por E. JAMES WEST
30 mayo 2017
(traducción Javier Lucini)
INTRODUCCIÓN
De niña, Ann Pancake soñaba con escapar de Virginia Occidental. Sin embargo, lograr ese objetivo, ya de joven adulta, solo sirvió para afianzar su vínculo emocional y cultural con el Estado de la Montaña. En las dos últimas décadas, Pancake se ha convertido en una de las principales voces narrativas de los Apalaches de su generación. Su obra aborda muchos temas relacionados con la vida cotidiana de los habitantes de Virginia Occidental y la creación de la identidad regional y nacional. Pancake se ocupa de la historia de los Apalaches y de sus gentes, y revela el impacto de la desindustrialización, la pobreza rural y la destrucción medioambiental.
Publicada por la University Press de Nueva Inglaterra en 2001, la primera colección de relatos de Pancake, Tierra vencida, se ganó el reconocimiento de Elizabeth Judd en el New York Times por «representar una parte ignorada del país con una mirada clara y admirativa». Pancake, escribió Judd, posee «un raro don para retratar las vidas difíciles con una precisión y una franqueza que las hace parecer excepcionales» (1). Seis años después de Tierra vencida, llegó la primera novela de Pancake, Strange as this Weather Has Been (2). Muy elogiada por su visión literaria y por su impactante lenguaje, la novela presenta el retrato inquebrantable de una familia pobre de Virginia Occidental que vive a la sombra de una mina de carbón. Jeremy Jones declaró en la Iowa Review que Strange as this Weather Has Been es «una novela veraz […] rebosante de belleza y poesía, pero con la vista puesta en el cambio y en la justicia» (3). La colección de relatos más reciente de Pancake, Me and My Daddy Listen to Bob Marley, llegó en 2015 y tuvo una gran repercusión; Publisher's Weekly la recomendó como un «conjunto de relatos elegante y descarnado».
Su inconfundible estilo y el retrato incisivo de la vida en los Apalaches, le han hecho merecedora de numerosos elogios y premios. La novelista de Virginia Occidental, Jayne Anne Phillips, caracterizó a Pancake como la «Steinbeck de los Apalaches». La escritora de Georgia y activista medioambiental, Janisse Ray, ha descrito su escritura como «asombrosamente pura, como tener oro en las manos». Para críticos como Dan Chaon, la obra de Pancake es «deslumbrante […] tierna, viva, llena de alma y empatía, pero en ningún momento sentimental; está plagada de tenso drama, de secretos y sorpresas, pero sin abandonar la sutileza» (5). Pancake ha recibido el Premio Literario Bakeless y becas de creación literaria en Washington, Virginia Occidental y Pennsylvania. Strange as this Weather Has Been ganó en 2007 el Premio Weatherford de la Asociación de Estudios de los Apalaches, en 2008 fue finalista del Premio Orion Book y la novela fue elegida como uno de los diez mejores libros de ficción del 2007 en Kirkus Review's. Más recientemente, Pancake ha sido seleccionada como la primera beneficiaria de la Beca Barry Lopez de Escritor Visitante en la Universidad de Hawái.
Esta entrevista se centra en el papel formativo de la infancia de Pancake en los Apalaches, el impacto de su época universitaria, su trabajo en el extranjero y su estética literaria. Pancake considera su obra desde varias perspectivas y aborda cuestiones como la violencia, la memoria histórica, la raza y la cultura, antes de pasar a hablar de la publicación de su colección de relatos más reciente y de sus planes para el futuro.
[Esta entrevista se llevó a cabo el miércoles 9 de marzo de 2016, con correspondencia suplementaria mantenida a lo largo de julio y octubre. Ha sido editada en beneficio de la claridad. Muchas gracias a Ann Pancake por ser tan generosa con su tiempo y por su disponibilidad para hablar de su vida y su obra. Gracias también al Museo Hagley de Wilmington, Delaware, por proporcionar el lugar y el equipo para llevar a cabo esta conversación]
INFANCIA
JAMES: Hola Ann. Gracias por haberme hecho un hueco en tu agenda para charlar. Quizá podrías empezar con una breve introducción para los lectores que puedan no estar familiarizados con tu vida anterior a la publicación de Tierra Vencida.
ANN: Claro. Hasta los ocho años viví en Summersville, Virginia Occidental. Eso está en el condado de Nicholas, una importante zona estatal de producción de carbón. Fue un período de mi vida en el que fui muy consciente de la industria minera y de los efectos de la explotación a cielo abierto, en parte porque podíamos ver las minas desde nuestra casa, y en parte porque mi padre siempre nos habló de la minería a cielo abierto y del daño que causaba. Al cumplir los ocho, nos mudamos a Romney, también en Virginia Occidental, que era donde llevaba viviendo la familia de mi padre desde hacía doscientos años y es una zona fundamentalmente agrícola, por allí no hay carbón. Viví en Romney hasta que cumplí los dieciocho y empecé a asistir a la Universidad de Virginia Occidental.
Al graduarme a los veintidós me fui al extranjero con mi licenciatura en humanidades, por un lado porque no pensaba que hubiera nada digno de ser escrito a propósito de Virginia Occidental, y por otro porque no tenía trabajo y la tasa de desempleo era muy alta. Conseguí un puesto de trabajo en Japón y me pasé un año allí dando clases. También di clases en la Samoa estadounidense durante dos años, y en Tailandia durante otro. Viajé mucho por Asia y por el Sur del Pacífico. Obtuve mi licenciatura en inglés en la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill, y poco después comencé a preparar el doctorado en la Universidad de Washington, donde residí entre 1993 y 1998.
JAMES: He leído en alguna parte que te pasaste toda tu infancia deseando huir de Virginia Occidental.
ANN: Fue en mi adolescencia cuando realmente deseé ver otras partes del mundo y salir de Virginia Occidental. Pensaba que el estado era aburrido y muy limitado… al mismo tiempo, durante toda mi vida he mantenido esa complicadísima relación con mi estado natal, porque resulta que también soy muy propensa a la añoranza. Así que, por un lado estaba profundamente apegada a Virginia Occidental y, por otro, sentía un fuerte impulso por escapar y ver otros sitios. Todavía mantengo esa relación conflictiva. La región de los Apalaches ejerce ese tirón casi misterioso en la gente que nace y crece allí, incluso en la gente que no es nativa pero que lleva viviendo allí mucho tiempo. De adolescente, sentí muy fuerte esta relación de impulso y tirón con Virginia Occidental que todavía siento.
