde que empecé a tomarme en serio lo de escribir, me he dedicado a explorar las conexiones entre las mujeres y los animales, y este relato es una prolongación de ese proyecto. Fue uno de los últimos relatos que escribí para el libro, y lo acabé en pocos meses, a diferencia de los años e incluso décadas que necesité para escribir los demás. Me sentí muy identificada con Jill y disfruté enormemente de su irritabilidad, tal vez porque yo misma me sentía un poco irritada como mujer de cierta edad con una madre testaruda y belicosa.

DAVIDSON: Dentro del ámbito de las madres y las hijas, están las mujeres que se encuentran en la antesala de la maternidad. Me vienen a la mente tres relatos: «Hijos de Transilvania, 1983», en el que una Joannah vorazmente hambrienta baila con una novia rumana embarazada y, más tarde, desea también poder dar a luz a niños salvajes criados con leche de lobo; «Mi perro Roscoe», en el que Sarah, casada y embarazada, cree que «un perro callejero» con «un collar rojo descolorido» y «sin placa de identificación» es la reencarnación de su difunto prometido Óscar; y «El mayor espectáculo del mundo, 1982: Lo que estaba», en la que Buckeye decide entre Mike Negro, el hombre al que ama y su futuro bebé, y la vida en el circo. El hilo narrativo de estos tres relatos avanza y da vueltas, de un modo constante, en ocasiones salvaje y temerario: el ciclismo, el baile y el sexo de Joannah; la inquebrantable convicción de Sarah, que pasa de la consternación a la felicidad; la visión idealista y de gran contenido sexual de Buckeye sobre la vida a bordo del «largo látigo plateado del tren del circo… calentándose bajo el sol de Arizona», hasta que el tren se detiene en Phoenix y las vías se extienden hacia el futuro.

Estas mujeres se mueven de un lado a otro entre estados de calma, de obsesión y de pasión, sus historias abordan las decisiones que hemos de tomar como mujeres, cuya versión exagerada sería: «¿Maternidad o vida de circo?». Esta es la clase de personajes que dejan sin aliento al lector. ¿Dónde fuiste a dar con ellos?

CAMPBELL: Oh, Dios mío, no sabes cómo me alegro de que te gusten estas mujeres tan complicadas. Creo que me siento como si hubiera sido todas y cada una de ellas en distintos momentos de mi vida: apasionada y aterrorizada, sensata y descabellada, e incluso sumamente estúpida. En cierto sentido, todas son posibles versiones de mí misma, identidades que podría haber encarnado si me hubiera dejado llevar en una dirección concreta, sin haber tenido en cuenta las demás direcciones. Como Buckeye en «El mayor espectáculo del mundo», yo estuve viajando con el circo durante un tiempo, y todavía puedo imaginarme una vida alternativa vivida entre sus gentes: una parte de mí nunca abandonó aquella vida en el tren, junto a las coristas y los domadores de elefantes. Cuando dirigía excursiones en bicicleta por Europa del Este (otra etapa de mis aventuras juveniles) acabé metida en algunas situaciones bastante descabelladas, y puede que siempre anhelara tener sexo en una zanja, al borde de un camino perdido en Rumanía, al igual que la protagonista de «Hijos de Transilvania». Y como Sarah en «Mi perro Roscoe», yo también me casé con un hombre muy bueno y muy amable, y a veces (aunque nunca en serio), me he llegado a plantear que la elección de un compañero de vida tan bueno me privó de un montón de experiencias horribles que podrían haberme cambiado la vida, experiencias que podrían haberme brindado otro tipo de educación. Parte de la diversión de escribir radica en poder ser algunas de esas personas que una nunca se permitiría ser.

«El tigre es el juguete más brillante de este circo de juguete, un tigre de Bengala color butano, un brillante trozo de ámbar tallado…».

Women and Other Animals, Bonnie Jo Campbell

DAVIDSON: Las historias de circo de Women and Other Animals y de Madres, avisad a vuestras hijas nos trasladan al sofocante vagón de un tren que viaja a toda velocidad, a un recinto de tres pistas en el que un tigre se escapa y se dirige hacia el público, y a un bar en el que la mujer más bella no es la corista del circo y el hombre más pequeño del mundo se ha subido a la gramola. El brusco salto que se produce en estos libros, desde un paisaje plagado de piezas de automóviles abandonadas y de cerdos semicastrados hasta el mundo iluminado del circo, quizá no sea tan grande. Tanto detrás del granero como de la cortina de terciopelo se encuentran las duras y complicadas existencias de todas esas personas sometidas a la violación, a los bebés no deseados y a las adicciones.

