2020
(Red House Records, 2020)
Eliza Gilkyson no se anda con tonterías, y es que por algo de casta le viene al galgo. No en vano, «Memories Are Made of This», la canción que compuso su padre al frente de los Easy Riders y que luego popularizaría Dean Martin, acabaría convirtiéndose en su día en un himno para los refugiados de la Revolución Húngara de 1956. Eliza Gilkyson nunca se ha callado y cuando las cosas le duelen, se moja. Pertenece a esa larga, y cada día más necesaria, tradición iniciada por el viejo Guthrie. Su guitarra mata fascistas. Y cuando apunta, da siempre en el blanco. Eliza vio venir el 2020 que se nos venía encima y se sacó este disco de la manga (al final la cosa ha sido aún peor de lo que nadie podía haberse esperado). Empezó a dar guerra en el 69, actuando en los clubes de Nuevo México y componiendo, ya en aquel entonces, canciones que denunciaban la situación precaria de los nativos norteamericanos («Lights of Santa Fe»), pero no obtendría el reconocimiento ni su primera nominación a los Grammy hasta los 55 años, siendo ya abuela. Y este disco, 2020, el disco del año que vivimos peligrosamente, está precisamente dedicado a sus nietos. Es un grito alzado y un canto de esperanza para este mundo de refugiados, húngaros y no tanto, que le estamos dejando a las futuras generaciones, un mundo tan espantosamente escuálido y desangelado. Y, sin quererlo ni beberlo, después de más de veinte discos y cincuenta años de lucha y compromiso, ha firmado, de nuevo con la complicidad de Red House, el imprescindible sello folk de Minnesota, la que sin duda es su obra maestra (hasta el momento). Producido por su hijo, Cisco Ryder, y grabado en Austin, nos presenta diez canciones que, como ella misma declara, nacieron de un impulso visceral y con la intención de promover la unidad, el compromiso y la acción en medio de este épico y crítico enfrentamiento que vivimos en la actualidad entre el poder y el pueblo. Una llamada a las armas («porque los pensamientos y las oraciones nunca arreglarán las cosas»), pero también un canto a la decencia y a la belleza que, a pesar de la inmundicia de tantos, aún resiste. Y la cosa no puede empezar mejor. «Promises to keep», un sencillo y emocionante tema acústico que alude directamente al famoso poema de Robert Frost sobre el aislamiento y las responsabilidades, «Stopping by Woods on a Snowing Evening»: «El bosque es hermoso, oscuro y profundo. Pero tengo promesas que cumplir y millas que recorrer antes de dormir». Luego la cosa va creciendo, hay un tema compuesto con percusión cepillada y pedal steel a partir de una carta que Woody Guthrie dirigió al infame (también por lo de la casta y el galgo) padre de Donald Trump, dueño de los apartamentos Beach Haven, en New Jersey, a propósito de sus políticas racistas y segregacionistas (y todo sigue igual, o peor). Una versión de la bellísima «Where Have All The Flowers Gone?» de Pete Seeger; un «A Hard Rain's A-Gonna Fall» de Dylan, escalofriantemente actual, mano a mano con la maravillosa Jaimee Harris, que, como suele decirse o se decía (porque ya gastamos unos años), y sin ánimo de ofender a nadie, no se la salta un gitano; y un tema compuesto por ella misma, «My Heart Aches», en cuyo estribillo resuenan frases icónicas de varias canciones libertarias como «we shall overcome», «give peace a chance», y «hammer out justice», una canción que si no te pone el pelo de punta es porque llevas varios días muerto en el bosque. En definitiva, un disco para «mirar a la cara a la gente odiosa». Para no ceder. Para seguir luchando. Y todo ello sin esa cosa tan pesada y cargante del folk de protesta más cansino. Apostando por la belleza y la melodía. Sin dar la murga. Un disco que es pura medicina. Un disco para recordarnos que no estamos solos en las barricadas. Que la oscuridad no podrá con nosotros. Así que gracias una vez más, señora Gilkyson. Por aquí, desde que la descubrimos con su Land of Milk and Honey, siempre en su equipo.