JAMES: ¿Tus hermanos tienen esa misma relación de tira y afloja con Virginia Occidental?
ANN: Sí, yo diría que los cinco que al final nos fuimos del estado tenemos un profundo apego que también resulta en esa tensión. El único que se quedó fue mi hermano, que tiene un montón de problemas de adicción. Mi hermana, como creo que ya sabes, hizo un documental sobre la remoción de cumbres en Virginia Occidental, Black Diamonds; ella vivía en Baltimore cuando lo dirigió, ahora vive en Philadelphia, pero siente una honda conexión con Virginia Occidental, igual que yo. Nos sentimos muy apegadas a nuestro estado natal. Desde el punto de vista cultural, jamás he conocido nada que se parezca a Virginia Occidental. Ni se encuentra ni se puede replicar.
JAMES: Uno de tus hermanos es actor y tu hermana está metida en la producción de documentales (6). ¿Vuestros padres os animaron desde niños a desarrollar el interés por el arte? ¿Era eso habitual en el lugar donde os criasteis?
ANN: Mis padres nos animaron a entrar en el mundo del arte, y para nada era habitual en nuestra comunidad, pero mis padres, los dos, fueron a la universidad, algo que tampoco era lo habitual. Solo un reducido porcentaje de gente de nuestro condado natal acabó los estudios universitarios, y sigue siendo así, pero en los años setenta el porcentaje era muchísimo más bajo. Mis padres esperaban que nosotros asistiésemos a la universidad, y tuvimos acceso a un montón de libros, algo de lo que no podían jactarse muchas familias. Mi madre era profesora de arte en el instituto, así que también dispusimos de material artístico desde muy pequeñitos. En ese sentido, fuimos muy afortunados. Nacimos rodeados de creatividad, y creo que fue maravilloso crecer jugando todo el rato con esos hermanos tan creativos, porque nos podíamos inventar juegos e imaginar juntos un montón de cosas. Pienso que aquellos juegos primerizos fueron instrumentales para nuestro desarrollo posterior como artistas, y creo poder hablar también en nombre de Sam y de Catherine. Al menos lo fue para mí. Crecer en Virginia Occidental era paupérrimo en varios aspectos, pero muy rico en actividad imaginativa, y había también mucha riqueza en la proximidad con el mundo natural.
JAMES: ¿Qué tipo de literatura leíste en tu infancia?
ANN: Oh… pues sobre todo historias de irse. ¡Libros sobre perros! Old Yeller, Where the Red Fern Grows, Sounder, ese tipo de cosas (7). No era muy fácil conseguir libros infantiles que transcurriesen en zonas rurales, la mayoría transcurrían en ciudades, así que si lograba poner las manos en libros con escenarios rurales, resonaban con más fuerza en mi interior. Where the Lilies Bloom fue importante para mí. Transcurría en los Apalaches. My Side of the Mountain fue otro que me gustó muchísimo (8).
JAMES: ¿Qué tipo de cosas escribías de niña?
ANN: Cuando empecé a escribir, por lo general no acababa nada de lo que empezaba, pero escribí unos cuantos cuentos sobre desastres y aventuras. No entendía lo que era la «literatura» ni por qué había que leerla, así que de adolescente devoré a autores como Stephen King. Pero al cumplir los dieciséis, junto a las historias de desastres y de terror, me atreví con unas cuantas cosas que transcurrían en Virginia Occidental, relatos realistas basados en mis propias experiencias. Incluso ya entonces, me di cuenta de que aquellos relatos me hacían sentir de un modo distinto.
JAMES: Viviendo tan cerca de las fronteras de otros estados, ¿cómo es que te identificas como natural de Virginia Occidental?
ANN: Durante toda mi infancia, muchos éramos muy conscientes de ser de Virginia Occidental. De niña, en Virginia Occidental, una recibía muchos mensajes de la cultura dominante y de los estados vecinos para saber que tu hogar estaba mucho más retrasado, que eras una paleta. Y, por supuesto, los medios de comunicación transmitían todo el tiempo el mensaje de los «hillbillies». Así que comprendí que éramos unos desvalidos y que los otros nos despreciaban. El sentido de identidad no vino por parte de mis padres, vino más bien por la cultura dominante. Y cada vez que nos aventurábamos fuera de Virginia Occidental (algo que tampoco era muy común) no podíamos dejar de ser plenamente conscientes de lo diferente que era Virginia Occidental, y de cómo la gente de fuera nos consideraba de segunda categoría.
UNIVERSIDAD Y VIAJES
JAMES: ¿Por qué decidiste quedarte en Virginia Occidental para tus estudios universitarios?
ANN: Fue una cuestión meramente económica. No sabía cómo conseguir becas en otro sitio, y mi padre tenía previsto pagarnos los estudios, así que nos dijo que tenía que ser dentro del estado. Conseguí una buena beca de la Universidad de Virginia Occidental (WVU) tras el primer trimestre.
JAMES: ¿Cómo te fue en la universidad? ¿Fue extraño estar tan cerca y a la vez tan lejos de tu familia?
ANN: La universidad fue muy difícil para mí desde el punto de vista social. Me fue bien académicamente, pero mudarme a Morgantown supuso un choque cultural, aunque no estuviese a más de ciento sesenta kilómetros de Romney. Ahora sé que hubiese sido mejor para mí una universidad más pequeña. No sé cómo será ahora la WVU, pero en aquella época había un gran número de estudiantes de fuera del estado, en parte porque la matrícula era bastante barata, y durante todo el tiempo que estuve allí solo tuve un profesor nativo de los Apalaches. Experimenté mucho choque cultural en la WVU y muy poca sensibilidad con respecto a ese problema por parte del cuerpo docente y de la administración. Creo que ahora las cosas han cambiado.
JAMES: ¿De qué forma experimentaste ese choque cultural?
ANN: El acento nos marcaba. Abrías la boca y los otros daban por supuesto cosas a propósito de tu inteligencia, tu clase social, tu postura política y tu nivel de sofisticación. Hacía que no quisieras hablar. Ahora pienso en las entrevistas que hicimos Catherine y yo para su documental, y en cómo la gente de la zona sur de Virginia Occidental prologaba siempre las cosas diciendo: «No sé hablar muy bien», y luego soltaban algo increíblemente profundo. Con su acento.
JAMES: Muy al principio de Strange as this Weather Has Been describes la soledad de tu protagonista, Lace, en la Universidad de Virginia Occidental de un modo que se percibe como intensamente autobiográfico (9).