En este sentido, me vienen a la mente los elogios de Stuart Dybek: «Los relatos de Campbell están vivos, llenos de giros cómicos e imprevisibles, pero en última instancia creíbles, observados con agudeza y contados con un hábil impulso narrativo. Se siente en ellos el amor de la autora por lo extraño, lo grotesco, lo excéntrico; pero estos aspectos nunca están tratados de forma que se conviertan en historias grotescas y estrafalarias».

Dentro de tus carpas de circo, el glamour carece de pedrería y está cubierto de polvo. Aquí no hay brillo ni sentimiento. Así pues, cuéntanos, aparte del tiempo que trabajaste en el circo, ¿cuál fue la fuente de inspiración principal de estos relatos y de las vidas descarnadas que los pueblan? ¿Y podrías compartir con nosotros alguna anécdota que no hayas contado antes de los meses que pasaste viajando en el tren del circo, tal vez algo que sucediera en el vagón restaurante?

CAMPBELL: Los estadounidenses tenemos una cierta idea romántica del circo, y los escritores haríamos bien en elegir como temas, siempre que sea posible, situaciones inherentemente interesantes para los lectores. Además, es una subversión divertida no concentrarse en las partes del circo que los lectores encuentran automáticamente glamurosas, sino centrarse en los trabajadores mal pagados que sostienen y apuntalan toda la empresa en la sombra. Siempre he pensado que la realidad, con su sangre, sus babas y sus risas nerviosas, sus botones perdidos y su textura árida, es mucho más romántica que cualquier versión plastificada de la vida. Los que eligen ver el glamour por encima del sudor se mantienen a distancia de la realidad. Yo quiero estar lo más cerca posible de la humanidad de las situaciones para poder ver las costuras hechas a mano de las medias de rejilla y los labios agrietados de las vendedoras de granizados. Por eso, cuando entré en el circo, me vi inmediatamente recompensada, me centré en la gente de menor nivel económico.

Y, ¡cielos!, ¿una historia que se desarrollara en el vagón restaurante? Parte del problema que tengo al contar historias de la vida real es que no recuerdo lo que realmente ocurrió; todo lo sucedido ya ha pasado por el tamiz de mi cerebro de escritora de ficción. Pero, de acuerdo, ahí va, una vez, durante una cena apresurada (el pastel de carne era el plato especial del día, servido con puré de patatas y judías verdes pasadas) vi al hombre más pequeño del mundo, un tipo que se llamaba Mishu, entrar a trompicones en el vagón con el aliento impregnado de whisky. Había dos coristas en bata y tacones altos sentadas en una mesita en el centro de la zona de comedor. Una era rubia y la otra estaba casi calva porque se había quitado la peluca con la que actuaba, pero recuerdo que tenía un cuello largo con un lunar en la clavícula. Mishu se subió al regazo de la corista calva, le desnudó el pecho apartándole la bata, y se puso a mamar allí mismo. Vale, estoy mintiendo. Me lo acabo de inventar.

DAVIDSON: ¡Me estoy riendo a carcajadas! Pero, aún así, sí, vamos a pasar ahora a las preguntas serias y sobrias sobre la estructura y el estilo.

«Nació más bella que el resto de nosotros y gritaba más fuerte que nosotros desde su cuna. Lloraba en la cama y en el bosque aullaba de dolor, pero nunca dijo lo que le hicieron esos chicos junto al arroyo».

Madres, avisad a vuestras hijas, Bonnie Jo Campbell

DAVIDSON: Una decisión estructural en este libro fue empalmar los relatos más largos con tres asombrosos episodios breves, experimentales a su manera, de no más de una o dos páginas. Cada uno es un respiro, una meditación, pero son tan intensos y están tan meditados como las piezas más largas que los rodean. «El dolor de mi hermana» comienza con una exhalación, una línea larga y sinuosa que expone un sufrimiento silencioso e insoportable. «Despeinadas» abre la colección, apenas una página cargada de anhelo adolescente. El matrimonio es el tema de «Mi dicha matrimonial», múltiples matrimonios (con cajas de cereales y cigarrillos, ardillas y «con una confianza callada, de caderas estrechas, que se apoyó en la pared del bar, el Lamplighter»), todos fugaces, nunca duraderos.

Hay diversión estilística en estos relatos, y también una mirada seria y poco sentimental sobre la vida de las mujeres. ¿Qué te llevó a tomar estas direcciones tan experimentales y cómo decidiste incluir el trío en una colección de relatos de longitud esencialmente tradicional?

CAMPBELL: Cuando revisé los relatos más complejos de este libro, supe que iba a ser importante establecer la secuencia correcta para que la energía fluyera en el lector. De hecho, en el último momento tuve que cambiar el orden porque había situado un relato con un final desgarrador («El Mayor Espectáculo del Planeta») justo antes de otro que parecía una bobada («Prueba de Sangre»). Casi parecía que la visión cómica del sufrimiento en «Prueba de sangre» minimizaba el sufrimiento muy real de los personajes del relato que le precedía. Así que hice un cambio. Y me entusiasmó que mi editora en W.W. Norton, Jill Bialosky, me permitiera insertar algunos relatos cortos para sanear un poco el paladar entre algunos de los más largos. Disfruto mucho escribiendo estas piezas tan cortas, ya que exigen una mayor concentración en el lenguaje. El relato brevísimo que inicia el libro, «Despeinadas», es un relato tradicional en miniatura, pero los otros dos, «El dolor de mi hermana» y «Mi dicha matrimonial», son experimentos con un lenguaje exuberante, poemas en prosa al mismo tiempo que relatos. Estoy bastante contenta con el orden final, pero me llevó tiempo conseguirlo, tuve que dar muchas vueltas, reconsiderarlo una y otra vez. Los libros de relatos requieren muchísimo trabajo, con todos los elementos que hay en juego.

«Tengo la cabeza llena de historias que todavía tienes que oír, empezando por mis costillas, terminando con mi vida entera».

Madres, avisad a vuestras hijas, Bonnie Jo Campbell

DAVIDSON: Los relatos de Madres, avisad a vuestras hijas, Desguace americano y Women and Other Animals recuerdan a las canciones de Gillian Welch, una cantautora que pone su voz a los pies de la clase obrera con muestras de comprensión y honestidad, pero sin un ápice de compasión. Las mujeres y los hombres de tus relatos poseen la misma fibra de fuerza que se escucha en la voz de Welch, la realidad de que la vida puede ser dura y problemática, pero aún así hay una forma de salir adelante.

Tu atención se centra en la clase obrera: los maltratados y los valientes que trabajan por menos de un salario digno, que a veces se entregan a la drogadicción o que se levantan con una escopeta o una pala en la mano para encontrar una forma de sobrevivir. Háblanos de ese enfoque, del incentivo y el razonamiento que te llevaron a los lugares y las personas que siguen alimentando y enriqueciendo tu escritura.

CAMPBELL: Tal vez me interesen los trabajadores pobres porque de ahí es de donde vengo, es la comunidad de la zona de Michigan de la que procedo, pero me gusta pensar que quienes luchan y no tienen garantizado el éxito son, de una manera más profunda, los sujetos perfectos para los relatos y para toda manifestación artística. A los escritores como yo nos interesan los problemas, y la gente pobre sufre la clase de luchas cotidianas, a diario, que más me interesan. En nuestra sociedad los pobres tienen que gritar para hacerse oír, y yo espero poder formar parte de ese grito. Seguro que los ricos también tienen sus problemas (no es fácil ser cualquiera), pero ya hay otros escritores que saben presentar mejor sus problemas.

Me encanta que hayas mencionado a Gillian Welch en relación a mis escritos. Es mi artista favorita, porque es capaz de captar la energía de la gente sencilla con problemas sencillos. En el blog Largehearted Boy, en la serie Book Notes, preparé una lista con las canciones que me inspiraron al escribir los relatos de Madres, avisad a vuestras hijas. Incluí «Caleb Meyer» de Welch por la importancia que tiene para mí, una canción sobre una joven que mata a su violador, una historia que podría haber escrito yo perfectamente.

Ahora mismo pienso en la alquimia, sin ser en absoluto una experta en ese viejo arte. Según tengo entendido, lo fundamental es que empecemos por llenar nuestras vasijas (es decir, nuestros corazones y mentes) con el material llano de la vida, un material que a primera vista no parece valioso, pero que es el material especial sobre el que hay que actuar para obtener oro.

PLAYLIST DE BONNIE JO CAMPBELL

MADRES, AVISAD A VUESTRAS HIJAS

Largehearted Boy, 8 de octubre de 2015

Bonnie Jo Campbell y su madre.

Bonnie Jo Campbell y su madre.

En la serie Book Notes, los autores crean y comentan una lista de reproducción de canciones relacionadas de algún modo con su obra más reciente.