ANN: Sí, lo es. Quiero decir que, bueno, yo me quedé, no lo dejé, pero sí, mucho de todo eso es autobiográfico.
JAMES: Lace acaba abandonando la Universidad de Virginia Occidental para regresar a las montañas. ¿Llegaste alguna vez a pensar en seguir esa trayectoria?
ANN: Oh, ya lo creo, pensé en abandonar, pero, de nuevo, las alternativas eran mucho peores. En aquel momento de mi vida, trabajaba en un restaurante de comida rápida, me deslomaba en una cadena de montaje, atendía mesas y trabajaba también en una tienda de alimentación; me di cuenta de que si abandonaba, ese tipo de trabajos serían mi futuro.
JAMES: Tras la universidad partiste a Japón.
ANN: Tal cual (risas).
JAMES: ¿Por qué?
ANN: Me enteré de un trabajo allí por un amigo, el propietario de una escuela de idiomas de Japón iba a venir al campus en busca de profesores, me entrevistó y conseguí el puesto. Jamás en la vida se me había pasado por la cabeza la idea de ir a Japón. Pero estaba trabajando en el Wendy's después de haberme graduado en Inglés y no tenía certificado docente. El desempleo en Virginia Occidental era en aquel entonces del 12%. Pudo haber sido cualquier otra cosa, lo primero que se hubiese presentado, desde Noruega a Sudáfrica, creo que me habría ido a cualquier parte.
JAMES: En lo que respecta a enseñar en el extranjero, y en particular a enseñar inglés como lengua extranjera, ¿sentiste que ese proceso de pensar en la construcción de la lengua tuvo un impacto sobre tu manera de escribir?
ANN: Hmm… muy buena pregunta. Creo que lo que tuvo su impacto no fue tanto enseñar inglés como vivir en culturas que no tenían nada que ver con Estados Unidos ni con los Apalaches. Al sumergirme en una cultura tan radicalmente distinta, me di cuenta de que los Apalaches poseían su propia cultura específica e interesante, y empecé a comprender lo diferente que era nuestra lengua del inglés estándar. Es difícil describir lo mucho que me abrió la mente dejar Virginia Occidental por Japón. Ni siquiera había viajado aún en avión. Al ser una escritora de Virginia Occidental residente en Japón, fue como si de pronto se me abriesen un montón de ojos en la cabeza. También la relación de los japoneses con el arte y la percepción… la atención y la receptividad a la belleza en el día a día fue algo que recibí de ellos (10).
LENGUA Y DIALECTO REGIONAL
ANN: Cuando empecé a escribir sobre Virginia Occidental, lo hacía, por defecto, con mi dialecto, más o menos de un modo inconsciente, porque aún no sabía que lo nuestro era un dialecto, como tampoco era consciente de que nuestro acento fuese tan marcado como, sin duda, lo era. Empecé a tomar conciencia del dialecto en mis relatos cuando crecí y salí de Virginia Occidental. Yo escribo de manera muy intuitiva. Cuando estoy con los primeros borradores escucho la historia en mi cabeza, escucho sonidos o escuchó cómo hablan mis personajes, y si estoy escribiendo sobre Virginia Occidental, esas voces y esos sonidos me vienen, de manera natural, bajo la forma de nuestro dialecto. Tras unas cuantas décadas he llegado a pensar de un modo más consciente en la política del dialecto. En literatura, se puede recurrir al dialecto de un modo denigrante, para dejar de lado a los personajes como gente inferior al escritor, al lector y a los demás personajes que no hablan con dialecto. O se puede recurrir al dialecto de una manera culturalmente sensible y menos políticamente retrógrada. Yo, por supuesto, apunto a esto último. Quiero recurrir al dialecto para empoderar a la gente sobre la que escribo y de una forma que muestre lo bella e inventiva que puede llegar a ser la lengua de los Apalaches.
JAMES: Da la sensación de que hay en todo esto una suerte de doble movimiento, por un lado, enseñar inglés como lengua extranjera te hace más consciente de tu propio dialecto, y por otro, sientes la presión para amoldar tus propios patrones idiomáticos a una forma de inglés estandarizado. ¿Hasta qué punto eras consciente de este conflicto?
ANN: La primera vez que salí de Virginia Occidental y me puse a enseñar inglés como segundo idioma y a asistir a la escuela de posgrado, me sentí obligada a usar exclusivamente un inglés estándar y a tratar de limpiar mi acento. Pero ya en Japón, enseñando a parvularios, después de seis meses o así, entré un día en el aula y dije: «Buenos días, ¿qué tal estáis?». Y me contestaron: «Bien. Gracias» con un acento increíble. [En lugar de «Fine. Thank you», le responden: «Fahhhn. Thank you»]. Y me quedé horrorizada porque, sin darme cuenta, había enseñado a aquellos cuarenta niños japoneses de cinco años un inglés con acento de los Apalaches. Así que es verdad que de veinteañera y en la escuela de posgrado traté de enmascarar o cambiar mi acento. Eso ya no me preocupa tanto ahora, aunque sé que cuando no estoy en casa, mi acento se reduce bastante. Pero tengo suerte porque puedo entrar y salir de él fácilmente, hablar sin acento y hablar con acento, mientras que algunos de mis hermanos lo han perdido y no son capaces de recuperarlo.
JAMES: ¿Te preocupa perder tu acento? ¿Cómo se relaciona tu acento con tu identificación como nativa de Virginia Occidental?
ANN: Durante un tiempo me preocupó. Pero ahora sé que no lo voy a perder nunca porque ya tengo cincuenta y tres años y siempre que vuelvo a casa me sale solo. No es tan marcado como cuando era pequeña, pero sigue ahí.
JAMES: Y después de Japón regresas a Estados Unidos y luego te vas a enseñar a la Samoa estadounidense.
ANN: Así es, después de Japón viví un año en Albuquerque, Nuevo México. Después me fui a dar clases de inglés a la Samoa estadounidense. De nuevo fue la necesidad económica y el deseo de aventura.
JAMES: ¿Vivir en la Samoa estadounidense afectó de algún modo tu identidad como estadounidense?
ANN: Buena pregunta. En Samoa viví por primera vez en un lugar colonizado por Estados Unidos. Adquirí una clara conciencia de lo que era la colonización del Sur del Pacífico y también de la relación de Estados Unidos con otros países, el modo en que Estados Unidos ejerce su poder sobre otras naciones para explotarlas.