Entre los colaboradores anteriores se encuentran Bret Easton Ellis, Kate Christensen, Kevin Brockmeier, T.C. Boyle, Dana Spiotta, Amy Bloom, Aimee Bender, Jesmyn Ward, Heidi Julavits, Hari Kunzru y muchos más.

La nueva y extraordinaria colección de relatos de Bonnie Jo Campbell, Madres, avisad a vuestras hijas, está llena de agudas observaciones sobre la vida en el Medio Oeste y las dificultades a las que se enfrentan las mujeres.

El Minneapolis Star Tribune escribió sobre el libro: «El mundo de los relatos de Bonnie Jo Campbell retrata una vida ardua y dura, un paisaje fértil al mismo tiempo que implacable, en el que las familias florecen y se marchitan con el clima, pero con un humor estimulante y varios momentos valiosos de reflexión a lo largo del camino».

Puede que la mayor parte del tiempo nos situemos en el Medio Oeste, pero el territorio se parece mucho más al duro Oeste de Annie Proulx que a las tierras de cultivo de Jane Smiley.

Comentada por ella misma, aquí os presentamos la lista de canciones que elaboró Bonnie Jo Campbell para su libro Madres, avisad a vuestras hijas:


Casi todos los días escucho las noticias de la radio pública, más de lo necesario. Aunque quiero ser una ciudadana informada, no puedo sentarme a escribir desde un lugar tan angustioso. Apagar la radio y escuchar el tipo de música adecuado abre canales mucho más creativos, y las mejores canciones, a mi juicio, son las que tienen que ver con personajes interesantes y sus relaciones sentimentales, igual que las mejores historias. Mi nuevo libro, Madres, avisad a vuestras hijas, es una colección de relatos sobre mujeres con todo tipo de problemas; muchas de ellas han sido violadas de alguna manera, pero se han negado a ser víctimas. He experimentado con el estilo y la estructura, de modo que, aunque muchas de las historias puedan parecer narradas de un modo tradicional, hay otras concebidas como desvaríos frustrados o sueños febriles.

Por lo general, no puedo escuchar música mientras escribo, porque las letras de las canciones me atrapan, pero cuando voy conduciendo o me pongo a lavar los platos –y lavo un montón de platos–, siempre escucho a Gillian Welch, a Lucinda Williams y a más de su misma calaña en Radio Pandora. Mi predilección por la música folk probablemente se deba a que mi madre ponía mucho a Joan Baez y a Joni Mitchell cuando yo era pequeña. Mi madre también cantaba canciones folclóricas irlandesas e inglesas cuando me llevaba en su vientre, así que no es de extrañar que me guste envolverme en voces que suenen como la suya. Habrá cerca de veinticinco artistas a los que adoro sin medida, pero para mí tienen la misma importancia las canciones por sí mismas, en sus diversas versiones. En Madres, avisad a vuestras hijas, doy voz a dieciséis mujeres, así que intentaré limitar la lista a dieciséis temas, e incluiré a algún que otro hombre.

Dolly Parton

Dolly Parton

«The House of the Rising Sun» es una de las canciones que el musicólogo Alan Lomax descubrió en su búsqueda de la música tradicional de Estados Unidos, y se remonta como mínimo al siglo XVIII. The Animals obtuvieron un gran éxito con ella en 1964, y luego todo el mundo ha acabado grabando fantásticas versiones, desde Woody Guthrie hasta Tracy Chapman. En la suya, Dolly Parton modificó la letra para sugerir que la protagonista trabajó como prostituta en Nueva Orleans y ahora desea que las demás chicas no sigan sus pasos. Esta canción es el origen del título del libro, Madres, avisad a vuestras hijas.

«Caleb Meyer», escrita y cantada por Gillian Welch, es una canción neo-apalache sobre una mujer que mata a su violador, un destilador de alcohol ilegal. Son solo la voz de Gillian y un par de guitarras (David Rawlings se encarga del elegante punteo). Durante la violación, la chica, Nellie King, habla en nombre de todas las mujeres que piden verse libres de sus violadores, al clamar: «Dios mío, soy tu hija, envía a tus ángeles». El lenguaje es evocador y sorprendente: «Me tiró en la cama de agujas, y se tendió sobre mi vestido», y en lugar de decir simplemente que le cortó el cuello, canta: «Le pasé el cristal por el cuello, tan limpiamente como una cuchilla, y sentí que su sangre se derramaba rápida y caliente alrededor del lugar donde yo estaba tendida». En el estribillo no expresa el menor arrepentimiento, sino que se limita a pedir que el fantasma de Caleb Meyer no la atormente. Otra canción de Gillian Welch es «Wayside/Back in Time», una canción de amor con un latido semejante al de un corazón. Siempre tengo que dejar de hacer lo que estoy haciendo cuando la escucho, ponerme de pie e intentar cantar con ella. «Melocotones en verano, manzanas en otoño. Si no puedo tenerte todo el tiempo, entonces no quiero tenerte ni un segundo». Hubo momentos durante la escritura de este libro en los que Gillian Welch era lo único que quería escuchar, y me he dejado hipnotizar por ella en largos trayectos en coche por el Medio Oeste.

 
Gillian Welch

Gillian Welch

 

«Sweet Lorraine» está escrita e interpretada por Patty Griffin. Este breve relato hecho canción podría haberlo escrito yo perfectamente. Trata de una chica sin amor, «que procede de una larga estirpe de bebedores y soñadores, que saben que la luz del sol no puede con la oscuridad, gente cuyos negocios siempre fracasan y que duerme en el parque». Canta Patty: «Su padre se rasgaba como una página de la Biblia, y luego quemaba la casa para anunciar su llegada». Este padre la maldice la noche anterior a su boda, pero luego la entrega en el altar. Su madre se muestra desinteresada y ausente. Sobre todo, veo que Lorraine es una superviviente, pero también (quizá de forma perversa) pienso que al final redime a sus padres. De acuerdo, no puedo dejar de mencionar «Trapeze», también de Patty Griffin, una canción sobre una artista de circo. Le rompen el corazón y le pide a una gitana que la hechice para no volver a enamorarse nunca. Hay una inmensa versión en directo cantada por Patty Griffin y Emmylou Harris. «Una de estas noches, la chica se va a caer, la chica se va a caer», cantan, sugiriendo que el hechizo se romperá y la chica volverá a enamorarse. Esta canción me inspiró para escribir también un poema titulado «Fall Fall Fall», que apareció en The Southern Review.

Patty Griffin

Patty Griffin

«Black Betty», cantada por Sheryl Crow. Como la mayoría de la gente que escuchaba la radio en los años setenta, la escuché por primera vez interpretada por Ram Jam, con su ritmo duro y sin aliento, y todavía me encuentro de vez en cuando cantándola a voz en grito cuando voy conduciendo a toda velocidad o incluso cuando acelero cuesta abajo con mi bicicleta. La versión de Lead Belly es más lenta y revela el origen de la composición como una canción de trabajo afroamericana. Tom Jones grabó una extraña versión en Las Vegas que merece la pena escuchar solo para echarse unas risas. Hay quien sugiere que la Black Betty del original era una pistola o una botella de whisky, pero sea como sea, la Betty en cuestión se transforma radicalmente en una mujer poderosa.

«Long Black Veil». Esta canción cuenta la historia de un hombre que se acostaba con la mujer de su mejor amigo y que fue acusado de asesinato. Decidió ser ahorcado por un crimen que no había cometido porque no quiso nombrar a su amante como testigo, ni decirle al juez que se acostaba con la mujer de su mejor amigo. Parece una historia antigua, pero fue escrita en 1959 por Danny Dill y Marijohn Wilkin. La primera versión que escuché fue en un disco de Joan Baez que tenía mi madre en casa, y luego me topé con la poderosa versión de Johnny Cash, que se apodera para siempre de ella. Últimamente he estado escuchando y disfrutando mucho la grabación de Carolyn Herring, pero permitidme destacar aquí la versión bluegrass pionera de Hazel Dickens y Alice Gerrard.

«Molly Malone» es una vieja canción popular irlandesa sobre una pescadera de Dublín, y me gusta especialmente la interpretación de Sinead O'Connor, susurrante y evocadora, con una instrumentación llena de ecos. Es una historia sencilla y trágica, con un par de versos y rimas divertidos: «Ella era pescadera / y no era de extrañar / porque también lo fueron su padre / y su madre antes que ella / y todos llevaban sus carretillas / por las calles anchas y estrechas / gritando: "¡Berberechos y mejillones / vivos, vivos, oh!”». Se la suelo cantar a mis burros, a los que les encantan las canciones melancólicas.

Bonnie Rait & John Prine

Bonnie Rait & John Prine

«Angel from Montgomery», escrita por John Prine e interpretada por John Prine y Bonnie Raitt. Cada uno de estos artistas interpreta la canción por separado de maravilla, pero cuando lo hacen a dúo alcanzan la gloria. Se dice que John Prine se inspiró para escribirla en la imagen de una anciana de pie frente al fregadero de la cocina. En el relato que da título a mi libro, siempre regresaba a la imagen de mi protagonista, de pie junto a un fregadero, lavando los platos y mirando por la ventana. Me entran escalofríos cada vez que oigo: «Soy una anciana, me pusieron el nombre de mi madre». Podría citar aquí toda la canción, pero ya lo habéis pillado.