JAMES: ¿Encontraste similitudes o conexiones entre las desigualdades de clase o la explotación en Virginia Occidental y la Samoa estadounidense como parte de un proyecto colonial más amplio?
ANN: Ya lo creo que lo hice, sí. Las conexiones se hicieron más evidentes en cuanto empecé a vivir en zonas de Estados Unidos que no eran los Apalaches, en el mismo instante en que comencé a entender la cultura blanca de clase media dominante en Estados Unidos. Al reconocer las discrepancias de clase dentro de Estados Unidos y darme cuenta del poquísimo poder económico y político que tenían los Apalaches, vi la similitud que existía entre los Apalaches y los países explotados no occidentales. Me di cuenta de cómo los Apalaches podían ser contemplados como una colonia de recursos para Estados Unidos. Y esas similitudes se volvieron mucho más claras durante mi época universitaria, cuando empecé a leer cosas de teoría poscolonial y posmarxista. Los únicos lugares donde he visto gente tan pobre como la de ciertas zonas de Virginia Occidental han sido Indonesia y Tailandia.
JAMES: ¿Esa experiencia tuvo algo que ver con la dirección que tomaron tus estudios?
ANN: Sí. La tesis del máster la escribí sobre un escritor samoano, Albert Wendt, recurriendo a la teoría poscolonial. La cuestión central de mi tesis doctoral era el modo en que los estadounidenses mantenemos la fantasía de ser, en esencia, una sociedad sin clases pese a la flagrante disparidad económica del país. Exploré esa cuestión en la literatura del siglo diecinueve y del siglo veinte, así como en el cine. Cuando los estadounidenses no pueden culpar al racismo de la diferencia de clases, suelen explicar la pobreza como una circunstancia temporal. La idea es que las clases bajas acabarán poniéndose al día. Esto se ha venido utilizando recurrentemente para explicar el «problema de los Apalaches», cuando la pobreza de la región no se atribuye a lo inútiles y vagos que somos.
JAMES: ¿Al mismo tiempo que escribías tu tesis doctoral seguías escribiendo ficción?
ANN: Siempre que podía. Lo que, por lo general, significaba en los parones entre trimestres. Mientras escribía aquellos trabajos académicos tan intelectuales, la necesidad de escribir ficción intuitiva se iba haciendo más fuerte, así que cuando había uno de esos parones, la ficción comenzaba a hervir.
PRIMERAS OBRAS Y ESTILO LITERARIO
JAMES: Tu primer libro de relatos publicado, Tierra vencida, salió no mucho después de acabar tus estudios universitarios. ¿Se trataba de relatos que ya habían sido publicados anteriormente?
ANN: Sí. El relato más antiguo de ese libro, «A por leña», lo escribí en 1987. Esos relatos no fueron escritos pensando en un solo libro, fueron recopilados, los había ido escribiendo a lo largo de varios años.
JAMES: ¿Cuál fue tu criterio a la hora de seleccionarlos?
ANN: Compuse la colección de Tierra vencida porque necesitaba tener una obra publicada para obtener la titularidad. Metí todos los relatos que me parecieron lo bastante terminados, y luego se los mandé a unos cuantos amigos para ver qué les parecía. Deseché uno de los relatos y luego escribí «Chicos redneck» para completar la colección. La mitad de los relatos ya habían visto la luz en revistas literarias, así que eso ya fue una especie de confirmación de que eran lo bastante consistentes para recopilarlos en un libro. No obstante, de no haber tenido la presión de la titularidad no habría intentado publicarlo porque no creía que fuese lo suficientemente fuerte para encontrar un editor. Al menos, no todavía.
JAMES: ¿Te sorprendió la reacción al libro? ¿O los elogios de la crítica son algo a lo que no le das demasiada importancia?
ANN: El premio, el Bakeless, me cogió totalmente por sorpresa. Y también me sorprendió muchísimo cómo fue recibido el libro. No es un libro fácil, en muchos sentidos. La sensibilidad y el estilo son muy peculiares, creo. El contenido es oscuro. He llegado a comprender que nunca va a llegar a un público amplio, pero aquellos lectores a los que les llega, les llega de un modo muy profundo, y con eso ya me doy por contenta.
JAMES: ¿Hasta qué punto esa peculiaridad puede ser rastreada hasta Virginia Occidental? ¿O hasta tu experiencia nómada como joven adulta?
ANN: La peculiaridad en mi escritura está sobre todo enraizada en el hecho de haber nacido y crecido en Virginia Occidental, aunque puede que no hubiese reconocido esa peculiaridad sin la perspectiva de haber vivido en culturas diametralmente diferentes fuera de Virginia Occidental. Pero parte de esa idiosincrasia creo que me viene de cuna.
JAMES: Has recibido elogios por haberte desprendido de una tradición literaria basada en la fórmula y la caricatura, y por la complejidad de tu caracterización, tanto de la tierra de los Apalaches como de sus gentes. ¿Eso era algo que querías que fuese explícito en tu obra?
ANN: Cuando me puse a escribir en la universidad, tenía claro que me estaba resistiendo a un estereotipo. Hay un montón de escritores increíbles de los Apalaches que trabajan con representaciones complejas de nuestra región y, sin duda, me influenciaron. Aun así, mucho de lo que se ha escrito sobre los Apalaches en los pasados ciento cincuenta años, sobre todo lo que ha tenido una difusión amplia, lo ha escrito gente de fuera y, en general, perpetúan los mismos estereotipos de siempre. He llegado a creer que el público lector en general espera encontrarse con esos estereotipos, así que los editores también. Pero lo que del mismo modo entiendo son las ramificaciones políticas de los estereotipos: degradan a la gente, hace que sea más fácil justificar su explotación, es mucho más fácil considerarles inútiles. Así que yo siempre he sido muy respetuosa a la hora de complicar y darle la vuelta a las caricaturas habituales y a los estereotipos.
JAMES: ¿Podrías nombrar algunos de esos escritores y decir en qué modo su obra te atrae y qué hace que sea única?
ANN: Algunos de esos escritores que me influenciaron fueron Breece Pancake, Jayne Anne Phillips, Denise Giardina, Davis Grubb y Chuck Kinder (11). Todos de Virginia Occidental. Cada uno tiene una visión diferente del lugar, pero cada uno de ellos presenta nuestra cultura con una sutil profundidad de percepción que complica la imagen monocorde de los Apalaches que tan a menudo perpetúan los escritores foráneos. Nos hablan de personajes que lidian con contradicciones internas; proporcionan contexto e historia que ayudan a arrojar luz sobre los elementos más oscuros del estado; poseen un sentido del lugar muy interiorizado; y hacen cosas asombrosas con el lenguaje.
En Virginia Occidental también hay escritores más jóvenes merecedores de un mayor reconocimiento del que han obtenido hasta ahora, escritores que están escribiendo mejor, en mi opinión, que la mayoría de sus colegas de fuera de la región: Jessie Van Eerden, Matthew Neil Null, Glenn Taylor. Solo Glenn ha recibido el reconocimiento del mundillo literario (12).
JAMES: Tu manera de escribir sobre los Apalaches es muy sorprendente, pero también es algo que podrían asimilar las narrativas culturales más extendidas por los medios de comunicación acerca de la pobreza rural de los Apalaches, que ofrecen una imagen simplista y a menudo muy poco favorecedora de la vida allí; ¿lidias con esto como escritora?, ¿hasta qué punto eres consciente de eso?, ¿afecta a tu proceso de creación o edición?
ANN: Soy muy consciente de lo fácil que se puede caer en el estereotipo cuando te pones a escribir sobre los Apalaches. La gente de los Apalaches, al salir, tiene que enfrentarse permanentemente con esos estereotipos, así que somos plenamente conscientes de ellos. Aun así, en los primeros borradores, yo misma caigo a veces en ellos porque aún no he llegado a la etapa en la que me pongo a complicar las cosas. Así que, para responder a tu pregunta, sí, cuando escribo sobre la violencia en los Apalaches trato de ser muy cuidadosa para dotar al tema de la complejidad que tiene. Intento contar la verdad e intento contarla contextualizándola y ofreciendo distintas perspectivas de la violencia, convirtiendo tanto a las víctimas como a los agresores en seres humanos auténticos, no en meras caricaturas planas. Virginia Occidental posee su propia cultura dentro de la cultura de los Apalaches y, a su vez, comparte algunas cualidades de la cultura sureña estadounidense. Cuando me encuentro entre sureños hay un sentimiento de familiaridad y de hogar, más del que siento cuando estoy con gente de Pennsylvania, aunque Pennsylvania no esté a más de ochenta kilómetros del lugar donde crecí. Del mismo modo, los escritores que más me han influenciado son del Sur y de los Apalaches.
JAMES: Me gustaría hablar un poco del uso de la violencia en tu obra. Uno de los temas recurrentes en tu narrativa es el de los fantasmas, especialmente en relación a la Confederación y la Guerra de Secesión. ¿Cómo se traduce y se duplica esa violencia histórica, o sus postrimerías, en violencia física o literal?
ANN: Esa es una buena observación y una buena pregunta. No estoy muy segura de cómo responderte exactamente. Los Apalaches tienen un pasado violento: la violencia de la Guerra de Secesión y, antes de eso, las guerras «Indias»; la violencia que se impuso en el ambiente en los comienzos de la industrialización; la violencia que rodeó al movimiento obrero en los primeros años del siglo veinte; las formas de violencia con que la nación abusa de los Apalaches para apoderarse de sus recursos. Sin embargo, la gente de los Apalaches no es más violenta que el resto de los estadounidenses, a pesar de lo que pueda parecer por la narrativa popular. De hecho, antes de la epidemia de las drogas, Virginia Occidental tuvo sistemáticamente la tasa más baja de crímenes violentos de todo el país. Aun así, creo que toda esa violencia de nuestro pasado continúa manifestándose en nuestro presente.
La violencia ejercida contra el medio ambiente continúa, y no existe la voluntad política de acabar con ella. Y la gente de los Apalaches sufre demasiada violencia. Aunque, es cierto, a menudo se trata de una violencia autoinfligida: adicción, sobredosis, suicidio. Creo que esa violencia autoinflingida está relacionada con la destrucción medioambiental y la explotación económica. Reconozco que mi obra contiene una gran cantidad de violencia literal. Parte de ella es objetiva, reflejo de la historia de la región. Pero otra parte de la violencia de mi obra probablemente procede de mi propia relación de amor odio con la región, del miedo que siento por ella y del miedo que me hace sentir, así como de mis profundos deseos por la región. La violencia puede surgir de todo ese material inconsciente en conflicto.
JAMES: ¿Cuánto de ese miedo procede de un sentimiento de desarraigo o de fractura? Antes hablaste de tomar conciencia de tu identidad como nativa de Virginia Occidental al interactuar con gente de los estados colindantes. Describes una sensación de «somos esto porque no somos otra cosa». ¿Qué parte de todo eso puede rastrearse hasta la Guerra de Secesión?
ANN: El lugar paradójico que ocupó Virginia Occidental en la Guerra de Secesión es una de las razones por las que me resulta tan fascinante. El estado se separó de Virginia para formar parte de la Unión en 1863, y la creencia popular es que lo hicimos porque estábamos en contra de la esclavitud. La verdad sobre nuestra secesión es bastante más compleja y se vincula con los planes de los empresarios industriales. Es cierto que había simpatizantes de la Unión en Virginia Occidental, y soldados de la Unión. Aunque mi condado, Hampshire, era muy confederado, con sus propietarios de esclavos, incluyendo a mi propia familia. Romney estaba justo en la frontera, y Romney cambió de manos entre la Unión y la Confederación cincuenta y cuatro veces durante la guerra. Yo crecí jugando en las trincheras de la Guerra de Secesión que había a unos dos kilómetros de mi casa (13). Los vestigios de la guerra estaban muy presentes durante mi infancia. Y hay historias que se han ido pasando entre generaciones en mi familia desde aquellos tiempos; mi familia se identificaba como confederada, así que sus historias versan sobre yanquis que llegaban y saqueaban la granja.
JAMES: Eso nos lleva a otra pregunta que quería hacerte sobre el papel de la raza en tu obra; creo que Virginia Occidental es el tercer o cuarto estado más blanco del país (14).