Adoro el dúo de Johnny Cash y Bob Dylan en «Girl from the North Country». Hay algo en la unión de estas dos voces icónicas que me rompe el corazón, en el buen sentido. ¿Por qué me resulta tan conmovedor que Bob Dylan parezca reverenciar a Johnny Cash?

 
Johnny Cash & Bob Dylan

Johnny Cash & Bob Dylan

 

He incluido un par de relatos divertidos en el libro, uno sobre una mujer que cree que su novio ha vuelto a ella reencarnado en un perro callejero, y otro sobre una mujer que se casa con todo lo que ve. Si te sientes deprimido, pasando demasiado tiempo en los cementerios, tal vez, nada te animará más que la sencilla alegría de «The Swimming Song», escrita por Loudon Wainwright III. Kate y Anna McGarrigle hacen una versión estupenda, pero creo que deberías escuchar la versión en vivo de mi amiga Haroula Rose, online en la web de Bluegrass Situation.

 
Haroula Rose

Haroula Rose

 

«Goodnight Irene» es una canción tradicional interpretada (con variaciones en la letra) por Lead Belly, Willie Nelson y The Grateful Dead, bueno, por casi todo el mundo. Mi marido y yo solemos ir a un restaurante chino que nos gusta mucho en el que siempre la ponen en bucle durante noventa minutos, así que, cada vez que vamos, oímos una extraña versión instrumental asiática, pero ni eso me ha hecho desistir del amor que le profeso a la canción. Y, por supuesto, además, la frase «A veces tengo la gran idea de saltar al río y ahogarme» inspiró el título de la increíble novela de Ken Kesey en Oregón Sometimes a Great Notion (Casta invencible, literalmente: A veces una gran idea).

«Tam Lin» es una canción tradicional escocesa que me paro a escuchar a la mínima de cambio. Tendré una media docena de versiones, pero la interpretación que más me atrapa es la de Steeleye Span. En esta historia, una mujer se enamora (o se queda embarazada) de una especie de elfo monstruoso, y está decidida a casarse con él. Sin embargo, primero debe reconvertirlo en humano, rompiendo el hechizo de la reina de las hadas. Esta feroz joven embarazada debe aferrarse al elfo mientras este se convierte en serpiente y en otras criaturas, y de hecho se aferra con la misma tenacidad con la que mis personajes se aferran a lo que aman. Finalmente la reina se rinde, y la chica se descubre agarrada a «un caballero desnudo». Es curioso que no me guste leer novelas de fantasía, pero esta canción parece una obra de ese género.

Lucinda Williams

Lucinda Williams

«Car Wheels on a Gravel Road», escrita e interpretada por Lucinda Williams. Me encanta la sensación que evoca de la vida rural, lo que se siente al ser una niña que anhela coger la carretera, la sensación de avanzar por un camino de grava, lo que se experimenta al mirar por la ventanilla. Establece un profundo sentido del lugar. Descubrí a Lucinda Williams este último año, cuando mi amigo Sassafrass Havilar me abrió los ojos, pero creo que afectará a todo mi trabajo literario a partir de ahora. Su realismo descarnado podría ser el mejor complemento para mis historias. El año pasado tuve la oportunidad de conocerla en Nashville, y por ahí hay una foto. Muchas de sus canciones se sirven de una misma frase repetida, y me encanta cómo ese recurso puede llegar a funcionar en una canción, cómo una misma frase puede ir ganando sentido con cada repetición; en narrativa no se suele poder hacer, salvo en los diálogos, así que hemos de conformarnos con repetir imágenes y motivos de un modo sutil.

Kathleen Edwards

Kathleen Edwards

«Copied Keys», de la cantautora canadiense Kathleen Edwards, está interpretada desde el punto de vista de una mujer que vive con un hombre en su ciudad natal y siente que no está viviendo su propia vida. Me encanta este lamento sobre el lugar, que sugiere que el amor puede no funcionar si uno no es capaz de sentirse en casa. «Esta no es mi ciudad y nunca lo será. Este es nuestro apartamento lleno de tus cosas. Esta es tu vida, yo solo tengo una copia de las llaves». Mi amiga Heidi Bell me descubrió a esta artista, así como a Gillian Welch y a Patty Griffin.

Leonard Cohen. Este hombre de corazón inmenso puede cantar y hacer conmigo lo que quiera. Para esta colección de relatos sobre mujeres con problemas, le pediría que cantase la clásica «Suzanne». Mi madre se llama Susanna, y me parece de lo más apropiado hablar de ella junto a «la basura y las flores».

Vale, otra canción folk, «Silver Dagger», del primer álbum que grabó Joan Baez. De nuevo, tengo media docena de versiones de este tema, interpretadas por distintos artistas, pero la del primer álbum de Joan Baez es la mejor. La letra empieza como uno de mis relatos. «No cantes canciones de amor, despertarás a mi madre. Está durmiendo aquí, a mi lado. Y en su mano derecha hay una daga de plata. Dice que no seré tu novia». Ya está dicho todo.

«White Rabbit» de Jefferson Airplane. La Alicia de Alicia en el País de las Maravillas es una de las protagonistas literarias más atractivas del mundo, por lo que tiene sentido que sea homenajeada en una canción de rock and roll. Como es una canción muy corta, podríamos denominarla como una pieza de flash-rock, para acompañar a una pieza de ficción-flash. Madres, avisad a vuestras hijas incluye cuatro relatos muy cortos, de apenas una página, y me pregunto si la frustración que siento con «White Rabbit» es lo que algunos lectores sienten con los relatos muy cortos. (Sigue cantando, quiero rogarle a Grace Slick). Y toda mi vida he anhelado que aparezca «una oruga fumadora de narguile» y me dé un toque.

Podría seguir enumerando canciones de Alison Krauss, las Dixie Chicks, Neko Case, Loreena McKennitt, Enya, Clannad, Regina Spektor, Laura Marling, Eliza Gilkyson, Sarah McLachlan, Joni Mitchell, Janis Joplin y otras que he olvidado. Pero con esto ya tenemos más que suficiente para empezar.

*Para oír la playlist pincha AQUÍ.

EXPLORANDO EL TRÁNSITO DESDE LA INOCENCIA

ENTREVISTA A TOM FRANKLIN PARA SOUTHERN BOOKMAN

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Tom Franklin creció en una zona rural del sur de Alabama, donde la naturaleza salvaje seguía siendo tan maravillosamente inspiradora como amenazante. La experiencia de su infancia en los bosques, en una cultura de caza predominantemente masculina, confiere a sus novelas y a sus relatos una fuerza de autenticidad muy poco frecuente en los escritores de su generación.

Forma parte de esa tribu de escritores que ha cultivado una pequeña zona geográfica y la ha sabido dotar de una universalidad mítica. Su colección de relatos Furtivos y sus novelas Hell at The Breech y Smonk muestran las cualidades tradicionales que suelen asociarse a las novelas del oeste y a las primeras narraciones fronterizas de Estados Unidos, escritas con un lenguaje altamente lírico y expresivo.

Su obra examina el territorio salvaje en conflicto con los valores éticos de la ley y la civilización. Puede iluminar tanto tiempos recientes como épocas pretéritas. Sus impactantes descripciones visuales confieren a sus narraciones una calidad cinematográfica que hace que el lector sienta que está viviendo la acción a través de una cámara. La erupción de la violencia puede volverse surrealista y hasta cómica. La belleza abrasadora de la naturaleza también encierra el núcleo de la mortalidad y la justicia.

Tom está casado con la escritora Beth Ann Fennelly. Viven con sus dos hijos en Oxford, Mississippi; ambos dan clases en la Universidad de Mississippi.

Has escrito de forma memorable sobre la vez que mataste a tu primer ciervo en «Años de caza». Pero, a menudo, en tu obra, los intentos de los jóvenes por alcanzar la virilidad acaban de forma desastrosa. ¿Consideras el éxito o el fracaso de los ritos de paso masculinos como uno de tus temas principales?

Sí. Mi propio «rito de paso» fue tan tortuoso y lleno de simulaciones que creo que aún sigo esperando convertirme en un hombre.

Nat Sobel, mi agente, me dijo una vez que toda mi obra alberga, en su centro, un inocente que se ve arrastrado a la violencia. Sabía que tenía razón. También aparecen los (sobre todo) hombres que se han entregado a la violencia, porque es su modo de vida. El tránsito (que puede durar no más de un segundo) de la inocencia a la corrupción/culpabilidad me fascina. Y, como muy bien has dicho, para esos personajes, a menudo puede acabar de forma desastrosa. Ese parece ser el curso natural de los acontecimientos en los que prevalece la violencia, ese es su defecto.