ANN: Virginia Occidental es muy blanca, pero hay y hubo afroamericanos. Es verdad, no aparecen muy a menudo en mi obra, y no creo que haya ningún personaje principal afroamericano en mis historias. Creo que se debe a que no quiero apropiarme indebidamente de ellos, ni falsearlos. Mi relación personal con la raza durante mi infancia me enseñó mucho. Mi condado era extremadamente racista y lo sigue siendo, pero mis padres eran mucho más progresistas que la mayoría de la gente de allí. Mis padres intentaron inculcarnos una filosofía «daltónica», ajena al color: todo el mundo es igual, sin importar el color de su piel, lo que, por supuesto, tampoco era cierto, pero era bastante progresista en aquel lugar y en aquella época. Ya desde antes de empezar el instituto tuve un novio afroamericano. No he hablado ni escrito mucho acerca de eso, quizá debería. Eso, sin duda, me abrió los ojos a la realidad del racismo con solo catorce años, por el tipo de insultos que me dedicaba la gente y también porque empecé a ver las cosas desde la perspectiva de mi novio. Asimismo, puso en cuestión mi fe cristiana. Empecé a rechazar la iglesia en esa misma época, en buena parte porque vi claramente su hipocresía con respecto a la raza, al menos donde yo vivía.
JAMES: En tu obra eres muy consciente de estar tratando de ofrecer un relato representativo de la vida en Virginia Occidental. ¿Eres más reacia a escribir sobre la experiencia afroamericana?
ANN: Sí, me siento mucho más a gusto escribiendo sobre la clase. Está muy bien que saques ese tema, la gente no suele preguntarme acerca de eso. La verdad es que tengo experiencia con la raza en los Apalaches. Necesito cuestionarme a mí misma por qué no escribo más sobre ese tema.
JAMES: Quiero leer un extracto de tu relato «Sin fantasmas» que encapsula uno de los motivos por los que me gusta tanto tu obra:
«El frío se me había subido al pecho, pero al final el viento había remitido y podía sentir el calor que desprendía el caballo a cierta distancia. El olor a cuero que desprendía el caballo, ese olor terroso que le acompañaba hasta en invierno. Hundí la cara en él, en el hueco del hombro, antes del abultamiento de la panza […] Seguía teniendo caballo en las manos, así que me las restregué en los pantalones del domingo, el fuego de la leña me iluminaba la espalda.»
Es bellísimo. Esa cualidad física que posee tu escritura, esa naturaleza táctil, tu relación con los sentidos y el lenguaje sensorial. ¿De dónde procede todo eso y cómo lo has ido desarrollando con el paso del tiempo?
ANN: Trato de hundirme lo más posible en el lugar o la persona de la que estoy escribiendo, luego me imagino cómo responderían los sentidos del personaje a determinada situación, o cómo reaccionaría sensorialmente yo misma a determinado lugar. Es cierto que el tacto y el olfato en particular son para mí muy potentes a la hora de evocar recuerdos. Es lo más animal. También reviso mucho, así que al ir corrigiendo borradores va creciendo ese detallismo sensorial.
JAMES: ¿Y haber crecido en Virginia Occidental ha sido determinante en el desarrollo de ese detallismo?
ANN: Ahora que vivo fuera de Virginia Occidental he llegado a comprender que crecer en los Apalaches suele significar haber crecido más cerca de la tierra que en otros lugares. Crecer en los Apalaches en la década de los años setenta era bastante crudo. No contabas con la clase de protección que podía tener la clase media de Seattle. Había muchísima interacción táctil con el mundo natural, las plantas y los animales, nos criamos trabajando en enormes huertos y viviendo de lo que nos daba el bosque, veíamos como nuestra comida se mataba, se desollaba y se despedazaba. Nos comíamos eso. Creo que en nuestra infancia estuvimos muy directamente en contacto con nuestros sentidos. No estábamos dentro de casa, no estábamos pegados a los ordenadores. También puedo identificar lo pobre que era la gente por cómo olía, porque los muy pobres no tenían instalaciones sanitarias, así que no se lavaban tanto como nosotros. Veo esto como una metáfora de cómo a veces se invisibiliza la pobreza blanca en este país.
JAMES: ¿Cómo mantienes esa relación visceral con Virginia Occidental en tu obra?
ANN: Intento volver a casa al menos dos veces al año y tengo el lugar profundamente enraizado en mi memoria y en mi cuerpo, así que está en parte presente incluso cuando no estoy allí. Cuando regreso, me adapto a la tierra enseguida. Al mismo tiempo, la cultura de Virginia Occidental ha cambiado desde mi infancia. También, en este momento de mi vida y de mi carrera, me gustaría escribir más sobre otros lugares. Es lo que, en parte, voy a hacer en mi próximo libro.
PRESENTES, PASADOS Y FUTUROS
JAMES: Tu último libro de relatos, Me and Daddy Listen to Bob Marley, sigue centrado en Virginia Occidental, pero de otra manera. Parece haber más margen para la esperanza o más impulso hacia el futuro que en tus obras anteriores.
ANN: Sí, y pienso que en parte se debe al momento que estoy viviendo. Estoy en un punto de mi vida en el que no puedo soportar pasarme todo el tiempo en la oscuridad, a diferencia de cuando estaba escribiendo Tierra vencida y parte de mi trabajo anterior. También creo que, para sobrevivir como estadounidense en 2016, he intentado dar con maneras de mirar hacia la luz porque, desde cierta perspectiva, estamos viviendo tiempos oscuros. Y pienso –he escrito sobre ello en un ensayo para la Georgia Review– que ya he acabado con la necesidad de escribir sobre lo mal que están las cosas en los Apalaches (15). Estoy cansada de documentar la destrucción. Estoy comprometida con una escritura que imagine maneras no convencionales de referirse a la naturaleza, incluyendo el mundo de la naturaleza en los Apalaches. Algunos de los relatos de Me and My Daddy Listen to Bob Marley, como «San» o «The Following» tratan sobre redefinir la relación con el mundo natural.
JAMES: En el relato que abre Me and My Daddy, «In Such Light», esa progresión sale claramente a la luz. El trauma y el dolor persisten, pero hay más margen para la curación que en muchas de tus anteriores historias.
ANN: Totalmente de acuerdo.
JAMES: ¿Crees que ese cambio está conectado con un reconocimiento más amplio por parte de Estados Unidos de que el país necesita apartarse de la dependencia del carbón y buscar formas de energía menos destructivas y más sostenibles?
ANN: Creo que mi cambio literario está conectado con el reconocimiento de que no sobreviviremos como especie a no ser que nos pongamos a pensar de manera muy muy diferente sobre los seres vivos no humanos que habitan este planeta. Y en cuando a lo del cambio con respecto al carbón, es cierto que en los Apalaches se está extrayendo menos carbón de las minas, pero en parte se debe al boom del gas natural. Áreas de Virginia Occidental que no fueron tocadas por la minería del carbón ahora están siendo devastadas por la fracturación hidráulica. No obstante, creo que estamos viviendo el principio del fin del carbón. Y creo que hay un movimiento más amplio, sobre todo entre las generaciones más jóvenes de Virginia Occidental, que entiende que nuestro estado tiene que abandonar la dependencia de la extracción de los recursos naturales si queremos sobrevivir como cultura y como pueblo. Y eso me hace ser optimista.
JAMES: Han pasado casi quince años desde la publicación de tu primer libro de relatos. ¿Cuáles crees que son las diferencias más notables entre Me and My Daddy y Tierra vencida?
ANN: Tierra vencida lo escribí casi de un modo puramente intuitivo y sin mucha consideración por los lectores. Escribí ese libro sobre todo para mí misma, no porque sea una narcisista, sino porque no podía imaginarme que hubiese gente que quisiera leer esos cuentos. Por esa razón, es más musical, no hay tanta preocupación por las tramas y es menos accesible que Me and My Daddy. Me and My Daddy lo escribí, obviamente, tras acabar mi primera novela, y la novela me obligó a aprender a trabajar con la trama, lo que hizo que mi manera de escribir resultara más accesible. Quería lectores para Strange as this Weather Has Been. Creo que esas influencias y consideraciones sangraron sobre la escritura de Me and My Daddy. Enseñar creación literaria y escribir una novela me ha hecho más consciente del oficio, me ha hecho utilizar un poco más el intelecto al escribir ficción. Aunque no estoy muy convencida de sea una cosa buena.
JAMES: ¿Por qué elegiste ese título?
ANN (risas): Fue decisión de mi editor. Yo le había puesto por título «Bone Dowser», que era también el título original de uno de los relatos del libro que ahora se titula «The Following». Mi editor pensó que venderíamos más ejemplares con el título Me and My Daddy Listen to Bob Marley. Y seguro que tiene razón.
JAMES: Si esa conversación la hubieses mantenido hace quince años, ¿crees que hubiese tenido el mismo desenlace?
ANN (risas): ¿Te refieres a si hubiese sido tan maleable? No, probablemente me habría resistido más. Me he hecho menos resistente y ya no pierdo tanto el tiempo con ese tipo de cosas. ¡Buena pregunta!
JAMES: Parte del proceso de madurez consiste en llegar a un acuerdo con lo que uno es exactamente capaz de hacer con su obra y su activismo, y ser capaz de canalizar eso en modos de actuar y en cosas productivas.
ANN: Sí, exacto.
JAMES: ¿Alguna vez has sentido que estás escribiendo sobre una Virginia Occidental que ya no existe?
ANN: En ciertos aspectos Virginia Occidental ha cambiado significativamente desde los tiempos de mi infancia. Un cambio que lamento es el modo en que el dialecto y el acento se están perdiendo entre los jóvenes. La exposición a los medios de masas esta homogeneizando la lengua. El lugar también se encuentra bajo un mayor ataque medio ambiental y está sufriendo la epidemia de la adicción a las drogas. Esos cambios, sin embargo, los entiendo muy bien, por cómo me he documentado, por mis propias experiencias y por los problemas de adicción que tenemos en mi familia, así que cuando escribo sobre esa Virginia Occidental, escribo sobre una Virginia Occidental que todavía existe.
JAMES: Ahora resides en Seattle, muy lejos de los Apalaches. ¿Tu relación con la tierra ha cambiado? Y de ser así, ¿de qué manera?
ANN: Aquí no estoy tan inmersa en la tierra como lo estuve durante mi infancia en Virginia Occidental. Además, la tierra aquí no me habla de la misma manera que en casa. No me proporciona sonidos ni historias. Aun así, adoro las montañas de Washington. Pero las siento más como unas amigas, mientras que en casa las siento como mi familia; y eso incluye el modo en que la familia puede llegar a ser una carga. Mi relación con la tierra en casa es muy dolorosa porque está siendo sometida permanentemente a la destrucción. En Washington, es verdad que también hay destrucción, pero por el tipo de voluntad económica y política que hay por aquí, existen inmensas extensiones de tierra que no van a ser destruidas, al menos en un futuro inmediato, y siempre puedo escaparme y perderme en ellas. Eso ayuda a mitigar el dolor que siento por las montañas de casa. Pero nunca echaré raíces en las montañas de aquí como las que tengo allí.
JAMES: ¿Cuál es el siguiente paso? Antes mencionaste que más adelante quieres escribir sobre los Apalaches, pero de otra manera, y escribir sobre otras cosas.
ANN: No puedo ser muy específica sobre el proyecto en el que estoy metida ahora porque se encuentra en sus primeras etapas, pero va a ser un libro que explore otras formas de mantener relaciones con el mundo natural y con todo lo que no sea humano. Va a ser un ensayo. Así que está esa hebra, que corre simultáneamente con mi modo de ver los Apalaches como un microcosmos de lo que está sucediendo globalmente en relación al medio ambiente, y que puede ser un presagio de hacia dónde nos encaminaremos a no ser que se produzca una auténtica revolución del sentido común. Finalmente, hay otro hilo sobre mi familia, a la que veo también como una especie de microcosmos de los Apalaches, por el modo en que la adicción, el miedo, las exigencias económicas y la enfermedad mental se han cebado sobre nosotros, que es también lo que ha causado la destrucción de la tierra donde crecí, esa tierra que tanto amo.
El libro es en parte un libro de memorias y en parte una recreación imaginaria de lo que está por venir. Plantea la pregunta de cómo vivir bien en unos tiempos de extinción masiva. Una tesis modesta, lo sé. Estoy obsesionada con la cuestión porque he sido testigo durante toda mi vida de cómo se destruía el lugar que tanto amaba. Los Apalaches siempre han sido considerados como una zona de retraso, pero en las dos últimas décadas, el resto del país se ha puesto al mismo nivel que los Apalaches y ha reconocido que el entorno natural está siendo devastado en todas partes.
En los últimos tiempos, la tierra donde crecí, en Romney, ha sido destruida, y allí es donde vive mi familia, enredada con la adicción a las drogas de mi hermano. Veo esta dinámica y esta tragedia familiar como un microcosmos de las fuerzas destructivas más amplias que actúan sobre los Apalaches. Veo los Apalaches, a su vez, como un microcosmos de las fuerzas destructivas más amplias que actúan sobre Estados Unidos, sobre todo las fuerzas empresariales capitalistas. Así que en este nuevo libro sondeo esta cuestión: «cómo vivir bien al tiempo que el espacio natural y los seres vivos están siendo aniquilados a una velocidad sin precedentes», intentando trazar mi propia historia personal de pérdida como nativa de Virginia Occidental.