La naturaleza desempeña un papel determinante en tus novelas y relatos. ¿Crees poseer una comprensión especial de la naturaleza debido a tu formación, a diferencia de otros escritores contemporáneos, que a menudo parecen pensar en la naturaleza como un gigantesco parque de atracciones?

No creo poseer una «comprensión especial», sino más bien un conocimiento práctico. Solo escribo sobre lo que conozco; dado que fue allí donde crecí, un villorrio en Alabama, muy rural, es eso lo que manejo. Además, me atrae la escritura lírica y, por alguna razón, la naturaleza parece encajar perfectamente con ese tipo de escritura: esos árboles tan gráciles, los intrincados diseños, musgo, hongos, enredaderas, hiedra, todas esas cosas magníficas con todas sus fantásticas variaciones, los distintos tipos de vegetación, los colores. A veces, incluso los propios nombres resultan líricos: encinas siempreverdes, pinos taeda, rodillas de ciprés… Luego pasa un gato salvaje y aparece un hombre con una pistola y ¡boom!, ya tienes una escena.

Vives con tu familia en Oxford, la ciudad natal de William Faulkner. ¿Ves a Faulkner como una influencia, considerando especialmente el fuerte sentido de pertenencia a un lugar?

Lo veo más como una influencia ahora que me he mudado aquí. Ver las casas sobre las que escribe, el cementerio, los cipreses, conocer a gente que recuerda a «Bill» (un antiguo vecino que conocí recordaba a William Faulkner persiguiendo a una mula por su patio), me resulta un poco abrumador, que ese genio viviera aquí mismo, y que yo esté viviendo en el condado de Yoknapatawpha.

La semana pasada, hice un picnic allí con mi familia, volví a fijarme en ese granero y me maravillé de que el mejor escritor del siglo pasado hubiera vivido en ese lugar, que se hubiese colocado un día junto a ese granero para hacerse una foto. Siento más su influencia como escritor a través de Cormac McCarthy.

Faulkner parece casi antiguo, es un gigante, como Joyce o Hemingway, maestros del pasado que pertenecen a otro mundo. Obviamente, Faulkner fue una influencia para McCarthy, pero siento mucho más la sombra de McCarthy que la de Faulkner. No es que la de Faulkner se desvanezca, en absoluto, sino que es tan grande y abrumadora que se parece más a un fenómeno meteorológico que a una sombra, más al movimiento de una nube sobre un paisaje que a algo que se proyecta frente al sol.

La violencia es frecuente en tu obra, pero la encuentro bien equilibrada y apropiada. ¿Te han llegado críticas acerca de la violencia y del modo en que respondes a ella?

Hasta mi libro más reciente, Smonk, la violencia solía mencionarse como una especie de leve advertencia, aunque no se la calificaba de gratuita. El tipo de personas sobre las que escribía viven (y vivían) con la violencia en su entorno, algunas personas conviven con ella a diario. Nosotros, los humanos, o al menos los estadounidenses, hemos llegado tan lejos para mejorar nuestra comodidad que hasta un simple padrastro puede ser motivo de desastre. O, al menos, de un relato minimalista.

Hace poco estuve en Río y, en contra de mi buen juicio, me lancé en parapente desde una montaña. Fue estimulante de una manera que nunca había experimentado. Esa noche subimos en moto por una montaña empinada y húmeda hasta llegar a una favela y pasamos un tiempo con la gente que ocupaba aquella montaña, gente a la que nadie podía obligar a marcharse. Nos cruzamos con hombres armados con ametralladoras y, desde entonces soy consciente de lo segura que es mi vida, en términos generales.

Quiero decir, claro, cualquiera puede morir en el momento menos pensado, un ataque al corazón, la caída de una pieza de un avión, balas perdidas, ataques extraños de abejas, socavones, serpientes diamantinas de cascabel… Pero aquel día, en Río, estaba tomando decisiones que me pusieron más cerca de la mortalidad de lo que había estado en mucho tiempo. Y el tópico es cierto: cuando más cerca te hallas de la muerte, más vivo te sientes.

¿En qué estás trabajando ahora?

En una novela ambientada en el Mississippi contemporáneo. Se titula Letra torcida, letra torcida (así es como se les enseña a los niños del Sur a deletrear «Mississippi»: M, i, letra torcida letra torcida, i, letra torcida i, i jorobado jorobado). Trata sobre un policía de un pueblo pequeño y el hombre que podría o no haber matado a una chica de la localidad.