Parte de mi respuesta a esa cuestión implica una reconceptualización de nuestras relaciones con los seres naturales. Para eso, necesitamos ser intelectualmente lo bastante flexibles para ver la ciencia racionalista y la ciencia mecanicista como dos formas de conocimiento entre otras muchas, ni mejores ni peores, cada una con su propósito. En otras palabras, lo que estoy sugiriendo es que hemos de dar más validez a la intuición, a la mente inconsciente, a la imaginación y a las ideas de lo sagrado.
FUENTES RECOMENDADAS
Bell, Shannon Elizabeth. Our Roots Run Deep as Ironweed: Appalachian Women and the Fight for Environmental Justice. Urbana: University of Illinois Press, 2013.
Lanier, Parks, ed. The Poetics of Appalachian Space. Knoxville: University of Tennessee Press, 1991.
Lewis, Ronald L. and John C. Hennen, Jr. West Virginia History: Critical Essays on the Literature. Dubuque, IA: Kendall/Hunt Publishing Company, 1993.
Pancake, Ann. Given Ground. Middlebury, VT: Middlebury College Press, 2001. Me and My Daddy Listen to Bob Marley. Berkeley, CA: Counterpoint Press/Shoemaker & Hoard, 2016. Strange as this Weather Has Been. Berkeley, CA: Counterpoint Press/Shoemaker & Hoard Publishers, 2007.
Smith, Barbara Ellen, Stephen Fisher, Phillip Obermiller, David Whisnant, Emily Satterwhite, and Rodger Cunningham. «Appalachian Identity: A Roundtable Discussion». Appalachian Journal 38, no. 1 (2010): 56–76.
About Black Diamonds.Black Diamonds: Mountaintop Removal & the Fight for Coalfield Justice. 2007. https://streamingmoviesright.com/us/movie/black-diamonds-mountaintop-removal-the-fight-for-coalfield-justice
Communities at Risk from Mountaintop Removal. Appalachian Voices. April 2015. http://appvoices.org/end-mountaintop-removal/communities-at-risk/.
Pancake, Ann. Ann Pancake's Reading List. Orion Magazine. Accessed April 4, 2017. https://orionmagazine.org/article/ann-pancakes-reading-list/.
Ward, Ken. National Academy of Sciences to Study Mountaintop Removal Health Effects. Charleston Gazette-Mail. August 3, 2016. http://www.wvgazettemail.com/news/20160803/national-academy-of-sciences-to-study-mountaintop-removal-health-effects.
West Virginia. Looking at Appalachia. Accessed April 4, 2017. http://lookingatappalachia.org/west-virginia.
West Virginia Division of Culture and History. Online Exhibits. West Virginia Archives and History. Accessed April 4, 2017. http://www.wvculture.org/museum/exhibitsonline.html.
NOTAS
1 Elizabeth Judd, «Books in Brief», New York Times, 12 de agosto, 2001.
2 Ann Pancake, Strange as this Weather Has Been (Berkeley, CA: Counterpoint Press/Shoemaker & Hoard, 2007).
3 Jeremy Jones, «Ann Pancake's STRANGE AS THIS WEATHER HAS BEEN», Iowa Review, 8 de enero, 2011.
4 «Me and My Daddy Listen to Bob Marley», Publisher's Weekly, 8 de diciembre, 2014.
5 Citas de la página web personal de la autora, http://www.annpancake.blogspot.com.
6 Sam Pancake y Catherine Pancake. Ann y Catherine colaboraron en la producción de Black Diamonds, 2006, un documental sobre la remoción de cumbres y la lucha por la justicia en los yacimientos de carbón de Virginia Occidental.
7 Fred Gipson, Old Yeller (New York: Harper & Bros., 1956). Wilson Rawls, Where the Red Fern Grows (New York: Laurel-Leaf Books, 1961). William Armstrong, Sounder (New York: Harper Collins Publishers, 1969).
8 Jean Craighead George, My Side of the Mountain (New York: Scholastic, 1959). Bill Cleaver and Vera Cleaver, Where The Lilies Bloom (New York: Harper Collins, 1969).
9 «Una vez me dije que cuando me fuese a la Universidad de Virginia Occidental no volvería la vista atrás. Aunque la verdad es que al mes de marcharme empecé a sentir un tipo de soledad que jamás había experimentado […] en Morgantown había montes, pero no como los de casa, no la misma sensación de con que allí te envuelven. Nunca me había percatado de eso, nunca fui consciente de aquella sensación». Pancake, Strange as this Weather has Been, 4.
10 En una entrevista anterior con Robert Gipe para la Appalachian Journal, Pancake citaba el impacto de la estética japonesa «wabi sabi», subrayando sus similitudes con la cultura de los Apalaches: «una estética que valora lo viejo, lo defectuoso y lo oxidado». Robert Gipe y Ann Pancake, «Straddling Two Worlds», Appalachian Journal, 2011.
11 Breece Pancake, Trilobites (Barcelona, Alpha Decay, 2012). Jayne Anne Phillips, Black Tickets (New York: Dell Pub., 1979). Jayne Anne Phillips, Sueños mecánicos (Barcelona, Edhasa,1987). Jayne Anne Phillips, Lark and Termite: A Novel (New York: Alfred A. Knopf, 2009). Denise Giardina, The Unquiet Earth: A Novel (New York: Norton, 1992). Denise Giardina, Storming Heaven: A Novel (New York: Ballantine Pub. Group, 1987). Davis Grubb, La noche del cazador (Barcelona, Anagrama, 2000). Davis Grubb, The Voices Of Glory (New York: Scribner, 1962). Chuck Kinder, Snakehunter (New York: Knopf, 1973).
12 Para obras recientes ver Jessie Van Eerden, My Radio Radio (Morgantown, WV: Vandalia Press, 2016). Matthew Neill Null, Honey from the Lion (Wilmington, NC: Lookout Books, 2015). M. Glenn Taylor, A Hanging at Cinder Bottom (London Borough Press, 2015).
13 Las trincheras que describe Ann Pancake son las de Fort Mill Ridge, que se encuentran entre las mejor conservadas de la Guerra de Secesión. «Fort Mill Civil War Trenches», National Parks Service, http://www.nps.gov/nr/feature/places/13001121.htm.
14 Según el último censo de Estados Unidos, Virginia Occidental es el cuarto estado más blanco de la Unión.
15 Ann Pancake, «Towards Light», Georgia Review, 2009.